Con motivo del 31º aniversario de muerte del gran director de orquesta Herbert Von Karajan, publicamos un artículo el pasado 16 de julio que ampliamos con esta interesantísima entrevista de 1982, que nos muestra no solo a un gran artista sino a una gran persona.
El Oso Blindado
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—¿Es usted optimista, maestro?
Herbert Von Karajan: Sí, profundamente. No sólo porque tengo la suerte de dirigir una orquesta sin igual, sino porque hemos sacado la música clásica de sus capillas, hemos contribuido a la evolución del espíritu. A los veintiún años dirigía la pequeña orquesta de Ulm y vendía abonos de puerta en puerta; cincuenta años más tarde la música se ha convertido en el pan de cada día para millones de personas. ¿Qué ha sucedido en el entretiempo? Se ha producido una revolución tecnológica; los discos son cada vez más perfectos, existe la televisión y el cine (cuyas posibilidades apenas si se han comenzado a explotar), y al descubrir nuevos medios de comunicación hemos conseguido que nuestra música alcance dimensiones universales.
Todo el mundo asegura que vivimos en una época de decadencia y yo no puedo impedir a la gente que piense así, pero es completamente falso.
-A sus 74 años, Von Karajan piensa:
Herbert Von Karajan: Que ninguna fatalidad puede destruir el mundo. Que la técnica y la industria masiva ofrecen a la cultura un potencial de conquista sin precedente histórico. Que esta conquista tiene como ley primordial el superesfuerzo, la selección y la excelencia.

—¿Es usted elitista?
Herbert Von Karajan: ¿Elitista? ¡Superelitista!
Sólo lo mejor es aceptable. El mal que perturba nuestra sociedad es no exigir lo mejor posible. Desde mi primer contacto con la Orquesta Filarmónica de Berlín, en 1937, me dije: «Si deseo algo por encima de todas las cosas es esto. Este es mi universo». Desde su fundación, hace un siglo, la Filarmónica siempre ha estado dirigida por los mejores: Nikisch, Strauss y Furtwängler. Yo soy el cuarto. Otras orquestas han pasado por épocas malas y buenas, pero ésta, nunca.
Cuando Furtwängler murió, en 1954, la Filarmónica preparaba una gira por América y me llamaron para decirme que no tomarían el avión a menos que yo me pusiera al frente de la orquesta; yo les respondí que sí, siempre que fuera para toda la vida.

—¿Por principio?
Herbert Von Karajan: No, porque necesitaba toda una vida para llegar a donde yo quería: al punto en que a partir del cual las cosas se encarnarían en el momento en que yo las pensara, y llegar a ese punto implica un trabajo educativo de larga duración. Le pondré un ejemplo, con un coche de competición recorrer el circuito en cuatro minutos no plantea problemas, pero a partir de ahí se arriesga la vida cada segundo. Lo mismo ocurre en el arte: cada mejora es como traspasar un umbral gigantesco…
—¿Pero qué son las faltas para un Von Karajan?
Herbert Von Karajan: El producto de la pereza, de la debilidad a expensas del ritmo. Y el ritmo es una conquista permanente sobre la dejadez, una lucha para no dejarse llevar por la inercia. Para acceder, por el esfuerzo, a una segunda naturaleza más elevada. Puedo soportar una nota falsa, pero nunca un error de ritmo.
La desenvoltura de Furtwängler y la precisión de Toscanini unidas: esta es la idea a la que siempre he tendido. A mis alumnos les digo: «Una orquesta es como un barco, colocadlo en la posición apropiada y él hará el resto». También les digo: «Pensad en lo que el zen enseña del tiro al arco; no somos nosotros quienes efectuamos el tiro, sino que nos limitamos a colocar el arco en la posición adecuada».
—¿Se trata, pues, de una búsqueda espiritual?
Herbert Von Karajan: Se trata de una conquista de lo implícito, una andadura hacia la esencia de las obras. Al cabo de tiempo, si no se ha violentado nada, se, progresa hacia su verdad, se encuentra su ritmo natural. Es una ley de vida. Existe un ritmo profundo de la vida, de la tierra; un misterio del mundo con el que hay que hacer corresponder los propios esfuerzos. De lo contrario, lo que se obtiene no responderá a lo que se desea obtener. El director de orquesta se vería en la necesidad de cantar la música ante la imposibilidad de conseguir la intensidad que oye dentro de su cabeza. Una orquesta no es una masa que camine a fuerza de latigazos…
—¿Entonces es…?
Herbert Von Karajan: Un vuelo de pájaros salvajes.
—¿Perdón?
Herbert Von Karajan: Un vuelo de pájaros salvajes. La armonía indecible. Ciento veinte personas fundidas en una sola, en la gracia del instante.

