WAGNER ERA REPTILIANO: Mil y un embrollos y piruetas para oscurecer la incómoda relación entre Hitler y Wagner

El Wagner colérico, el Wagner sibarita, el Wagner libidinoso, el Wagner egoísta y narcisista, el Wagner amante de los placeres,… Desde el surgimiento del genio alemán ha habido tantos wagneres en el universo escrito como envidiosos, embusteros, interesados e incapaces con acceso a una pluma, bolígrafo o cualquier artilugio que sirva a idénticos fines. Antes de 1945 estas desfiguraciones o, en muchos casos, puras falsificaciones, se limitaban al sensacionalismo de cierta prensa, a escritos panfletarios de baja estofa. No se daban en estudios serios sobre el hombre y su obra, fueran favorables o no. Después de 1945 se han convertido en una constante. La mayoría de la literatura actual sobre Wagner es pura charlatanería, carente de rigor, y lo que es más grave, de buena fe. Profundizar en la vida y el pensamiento de Wagner –se comparta o no su visión del mundo y el Arte– es algo que escapa a los objetivos de estos trabajos que parecen concursar entre sí a ver quién improvisa la mamarrachada más ingeniosa para enturbiar el mensaje wagneriano.

Hace algunos días me llegó un artículo periodístico que parecía querer reventar el certamen con sus contribuciones. No puede leerse una línea sin que aparezcan traspiés inexcusables o interpretaciones que oscilan, sin rubor, entre lo capcioso y lo chistoso. Todo en él es error y mentira, desde las premisas a las conclusiones, pasando por las conjeturas de su autora, Paula Cotorra, que tuvo el desatino de titular su escrito de la siguiente manera:

Richard Wagner, el rojo: ¿habría escrito el compositor una ópera contra los nazis?

Antes de la llegada del nazismo, el compositor alemán era reivindicado por pensadores progresistas por su ateísmo humanista y su crítica del poder como fuerza de corrupción.[1]

“DESPUÉS DE ESCUCHAR A WAGNER ME ENTRAN GANAS DE INVADIR POLONIA”

El artículo comienza con esta bochornosa frase pronunciada por Woody Allen en la película Misterioso asesinato en Manhattan. Ya saben, Woody Allen, un tipo perteneciente a esa clase de hombres que hacen que a los padres de nuestra era se les ericen los pelos del cogote cuando sus hijos se alejan jugando en el parque o acuden solos al colegio.

Ese es el “genio” –para Paula Cotorra, que sin embargo no le concede a Wagner esta distinción en su artículo– de cuyas ingeniosas e inofensivas garras quiere librar a Wagner.

El Maestro.

Su intención es derribar el mito del Wagner nazi. Y lo lleva a cabo de dos maneras a cuál más mezquina: La primera, falsear a Wagner. La segunda, insistir en el relato escabroso y ficticio sobre el Nacionalsocialismo y Hitler, decretado por los vencedores. Es decir, reforzar un tópico con la intención de derribar otro. Para lo cual empieza cargando el peso de su discurso sobre un terreno tan resbaladizo como la fábula del desencadenamiento de­­ la II Guerra Mundial, que podríamos resumir tal que así: Hitler, en su afán expansionista, ordenó aplastar Polonia bajo las implacables orugas de sus tanques con objeto de ensanchar los límites de sus dominios.

La realidad no es tan burda. Tras la Primera Guerra Mundial, el territorio alemán había sido despedazado por los vencedores y repartido como botín. Polonia recibió una parte de ese territorio que dividía Alemania en dos: el bautizado como Corredor Polaco. Las negociaciones de Hitler con Polonia para solucionar por la vía pacífica este acuciante conflicto territorial fueron fructíferas hasta la muerte del Mariscal Józef Pilsduski. En cambio, las autoridades polacas que sucedieron a Pilduski, alentadas por Francia e Inglaterra, dieron un viraje a la política amistosa del país y se negaron en redondo a discutir siquiera las propuestas de Hitler, que no eran en absoluto descabelladas: No pedía más que una carretera y una vía férrea que cruzasen el Corredor Polaco para facilitar el transporte y la comunicación entre los dos pedazos de Alemania, y un plebiscito popular en la ciudad “libre” de Dantzig para decidir sobre su soberanía definitiva. En caso de que la victoria electoral fuese para Alemania –cosa esperable, pues su población era alemana y el partido nacionalsocialista local tenía mayoría–, Polonia podría seguir explotando el puerto comercial de Dantzig junto con Alemania.

La reiterada negativa de Polonia a negociar, sumada a la creciente persecución contra la población étnica alemana dentro del territorio polaco, precipitó los acontecimientos. Miles de alemanes cruzaban la frontera en busca de protección. Para los que se quedaron hubo matanzas, violaciones, torturas y atrocidades indescriptibles que han sido deliberadamente ninguneadas por la historiografía y la producción cinematográfica y televisiva. Los ejércitos de ambos países comenzaron a concentrarse en la frontera. Inglaterra y Francia se comprometieron a defender a Polonia en caso de un ataque alemán. ¡Palabra de honor! Estamos contigo. La tensión era máxima. Y se disparó el primer fusil. Aún se discute quien lo hizo antes, Polonia o Alemania. Es estéril. Alemania tenía consigo el derecho, el deber y la necesidad. Si algo podía reprochársele a Hitler era su paciencia. Francia e Inglaterra, desleales, incumplieron sus promesas de protección pese haber arrojado a Polonia contra las bayonetas alemanas. Se quedaron sentados viendo su caída sin mover un dedo. Sacrificaron a Polonia para conseguir su guerra. Y cuando la Unión Soviética también invadió Polonia, se aliaron con ella. Y así comienza esta historia de buenos y malos.

Una mujer alemana deja flores en un tanatorio improvisada donde se almacenan los numerosos asesinados.

