Mestres Cabanes 100 Años. ¡Nuestros Grandes! (Jueves Cultural)

Hoy es el 30 aniversario de la muerte de Mestres Cabanes. Para recordar y honrar a Nuestros Grandes, este Jueves Cultural editamos este desconocido texto del camarada Jorge Mota escrito para su 100 aniversario.

El oso Blindado

Hace de esto unos 30 años. Yo ya era un entusiasta wagneriano pero mi único contacto con la obra del inmortal maestro se limitaba a las horas de espera y a las habituales carreras por las escaleras del Liceu para lograr una de las pocas plazas con visibilidad en cuarto o quinto piso. A veces todas las ilusiones se venían abajo cuando la inexperiencia te hacía confundir de puerta. Cuando recuperabas la orientación ya habías perdido la localidad. Por eso cuando pregunté en la portería del Liceu por el estudio de Mestres Cabanes y pude ver por primera vez en mi vida la sala vacía, oscura, durmiendo plácidamente a la espera del nuevo y siempre diferente espectáculo, quedé un poco sobrecogido, quedé tan impresionado como cuando entré por primera vez en la sala de oro y terciopelo de nuestro primer coliseo, cuya grandiosidad nunca podía haber imaginado visto el edificio desde el exterior. En aquella ocasión me impresionó también sobremanera la pintura de Ramir de Lorenzale representando los adioses de Wotan y que entonces presidía el Teatro dejando patente el entusiasmo que Cataluña siempre tributó al genio inmortal.

Mestres Cabanes trabajando en uno de los Teatrines

Subí lentamente las escaleras y pude recrearme un poco en la tramoya teatral, algo similar al Hotel Ritz (el de siempre aunque ahora ya no se llame así por conveniencias mercantilistas) donde en cuanto te apartas del “decorado”, todas las dependencias interiores son viejas, polvorientas, decadentes… Subí tímidamente los últimos peldaños y entré en una sala enorme, donde vi a lo lejos  -me pareció lejísimos-  al artista trabajando incansablemente. Me acerqué temeroso pero pronto la cordialidad extrema del gran hombre me hizo recobrar la confianza. Si él hubiese intuido lo pequeño que me sentía ante el artista genial, posiblemente se habría echado a reír, pero poco a poco fui recobrando el aplomo y empecé a mirar por aquel enorme y desvencijado estudio, los apuntes, las notas, los dibujos y los cuadros. Unos enormes adioses de Wotan, un pequeño cuadro, precioso, de los mejores que he visto, con la Walkiria dormida. Dos gigantescos cuadros. La visión de uno de ellos representando el despertar de Brunilda supongo que me produjo la misma sensación que tenían los héroes cuando entraban en el Walhalla transportados por los caballos de las walkirias.

Tristan e Isolda Acto I, de Mestres Cabanes
Tristan e Isolda Acto II, de Mestres Cabanes
Tristan e Isolda Acto III de Mestres Cabanes

Nunca hasta entonces había contemplado cuadros wagnerianos y menos al natural. Aquello era más de lo que mi emoción podía soportar. Estuvimos hablando durante bastante rato, ¿cuantas tonterías debí decir? Me encontraba incómodo pensando que le estaba robando un tiempo que nunca mejor dicho era enormemente valioso. Sus pinceles creaban ilusiones, sueños, fantasías y yo no hacía sino entorpecer la imaginación creativa… Miraba de reojo los cuadros wagnerianos intentando fijarlos en mi mente, no me atrevía a quedarme quieto, ignorar la presencia del artista, y analizarlos y disfrutarlos. ¿Cuando podré volver? ¿Qué excusa puedo dar la próxima vez? Bien, vendré con un amigo, y luego con otro, y otros después… En una ocasión me crucé con él en la calle. Yo iba en bicicleta y me paré para saludarle. Quedó estupefacto al encontrar a un entusiasta de su obra que viajaba en tan singular vehículo. En aquella ocasión evidentemente no me reconoció en tan peculiares circunstancias. Poco me imaginaba yo entonces las muchas veces que en el transcurso de mi vida podría estar conversando amigablemente con el gran hombre y con su no menos entusiasta y simpática hija.

Durante los años de su enfermedad fue cuando más pudimos hablar con él y se reveló un gran conversador como había sido un gran artista. Explicaba anécdotas divertidísimas  -¡debí tomar notas!-,  comentaba sus ideas artísticas y vapuleaba  -vapuleábamos-  sin compasión a los embadurnadores actuales que aunque dicen que no saben pintar porque no quieren, es más bien que no quieren pintar porque no saben. Y también la gastronomía tenía su parte en todo ello. Un pastel de chocolate que hace mi esposa era muy apreciado por el artista, siempre amable y comprensivo.

Placa en recuerdo de Mestres Cabanes

Recuerdos entrañables, imágenes sugestivas. Mestres Cabanes es para nosotros  -para mi esposa y para mí-  sinónimo de humor, risas, simpatía… claro que después la enfermedad se fue complicando cada vez más y nosotros nos limitábamos a ver las cosas desde lejos, mientras a su hija le correspondía la labor permanente y agotadora de atender al padre en sus últimos momentos. Poco antes de morir fuimos a visitar al Maestro en su casa de Sitges. Nos acompañaron nuestras sobrinas que en aquella época debían tener 8 ó 9 años. No pude por menos que pensar lo sorprendidos que quedarían los habitantes de Barcelona del año 2070 cuando mis sobrinas les hablasen de que habían conocido al último gran escenógrafo catalán, el inmortal José Mestres Cabanes, nacido en ¡1898!.

Jorge Mota

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