Reconozco que vi con simpatía y cierta ilusión la elección de Louis Aliot como alcalde de Perpignan en las recientes elecciones municipales en Francia. Me pareció ilusionante conquistar la alcaldía de una ciudad con más de cien mil habitantes y cercana a España geográfica y culturalmente por ser una ciudad catalana, por un candidato teóricamente identitario, frente al candidato macronista. Pensé ingenuamente que eso podría servir de impulso y modelo para conquistar en un futuro más parcelas de poder en el ámbito del municipalismo, y que así habría más posibilidad de hacer más cosas, o algo diferente. Pero no podía pasar mucho tiempo en que la ilusión se transformara en desilusión, algo que era de esperar, pero no tan pronto. Pues bien, resulta que una de las primeras cosas que ha hecho el nuevo alcalde de Perpignan, del partido RN, y ex pareja de Marine Le Pen, ha sido participar en presencia del presidente de la comunidad israelí, en un homenaje a las víctimas de los crímenes racistas y antisemitas del Estado francés (!!!). Sí, habéis leído bien. Un homenaje contra el Estado francés al que se presta un candidato supuestamente nacionalista. No parece, desde luego, que esto sea algo muy diferente de lo que hubiera hecho cualquier otro político del sistema. No supone tampoco ningún cambio respecto a lo que hacen todos los demás políticos del sistema, de la derecha y de la izquierda. Donde no le veremos seguro es en un homenaje a las víctimas de los terroristas de la resistencia, o a las víctimas francesas de los crímenes de guerra de los aliados, o a las víctimas francesas de la represión brutal que siguió a la supuesta «liberación» de Francia a partir de 1944, o a las víctimas del Estado genocida de Israel. Eso sí sería hacer algo diferente, pero eso es algo que no lo veremos nunca. Pues aunque no esté escrito en ninguna parte, es el peaje que hay que pagar, el de pasar por el aro del poderoso lobby. Y no estamos hablando de un presidente del gobierno ni Primer Ministro ni Presidente de la Republica, sino de un simple alcalde recién elegido en una ciudad que no es Paris, ni Lyon ni Marsella. Entonces, uno se pregunta inevitablemente, de qué sirve su elección, si hace lo mismo que haría cualquier otro político de cualquier otro partido, desde los gaullistas hasta los verdes o los comunistas. Y entonces no puedo evitar preguntarme: si ni siquiera se es capaz de plantarse o negarse a participar de un homenaje que es contra el Estado francés, y que es una evidente presión de esa comunidad influyente en Francia, ¿cómo va a tener ese partido y sus miembros la determinación de parar cosas mucho mayores como por ejemplo la invasión inmigratoria o el genocidio demográfico de nuestros países? La pregunta se contesta por sí sola.

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