Pero volvamos al mito principal, el que atañe a Wagner.

¿WAGNER ROJO Y ATEO?

Tratar a Wagner de ateo, en titulares nada menos, es quizá una de los mayores desatinos de la autora. Demuestra un desconocimiento mayúsculo del hombre sobre el cuál imparte lecciones. Un desconocimiento que no logra disimular por mucho que cite a bulto los ensayos de Wagner tal cual aparecen en Wikipedia, como si los hubiese leído o supiese al menos las tesis que en ellos se defienden. La religiosidad cristiana está presente en toda la obra wagneriana y es un eje central del wagnerianismo en torno al cual orbitan todos los demás elementos de su cosmovisión. Pese a que su actitud hacia las diferentes confesiones cristianas varió con el tiempo, su fervor religioso se mantuvo inmutable.

Por otra parte, el apelativo de Wagner el rojo no es nuevo, aunque no haya sido muy explotado en las últimas décadas teniendo más a mano el de Wagner el nazi. En el reino del capitalismo, Wagner el rojo, suena más bien a piropo. Y así lo utiliza la autora inspirada por el escritor Ramón Andrés, cuyo libro sobre este tema publicita.

Decorados tremendamente tendenciosos del «Oro del Rin» con las efigies comunistas al estilo del Monumento Nacional Monte Rushmore.

El origen de este calificativo se remonta a la participación de Wagner en los levantamientos liberales de 1848 en Dresde, que lo costaron el exilio. Entre los revolucionarios se distinguían entonces corrientes ideológicas muy variadas. Conoció a algunos de sus cabecillas, como el mítico anarquista Bakunin, con quien mantuvo trato durante algún tiempo. Pero no existió en Wagner ninguna “deriva anarquista” como declara Miguel Salmerón a Paula Cotorra. No le engatusaron los anarquistas. De Bakunin comentó con desencanto: “El aniquilamiento de toda civilización excitaba su entusiasmo”. Cuan distante quedaba ello de las ideas del joven artista. Su revolución era a través del Arte. Wagner soñaba con elevar a toda una civilización por medio de la regeneración moral y espiritual. Los anarquistas sólo querían tirarla abajo. Fue en esta época cuando Wagner presentó a Bakunin su borrador de Jesús de Nazareth, quien para decepción de Wagner, sólo prestó atención al contenido violento en la obra, el cual le recomendó incrementar. Para los anarquistas sólo servía el arte en la medida en que ayudara a prender la mecha de la destrucción, del estallido violento. Y si a los anarquistas los trató con una distancia prudente, y pese a ello Cotorra incide en dicha relación, sería de justicia contar lo que Cotorra no cuenta, que a quien sí tendió la mano Wagner fue a la Asociación Patriótica Revolucionaria, a quienes ofreció su colaboración con intención de contribuir desde la escena, por la vía artística, con la causa revolucionaria. El patriotismo, como la religiosidad, fue sustrato perenne para el desarrollo de este genio.

¡Ni como rojo, ni como anarquista!; Wagner tomó parte en la revolución animado por ideas nacionalistas y por ideas socialistas que respondían, en este segundo caso –como él mismo dejó por escrito–, a un ideal cristiano de justicia social. Su ambición de liberar al pueblo oprimido no provino de los mamotretos de Marx. Fue el mensaje de Cristo lo que le empujó a la acción.

Wagnerianismo versus Marxismo.

Wagner… ¿¡El Rojo!? Así se dirigió Wagner a quienes tomaban en serio semejante doctrina: “¿Sois tan locos o malintencionados para declarar que la necesaria liberalización de la raza humana ha de venir de la envilecedora y desmoralizadora servidumbre a la más vulgar materia, lo que entrañaría en sí el cumplimiento de la absurda e insulsa doctrina del comunismo? (…) Si llegase a arraigar e imponer su dominio, llegaría también a exterminar, sin dejar rastro, la obra de dos mil años de civilización”.

Con la aparente intención de confundir más que de aclarar, Paula Cotorra, de la mano de Ramón Andrés afirma en tercer lugar que, Wagner, además de rojo y anarquista, era un progresista… ¡puesto que creía en un mundo mejor! Y yo me pregunto: ¿Y quién no? “Es un compositor para mentes abiertas, progresistas” insiste Ramón Andrés. Los que no somos progres debemos tenerlas cerradas.

En fin, retorciendo el término claro, podría aceptarse que Wagner creía en “un progreso” y que por tanto era progresista; como podría señalarse con la misma exactitud, que un terrorista que pone bombas es en cierto sentido un “bombero”. Pero si se pregunta a un ciudadano cualquiera de nuestra época qué entiende por ser progresista y se coteja su respuesta con el pensamiento wagneriano que Ramón Andrés elude –en el mejor de los casos– y que Paula Cotorra ignora –en cualquier caso–, no podremos más que admitir que nos encontramos ante dos visiones irreconciliables del mundo. Lo que hoy representa el progresismo es nihilismo, hedonismo, una exaltación de las degeneraciones más variadas en un entorno de placidez material; aquello que Wagner combatía con su Arte. Wagner es heroísmo, honor y fidelidad como divisa, arrojo, religiosidad, sacrificio por la nación y el pueblo, tradición, amor caballeresco, compasión, fuerza, amor a la naturaleza, combate contra la tiranía del oro… Es el apoteósico canto de cisne del movimiento romántico europeo en cuyo seno germinó la ideología de Hitler.

George Bernard Shaw: Un escritor brillante, aunque mal conocedor del pensamiento político y artístico de Wagner. En su libro El perfecto wagneriano defiende una interpretación marxista de la Tetralogía dando alas al mito. Fue, como Wagner, un firme defensor de los animales.