—¿Jerarquía pura?
Herbert Von Karajan: No exactamente; antes que ser director musical yo soy como un padre, lo sé todo de ellos, sus enfermedades, sus divorcios… Hace falta mucho tiempo para llegar a una compenetración semejante con un grupo. Pero, después, los 120 tocan para el director, y es a causa de esa cosa irreemplazable por lo que dejé de dirigir como invitado. Pero ordenar, tener que estar constantemente seguro de uno mismo, es extremadamente peligroso porque la gente vive de tu energía, te comen… Y no tengo ninguna excusa si algo sale mal, porque dispongo de los mejores medios.
¡Pero contra la pereza y la fatiga está la voluntad! Y, si se posee decisión, toda la orquesta te sigue en bloque. En cambio, si cometes el más mínimo error o si dejas entrever la más mínima debilidad interior, lo notará al instante, con una potencia emotiva capaz de hacerla fracasar por completo. El momento mágico se produce cuando el entusiasmo o el miedo consiguen que 120 individuos se unan en uno solo.
Hoy día todos los músicos quieren convertirse en directores de orquesta. ¿Por qué? Porque el director goza de una autoridad y una fuerza de expresión únicas. Su poder de decisión se extiende a todo; es un verdadero dictador y el hombre de 1982 detesta a los dictadores, cuando lo son los demás, naturalmente, porque, si tiene oportunidad de convertirse en dictador él mismo, su punto de vista cambia… Me acuerdo de una conversación que sostuve con el entrenador del equipo de fútbol de la República Federal de Alemania. Yo le dije: «En cierta manera, los dos estamos sobre el mismo barco; ambos tenemos un equipo que debe rendir al máximo. La diferencia está en que yo les influyo durante la acción, mientras que usted se limita a permanecer sentado observándolos. En su opinión, «¿por qué cree que los músicos de mi orquesta son unos espectadores fanáticos de fútbol?», y él mismo respondió: «Quizá envidien a mis jugadores porque éstos ignoran la batuta. Para sus músicos, ver un partido es una especie de compensación…».

—¿Y los jóvenes occidentales?
Herbert Von Karajan: Viven entre ventajas que me hubieran parecido, en mi adolescencia, sueños demenciales, y, sin embargo, ofrecen un aspecto cansado, aburrido, saturado… Saturado sobre todo de música mala. Pero la cosa no es tan sencilla, ya que, si nos fijamos en las estadísticas de Estados Unidos, se detecta un cambio que se va revelando cada vez con más claridad: antes de los diecisiete años, esta generación presta atención al rock, pero cuando salen de la universidad se llevan consigo cientos de discos de música clásica. Algunos me escriben entusiasmados y me dicen: «Tengo todos los suyos».
En los próximos decenios se producirá un alargamiento de la vida humana. El hombre del año 2000 dispondrá de mucho más tiempo para disfrutar de la vida del que ha tenido que pasar antes estudiando y trabajando. Se jubilará a los cincuenta años, pero vivirá más de cien… ¿Imagináis las consecuencias?, ¿el desplazamiento del interés social, comercial e industrial hacia una gran tercera edad?, ¿las ideas culturales de vanguardia que nacerán de esta era?, ¿la modificación completa de nuestro punto de vista sobre el mundo?…
Excelente entrevista
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