Sucede que los hijos de la democracia progresista y capitalista que nos gobierna tienen un problema con la relación entre arte y política. Una auténtica manía neurótica. Son incapaces de reconocer a un genio y a una buena persona en alguien que no comparta sus ideas. Si un personaje reunió en sí las dos primeras características –genialidad y bondad–, debe por fuerza ser de su cuerda política. Y si no es de su cuerda, ha de ser porque bien no fue un genio, o porque no era en realidad buena persona. Esta neurosis explica por sí sola la mayoría de la literatura moderna sobre Wagner. Podemos apreciarlo en las opiniones vertidas –de vertedero– por Paula Cotorra y Ramón Andrés. No les preocupa la obra wagneriana, ni la cosmología wagneriana, ni la revolución a través del arte, ni menos aún la formación de un Estado Artístico. No conocen nada de eso. Y si lo conociesen, lo detestarían. Les importa únicamente la posición política de Wagner, para poder decir que es progre, que es de izquierdas, que es de los suyos. Porque es un genio universalmente reconocido. No puede ser un nazi, o un protonazi, o como se quiera decir. Lo que les importa es la etiqueta, el color de la camisa. A la mayoría de ensayistas modernos, en cambio, les parece innegable la continuidad cosmovisional entre Wagner y Hitler, así como su genialidad artística, y por ello dedican su trabajo a atacar al hombre recurriendo a todos los medios imaginables. Si era un genio y un precursor del nazismo, deben demostrar que en lo personal, era un ser abyecto. Es la neura que les domina.

Nosotros debemos, como dijo Hitler, alejarnos de semejante estrechez de miras, y saber valorar la genialidad de un artista, o su calidad personal, con independencia de la posición política que éste tomase en relación a los problemas de su tiempo.

El gran Arte no exige una condición ideológica sino sensible.

Wagner es para los nazis o para los no nazis, para los cristianos o para los agnósticos, pero nunca para las almas innobles y las morales angostas. Wagner es para los hombres que escapan de la jaula espiritual que es el hedonismo y el entretenimiento, para esos pocos prófugos, herejes del progresismo, que buscan en el Arte una vía de elevación personal sobre la inmundicia material a través de la renovación ética y del sentimiento. Wagner soñó con una revolución del espíritu, con hacer mejores a los hombres a través del Arte, sublimando el ideal romántico que hace del artista un profeta, un tribuno popular, el guía que conducirá al pueblo a un mundo mejor.

¿WAGNER CONTRA EL CAPITALISMO?

La sumisión del hombre y el pueblo al vil metal es, como dijo Jordi Mota, el eterno leit-motiv de la obra wagneriana. Paula Cotorra malinterpreta este anti-materialismo de Wagner, lo conjuga con una visión aún más errada del amor en la obra del Maestro y, apoyándose de prestado en una forzosa interpretación feuerbachiana que quiere ver en El Anillo una defensa del ateísmo humanista, de no sé qué utopía mundialista y anti-religiosa de “humanidad unida” –vaya usted a saber lo que los antiwagnerianos progres entienden por eso–, sentencia a modo de chascarrillo: “Un poco más y le queda una ópera hippy”. A Paula le gusta eso de acabar un párrafo de cada tres con una frase breve que sintetice sus conclusiones. Pobrecilla… No da una.

El amor en Wagner no es el amor libre, es el amor liberador, concepto antagónico, que no nace de la satisfacción compulsiva de los instintos primarios. El amor en los dramas wagnerianos florece a través del sacrificio consciente y fanático, en la propia inmolación por el ser amado o por el pueblo. Y su fin no es el orgasmo, es la redención, la salvación; aun al precio de la propia vida.

Tampoco va muy acertado Salmerón en la frase que cita Cotorra sobre la tetralogía: “Desde luego la propuesta de ‘El anillo del Nibelungo’ es anticapitalista”. Se confunde la forma política con el vicio de fondo. No hay críticas políticas en las obras dramáticas de Wagner. Lo que en ellas se denuncia en forma artística es como la usura, el individualismo, la riqueza o la avaricia ejercen de germen en la corrupción moral de los hombres y acarrean la degeneración y la esclavitud del pueblo. En las ideologías materialistas se haya este vicio de fondo, como ya explicaba el propio Wagner en el párrafo citado antes a propósito del comunismo. Pero su obra no es una crítica a dichas ideologías, es una crítica al materialismo; a la decadencia del hombre doblegado por lo material, por el dinero.

Este comentario puede parecer un matiz baladí al criterio de un lector de nuestro tiempo, pero goza de una relevancia superior para aquellos que luchamos en contra de la politización del arte y la cultura, pandemia postmoderna, y a favor de la culturización de la política.

¿WAGNER CONTRA LOS JUDÍOS?

Paula Cotorra pretende esclarecer este asunto en su artículo con poco éxito.

Hoy todo el mundo sabe que Wagner era “antisemita”. No saben de su opinión sobre la cuestión judía. Las reflexiones, las argumentaciones no se citan. Solo la peyorativa e inapropiada etiqueta prevalece: “¡Antisemita!”.

La posición de Wagner en esta cuestión no estuvo motivada por una animadversión personal hacia todos los judíos por el hecho de serlo, ni es una extrapolación de sentimientos hostiles a algún judío concreto, como sugiere Paula Cotorra al mencionar a Meyerbeer, autor judío que había triunfado en el París que a Wagner se le resistía. “Los impulsos primarios a veces dominan la historia” afirma la autora en otro de sus resbalones de final de párrafo, intentando ver en la envidia una explicación al “antisemitismo” del Maestro.

Wagner tuvo amigos y colaboradores judíos, como Hermann Levi por ejemplo, magnífico director a quien apreció en lo personal y en lo artístico. El Maestro no era un hombre tan primario como supone la autora. Cree el ladrón…

En el años 2017 la prensa mundial clamó en titulares: ¡Un judío dirigirá en Bayreuth Los Maestros Cantores! Como si esto supusiese la merecida venganza contra Wagner el “antisemita”. A Wagner no le habría importado que fuese judío, siempre y cuando el tal Barrie Kosky hubiese sido el mejor. No obstante, hizo, a conciencia, un trabajo tan malo y tan antiwagneriano como todos sus predecesores no-judíos desde 1945. El que fuese o no judío resultó intrascendente. En la imagen Hermann Levi, director judío, hijo de un rabino nada menos. Fue amigo íntimo de Wagner y éste le escogió para dirigir el estreno de su Parsifal.

Para Salmerón, a quien cita Corrota, el origen hay que buscarlo en el anticapitalismo de Wagner que conferiría al judío “la condición de sustentador del capitalismo”. En este punto concreto de sus elucubraciones, Paula Cotorra iría menos desencaminada si no fuese porque, tanto ella como Salmerón, pretenden hacer de esta postura de Wagner un nexo de unión con Karl Marx, a quien no le unía ningún otro aspecto; y ello pese a que Marx no le tenía ningún aprecio a Wagner y a que a éste otro no le interesó el marxismo lo más mínimo. Poco les importa tampoco que ideas relativamente similares sobre los judíos puedan encontrarse en una gran parte de las grandes personalidades de la historia europea, o que fuesen muy populares en Centroeuropa en el siglo XIX y principios del XX. Lo que importa es un buen titular. Saca de la chistera un vínculo inexistente y listo. Ya lo tiene. Wagner el rojo queda muy sugestivo. Con el mismo buen juicio podría haberlo titulado Wagner el reptiliano.

Trucos periodísticos y figuraciones tendenciosas aparte, Wagner apreció y fue apreciado por muchos judíos, y fue despreciado y despreció a muchos otros. Wagner era un enemigo decidido de ciertos grupos judíos que –consideraba él­– tenían un papel desmedido en la finanza y ejercían una influencia nociva a través de la prensa y en el mundo de la cultura, convirtiendo en tendencia la degeneración moral que ahogaba el verdadero renacer artístico y espiritual del pueblo alemán.

Explotado hasta la nausea su «faceta» antisemita. En la imagen una interpretación horrible y tendenciosa de Die Meistersinger von Nürnberg, en los festivales de Bayreuth en 2017.

Contra esos grupos de poder escribió Wagner. Y se le dé la razón o se le discuta, no puede negarse su sincera valentía, dado que expresar sus opiniones le perjudicó notablemente ­–lo cual parece ya de por sí una prueba de que su dedo acusador señalaba en la dirección correcta–. Del mismo modo que no le negaríamos coraje y honestidad a Jack London, quien escribió por convicción personal su novela El Talón de Hierro, a favor del socialismo marxista, sabiendo de antemano que ello iba a perjudicarle en su carrera.

Además de la cuestión judía que estos pobres autores tratan de presentar como un síntoma de marxismo, existen dos particularidades en la filosofía de Wagner que nuestra amiga Paula omite; entiendo que por no debilitar su famélica tesis del Wagner rojo, puesto que de mencionarlas, ofrecería al lector profano una imagen más diáfana de la relación entre Hitler y Wagner que ella se esfuerza en negar. La primera sería el racismo. Wagner era un racista, en el sentido primigenio del término. Si quienes me leen hablan tan sólo en neolengua progre, han de saber que antaño “racismo” tenía un significado distinto, que no implicaba odio ni desprecio. Sirva como nota ilustrativa, que en los años treinta, cuando se tradujo el Mein Kampf de Hitler al castellano, el término völkischer, que en alemán designa lo popular, con acento en el carácter comunitario, en el sentimiento telúrico y en lo etnocultural, se echó mano del palabro hoy maldito, por ser el que más se asemejaba en el momento. Y así podemos leer sobre el Estado Racista en el libro de Hitler pese a que en alemán no aparecía ese término. Quiero con ello recalcar que el racismo que profesaba Wagner, no era una fobia. Wagner creía que existían grandes diferencias entre razas en cuanto a sus capacidades creativas e intelectuales, así como en sus aptitudes morales o artísticas, y que la raza era, por tanto, un factor determinante en el proceso civilizatorio. No hay desprecio en Wagner hacia otras razas o hacia individuos de otras razas, sólo un sano y poderoso orgullo y un pujante sentido de identidad.

James Levine.

El segundo aspecto de la cosmología wagneriana que no encuentra espacio en el artículo de Cotorra, es el vegetarianismo, la pasión por la Naturaleza y los animales, y la denuncia constante de la crueldad ejercida por el hombre hacia estos. Este sentir, encontró tan honda acogida en el corazón de un Hitler adolescente que, años después, éste abrazaría también el vegetarianismo y daría a luz desde el nuevo estado nacionalsocialista a las más avanzadas leyes jamás promulgadas en defensa de la Naturaleza y de los animales. Marx prefirió seguir engordando a golpe de chuletón.

Dos pensadores fueron cruciales para el desarrollo de estas ideas en Wagner. El primero fue Gobineau, cuyo Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas absorbió tanto al Maestro que le hizo detener sus trabajos artísticos. El segundo fue Schopenhauer, quien tendría también una influencia notable en Hitler. Paula Cotorra no menciona a Gobineau, ¿por qué será? Y de Schopenhauer sólo hace una mención muy insuficiente. El titular es para Marx y para Feuerbach, ¡por su ateísmo humanista!

Gracias al director judío James Levine podemos adquirir versiones en DVD, de muchos de los dramas de Wagner, representadas con respeto, esmero y fidelidad a la intención del Maestro, representados en el Metropolitan Opera de Nueva York.

¿WAGNER “MÚSICO”?

La articulista se refiere a Wagner de forma reiterada como “el músico”, Andrés Ramón afirma que Wagner concibió “una nueva manera de entender la música como desafío intelectual» y Salmerón lo tacha de músico difícil.

No, no y no.

Hablar del Wagner músico, o compositor, es hablar sólo de una de las facetas artísticas de Wagner. Constituye una omisión imperdonable en un artículo dedicado a su pensamiento. Wagner es música tanto como es poesía o teatro. Todo ello de manera conjunta y solidaria. Es Arte Total, una comunión de las artes para lograr pulsar de manera adecuada y simultánea cada una de las fibras sensibles del corazón humano, para hacerlas permeables a un mismo mensaje de elevación wagneriano.

Es Arte Total, una comunión de las artes para lograr pulsar de manera adecuada y simultánea cada una de las fibras sensibles del corazón humano.

Con estos principios Wagner rompió con la arcaica ópera italiana e instauró un género nuevo, el drama musical. No es mi intención profundizar en las revoluciones artísticas que supuso esta ruptura, así que me limitaré a señalar algunas diferencias representativas: En el drama, los actores han de ser ante todo eso, actores. Buenos actores. Antes que buenos cantantes. Sucedía en la ópera italiana que a menudo una hermosa aria o unos versos de amor, eran sólo un pretexto para que se luciese una diva. Con la música ocurría otro tanto. En las obras wagnerianas pasó a esconderse a la orquesta para que no distrajese de la acción. Y lo mismo ocurrió con la escenografía y con todos los elementos que intervienen en la representación; perdieron su protagonismo en la medida en que se pusieron al servicio del conjunto para lograr el fin dramático de hacernos llegar un mensaje espiritual, un dilema moral y un drama humano a través del sentimiento. No es un cambio en “las formas tradicionales de la ópera”. Lo que modifica no es la forma, sino la esencia.

El drama wagneriano se armó así de una nueva significación que evocaba la función social y educativa del teatro en la Grecia Antigua, pero que alcanzó, con el desarrollo de las artes y de más de dos mil años de civilización europea, su sublimación.

La revolución a través del Arte no es una expresión poética. Es un proyecto revolucionario muy real dirigido al pueblo. Todo lo contrario de un desafío intelectual, de música difícil o de esnobismo para élites instruidas. El único requisito que Wagner demandaba de su público era corazón.

¿EL WAGNER “VENDIDO” A LA MONARQUÍA?

Paula Cotorra vuelve a poner de manifiesto su ignorancia supina sobre el Maestro al relatar este episodio de su biografía. Si en el momento en que Luis II de Baviera cruza su camino con el de Wagner, se hallaba éste en situación tan precaria, no era por falta de oportunidades laborales. Wagner podía haberse dedicado a dirigir, habría trabajado menos y vivido mejor. Podía haberse vendido muchas veces, no le faltaron ocasiones. Pero él se sentía llamado a desarrollar una misión artística. Así pues, se negó a hacer carrera como director y sólo aceptó estas ofertas en situaciones concretas, cuando la necesidad era asfixiante y nunca a costa de sacrificar su obra revolucionaria.

Por otra parte, la oposición de Wagner a la monarquía se dirige sólo en pocas ocasiones a la figura propia del monarca. Las más de las veces van dirigidas contra los perjuicios que causa toda esa camarilla de privilegiados y parásitos –en este grupo incluye a los judíos en los términos que se han explicado antes– que caracterizaban a la monarquía marchita de la época. Wagner no define un credo político concreto, define un sistema de valores a los que debe servir la política, con especial hincapié en el ejercicio de los artistas al servicio del pueblo. Un Estado Artístico.

El Rey Luis II y Richard Wagner.

En Luis II, antes que a un monarca o a un financiador, Wagner encontró a uno de sus mejores camaradas. Un discípulo, un convencido wagneriano. Un rey muy querido por su pueblo que, con 18 años, no pensaba en proporcionarse placeres, en intrigas, despotismos y lujos, sino en el Arte. Un rey que estaba dispuesto a poner sus recursos a disposición de la revolución wagneriana.

Para la posteridad: un loco. Así le apodaron por sus “inútiles” inversiones artísticas, como el ayudar a Wagner o la construcción de los castillos –obra de un megalómano– que hoy son el principal atractivo de Baviera, y que desde luego han generado infinitas veces las cantidades invertidas en ellos. A Hitler le sucedió otro tanto con sus grandes proyectos arquitectónicos, la gran mayoría inacabados. El Estadio Olímpico despertó idénticas críticas y sin embargo generó ingentes beneficios ya en los primeros Juegos Olímpicos en que se utilizó. Ningún arquitecto moderno recibe el epíteto de megalómano. Nadie llamaría megalómano a Pericles o a Fidias. Pero si es un “nazi” o un personaje poco grato… ¡oh! La cosa cambia. Debe presentarse el asunto de manera tal que parezca algo negativo. Acciones similares reciben críticas opuestas. Hay un obsceno doble rasero. Así son quienes escriben hoy la historia. Seres mezquinos, faltos de la humildad, la sinceridad y la caballerosidad necesaria para reconocer una buena acción con independencia de la opinión general que les merezca su autor. Y ciegos para apreciar aquello que de verdad enriquece a la humanidad.

¿WAGNER NAZI?

Paula Cotorra reduce la relación de Hitler y Wagner al entusiasmo musical del líder alemán y su promoción de los festivales de Bayreuth. Entiendo que es cuanto ella sabe, y por lo que cita de Salmerón o de Ramón Andrés, dudo que sus expertos conozcan mucho más.

Adolf Hitler con Wieland, nieto del compositor, y su madre Winifred, en aquel momento directora del festival.

Hitler no era un apasionado de la música de Wagner, era un wagneriano furibundo. Desde la primera vez que tuvo ocasión de acudir a ver un drama wagneriano –Lohengrin– quedó prendado. Pasó años leyendo con devoción cuanto se escribía sobre la vida y la obra de Wagner, a favor o en contra. Asistía con entusiasmo exultante a cada representación, aún si ello le quitaba de comer. La personalidad, las ideas y toda la cosmología wagneriana no tenían secretos para él. Wagner fue su primer y máximo referente, y fue precisamente tras ver su obra Rienzi, cuando Hitler se sintió llamado a una empresa superior: Hacer la revolución política.

Wagner el nazi es un sinsentido cronológico, pero Hitler el wagneriano es un hecho irrefutable.

Cuantas grandes ideas y principios componen el credo wagneriano se materializaron a través de la obra política o de la personalidad de Hitler: la reunión de todos los alemanes en un mismo estado –que hoy es ilegal incluso mentar en ciertos países democráticos alemanes–, el vegetarianismo y la protección a los animales y a la Naturaleza, la noción de Europa como una unidad superior, el socialismo comunitario, la cuestión racial, la lucha contra el sionismo y la supresión de los grupos de poder financieros y mediáticos, el anti materialismo, el Estado Artístico o la elevación a través del Arte al que con una asiduidad impropia de un político aludía en sus discursos… Hasta la creación de las SS tiene resonancias a Wagner, que abogaba por la creación de un ejército nacional popular sin clases. Y por supuesto, la lucha contra la usura que adquirió el primer lugar en el orden de prioridad del Partido y que condujo a la abolición del patrón oro en favor del patrón trabajo, es un precepto genuinamente wagneriano: “Tenemos que reconocer que la sociedad humana se conserva por la actividad de sus individuos, y no por la pretendida actividad del dinero. Hemos de afirmar en plena convicción este principio fundamental.” Así habló Wagner, sobre el mercantilismo opresivo que supone la razón última del actual sistema progresista y democrático actual.

Es grotesco hablar de apropiación de Wagner, si no es para constatar que Hitler interiorizó desde niño la concepción wagneriana del mundo y la hizo propia de forma espontánea y sincera. Sí cabría hablar de apropiación, en un sentido perverso, en el caso de la articulista tantas veces citada y de sus expertos, puesto que no buscan ni comprender ni difundir las ideas artísticas o políticas de Wagner, menos aún hacerlas suyas, sino atribuir a Wagner sus propias ideas con objeto de hacerlas parecer más serias y respetables y poner un ladrillo más en la construcción de la leyenda según la cual, ideas progres afines a las suyas han gobernado siempre las mentes más brillantes.

Existe también una apropiación contemporánea de la obra de Wagner –y de la de todos los autores clásicos– que consiste en tomar su nombre y algunos componentes de uno de sus dramas, para luego desfigurarlo todo y emplearlo como vehículo conductor de ideas contrarias a las que defendía el autor en ella. Ponen su nombre en el cartel, y la gente piensa que lo que va a ver es Wagner. Pero no es así. El mensaje wagneriano se ha erradicado y el vacío que queda se ha rellenado con politiquería, pornografía y degeneración de toda calaña.

En los festivales de Bayreuth sucedió en una ocasión que un mando local del Partido quiso colocar una bandera de la esvástica entre otras banderas medievales que se exhibían en la representación. Winifred Wagner, máxima responsable de los festivales, se opuso y lo comunicó a Hitler de inmediato. Hitler se mostró tajante y prohibió sin excepción todo intento de politización del Arte. Ni siquiera el himno alemán debía sonar en los festivales. Wagner por sí mismo ya era un símbolo insuperable de Alemania. Hitler amó la obra del Gran Maestro, y como Winifed, defendió siempre una estricta observancia a las indicaciones del maestro en la representación de sus dramas, que alcanzaban a precisar la naturaleza de los más ínfimos detalles.

Durante uno de los festivales, el director Heinz Tietjen, saluda brazo en alto a Hitler que viste de esmoquin. Heinz Tietjen fue el principal director de los Festivales de Bayreuth de 1931 al 1944, tras la guerra fue sometido a desnazificacion por los Aliados.

Y esas entradas que según Paula Cotorra Hitler regaló a “los soldados del partido nazi”, je je je… –perdonen que me ría, pero nunca existió tal cosa– fueron en realidad para soldados alemanes de permiso –afiliados o no al Partido– y para obreros. Nada de intelectuales señor Salmerón. Y cuando se dice que “regaló”, ha de entenderse –aunque ninguno de los intelectuales que apelmazan su palabrerío en dicho artículo lo sepan– que nos referimos a que lo hizo con su dinero, y no con dinero del Estado ni del Partido, pues Hitler jamás cobró un marco del erario alemán. Sus ingresos provenían en exclusiva de sus derechos de autor y de imagen.

Cuando los Aliados ganaron la guerra hicieron lo opuesto a Hitler. Podían haber cerrado Bayreuth o prohibido a Wagner, pero prefirieron destrozarlo. Iba más con su particular naturaleza moral. A Winifred Wagner la encerraron en un campo de concentración sin más acusación que sus convicciones ideológicas y cuando quedó libre la obligaron a renunciar a la dirección de los festivales. Consagrados artistas wagnerianos también fueron depurados por sus simpatías políticas, como las celebérrimas Kirsten Flagstad, Maria Müller o Germaine Lubin. A partir de ahí todo fue a pique. Y no sólo en Bayreuth. Consiguieron propagar su guerra contra Wagner por todo Occidente, una guerra en la que apenas quedó algún reducto a salvo. Mataron la revolución a través del Arte y emplearon la obra de Wagner para difundir sus infectas ideas políticas, su progresismo decadente, su revanchismo y su sucia visión del mundo y del hombre: burdeles, cámaras de gas o barrios bajos pasaron a formar parte habitual de las nuevas escenografías, y entre los protagonistas no faltaron villanos nazis, furcias, viciosos, y tipejos inclasificables.

Kirsten Flagstad, fabulosa artista wagneriana noruega. Estrella mundialmente reconocida. Tras la derrota fue detenida por sus simpatías políticas y le fue prohibido… ¡¡¡cantar!!! Aunque la Corte Suprema Noruega la declaró inocente, los nuevos inquisidores hundieron sin remedio su carrera.

No voy a gastar más líneas en desmontar otras acusaciones ridículas contenidas en dicho artículo como, por ejemplo, que los nazis se apropiaron de Los Maestros Cantores porque es la más sencilla, suena potente, bélica y poderosa. Escoger una obra por estas razones, es algo que sólo haría una persona con una sensibilidad comparable a la de quien esgrime esta acusación. Tampoco perderé más tiempo con los párrafos que dedica Cotorra, partiendo de las mismas premisas que en el caso de Wagner, a hablar de apropiación nazi de otros artistas; reduciéndolo todo a dos factores que ella y su comité de expertos denominan “enganche del nazismo”: nacionalismo y antisemitismo. Como si en el III Reich estas dos cualidades hubiesen definido en algún momento la calidad de una obra de Arte. Con lo expuesto hasta ahora ha quedado de sobra demostrado el conocimiento de causa con el que los autores de estos ataques hablan sobre Wagner, sobre Hitler, y sobre la relación del Nacionalsocialismo con el Arte; así como quién hizo propio el mensaje wagneriano, y quien se apropió de Wagner. El resto de la historia prosigue por los mismos derroteros.

¿HABRÍA COMPUESTO WAGNER UNA ÓPERA ANTINAZI?

Para Ramón Andrés es evidente que «si Wagner hubiera vivido en la época nazi —y no su nuera— habría compuesto una ópera contra los nazis”. Dos sencillos razonamientos bastarán para refutar este último disparate:

1. En primer lugar, la tesis de un Wagner antinazi se nos antoja bastante improbable si, en vez de darle valor al dictamen de un presuntuoso que ha dejado patente su desconocimiento de los más elementales principios que conforman el wagnerianismo, tomamos la opinión de quienes mejor conocieron al Maestro. Su nuera, a quien con desprecio se refiere Andrés como si el único lazo que la uniese al Maestro fuese el parentesco, fue en efecto una firme partidaria de Hitler. Y con ella, los más destacados wagnerianos y estrechos colaboradores en la empresa revolucionaria del maestro: El filósofo británico Hosuton Stewart Chamberlain, que llegó a ser yerno del Maestro tras su matrimonio con Eva Wagner; Hans von Wolzogen, el amigo más íntimo de Wagner en sus últimos años y director de las Bayreuther Blätter, órgano de expresión del wagnerianismo; Cosima Wagner, esposa del Maestro e hija del compositor y pianista Franz Liszt; o el matrimonio formado por el hijo del Maestro, Siegfried Wagner, y su mujer Winifred Wagner, quien, como se ha dicho, mantuvo su fidelidad a Hitler hasta su muerte, mucho más allá de la derrota y dirigió Bayreuth hasta que los buenos la retiraron a punta de fusil. Todos ellos además, se adhirieron al movimiento de Hitler años antes de que éste fuese una figura política de primer nivel y de que por tanto, pudiesen tener más interés en acercarse a Hitler que el mero idealismo. Y lo que es más relevante: su adhesión no sucedió con independencia de su wagnerianismo; fue en su condición de wagnerianos que percibieron una afinidad entre Hitler y las ideas del Maestro.

El escultor alemán Arno Breker inmortaliza a Winifred Wagner. Ambos fueron depurados por los Aliados tras la derrota pese a que ninguno tuvo la más mínima relevancia política, tan sólo artística. La obra de Breker fue destrozada a martillazos y Winifred fue expulsada de la dirección de Bayreuth.

2. En segundo lugar, Wagner no habría compuesto una “ópera” contra los nazis, aun partiendo de la retorcida hipótesis de que, de haber vivido en el III Reich, hubiese sido un opositor a Hitler. Y no lo habría hecho por la misma razón por la que no escribió ninguna obra contra los judíos, ni contra los capitalistas, ni contra los comunistas. Porque la obra de Wagner no habla de politiqueos, habla de elevar al hombre y al Pueblo a través del Arte.

CONOCER AL MAESTRO

Para comprender a fondo el pensamiento artístico y político de Wagner siempre será recomendable recurrir a su obra escrita, como en el caso de cualquier personaje histórico que haya plasmado en papel sus ideas y convicciones. Arte y Revolución, La obra de Arte del futuro, Ópera y Drama, Mi Vida o El judaísmo en la música son lecturas insustituibles. Otras obras de contemporáneos suyos son también fuentes de primer nivel. Entre ellas se pueden destacar El Nacimiento de la Tragedia de Friedrich Nietzsche, que encantó al Maestro en el momento de su publicación, o El Drama Wagneriano de Houston Stewart Chamberlain, una obra emblemática del wagnerianismo.

No obstante, existen muchos buenos trabajos actuales que pueden servir mejor como introducción al universo wagneriano o complementarse con los primeros como herramienta de reflexión, crítica y profundización. A continuación adjunto una relación de obras –tomada de mi propia biblioteca, no de fuentes secundarias– que considero muy adecuadas a tal fin. Me consta que existen muchísimas otras obras de calidad pero, o bien no las conozco personalmente como para osar recomendarlas, o bien tratan temas que considero mejor expuestos desde una perspectiva divulgativa en los que sí he incluido.

El periodista Jesús Ruíz Mantilla, se congratulaba el pasado año 2019, en el periódico El País, de la puesta en escena ejecutada por Tobias Kratzer en Bayreuth, en la que Tannhäuser era sustituido por un payaso que deambulaba entre comida basura, un drag queen y una bandera política del movimiento LGTBQ en un ambiente moderno y degradante. ¿Le pareció buena la representación? No; él simplemente se alegraba de que se destruyese “la trasnochada ficción dramática”, de que se insultase a Wagner. Grosso modo, puede clasificarse a los hombres en tres grandes categorías conforme a su naturaleza. Están los que crean, los que parasitan y los que destruyen. Juzgue el lector la de cada cual, como juzgará la Historia.

Espero que los lectores interesados sepáis sacar buen provecho de ellas. Aunque si, ignorando vuestro buen juicio, algún amigo o familiar que sabe de vuestras inquietudes artísticas, os regala el libro de Ramón Andrés, tampoco lo toméis a mal, pues, pese a todas mis críticas, aún se le puede sacar a este líbelo un cierto partido en los tiempos que corren: Quien lo posea, puede adjuntarlo a cuantas obras de la misma índole se publican hoy en día y lograr una posición privilegiada, cuando, en el próximo confinamiento, vuelva a escasear el papel higiénico.

Dr. Stockmann


 *ANEXO: LECTURAS RECOMENDADAS

Algunos títulos distribuidos por la Associació Wagneriana de Barcelona, que es sin duda la máxima referencia en asociaciones dedicadas a divulgar el pensamiento del Maestro en nuestro país:

Wagner, una vida dramática, de Zdenko von Kraft. Una biografía magnífica y amena. Su autor fue un conocido literato, wagneriano y nacionalsocialista cuyas obras artísticas fueron incluidas en la lista negra de la República Democrática Alemana tras la guerra.

El Wagnerianismo como concepción del mundo, de Ramón Bau. Este libro y el siguiente son los mejores trabajos que conozco para introducirse al wagnerianismo. Con lenguaje diáfano y directo, expone de manera sencilla, punto por punto, todas las claves del pensamiento de Wagner.

El Wagnerianismo como concepción del Arte, de Ramón Bau.

Textos sobre el Wagnerianismo, de Ramón Bau. Reflexiones y críticas a propósito de Wagner y sus dramas.

El debate sobre la ópera italiana y Wagner, de Antonio Fargas, Joaquim Marsillach, E. Sunyol y Ramón Bau. Recopilación de escritos, convenientemente introducidos y comentados, sobre una cuestión que en su momento generó enfrentamientos encendidos, e incluso peleas en las calles. ¿Ópera o Drama? Eran tiempos aquellos en que el Arte apasionaba a grandes masas. Hoy… realitys y reguetón.

La Asociación Cultural Devenir Europeo cuenta con más de una década de activismo constante. En este tiempo han realizado un enorme número de actividades y publicado una cantidad fabulosa de material formativo de temática política, cultural, artística e histórica. Relacionado con Wagner puede conseguirse a través de su web los siguientes escritos:

– Revista Devenir Europeo nº25: Bicentenario wagneriano. Homenaje al Maestro. El artículo de Ramón Bau Cómo iniciarse en Wagner sin morir en el intento, es sin lugar a dudas, la primera lectura que uno debe acometer antes de enredarse en lecturas largas o complicadas sin saber si le va a interesar el tema.

– Revista Devenir Europeo nº14: Romanticismo: La revolución espiritual. Del máximo interés es el texto Wagner romántico y revolucionario de Jordi Mota.

– Revista Devenir Europeo nº7: La música, espíritu del pueblo. Hay varios textos que guardan relación con el tema de la música en el III Reich, la visión artística y musical de Hitler, y con el Maestro. A destacar: El Proyecto del “Arte Global” de Wagner.

– Colección de Biografías “Nuestros Grandes” nº23: Richard Wagner, de Ramón Bau y Jordi Mota. Tres textos esenciales sobre Wagner y sobre su relación con Hitler.

– Colección de Biografías “Nuestros Grandes” nº22: Luis II, de Jorge Mota, María Infiesta y Ramón Bau. Textos imprescindibles para conocer quién fue el rey que puso su reino a disposición de la revolución wagneriana.

– Colección de Biografías “Nuestros Grandes” nº10: Franz Liszt, de Ramón Bau. Músico y compositor excepcional. Amigo, compañero y suegro de Richard Wagner. Compartió las ideas artísticas y políticas del Maestro y fue por encima de todo un ejemplo de buena persona.

– Cuadernillos formativos Europae nº20: Lohengrin. Texto del drama wagneriano que gira en torno a los principios de fidelidad y confianza.

– Cuadernillos formativos Europae nº19: Wagner y los animales, de Hans von Wolzogen. Sobre esa faceta sensible del genio de Bayreuth que tanto caló en el Führer.

– Cuadernillos formativos Europae nº8: Hitler y la Música, de Santos Bernardo. Estudio muy documentado sobre la pasión de Hitler por el arte y la música.

– Cuadernillos formativos Europae nº6: Tristán e Isolda. Texto del drama wagneriano que profundiza en el amor por encima de las conveniencias sociales. Nota: no salen jipis.

– Cuadernillo independiente: Mis Ideas (carta a Federico Villot), de Richard Wagner.

– Libro: Adolf Hitler. El hombre musical y su impronta wagneriana, de Santos Bernardo. Obra reciente que reúne una gran cantidad de fuentes históricas y documentales a través de la cual ahonda con precisión en la pasión musical y wagneriana de Hitler.

– Libro: Adolf Hitler descrito desde la experiencia, de Hans Severus Zieglar. Imprescindible. Este libro está entre las tres mejores obras para conocer a Hitler el hombre; su faceta artística, cultural y sensible.

Otras publicaciones alternativas de gran interés que pueden ser difíciles de encontrar. Las incluyo porque, pese a hallarse con casi toda seguridad descatalogadas –o prohibidas en algún caso– es factible encontrarlas a través de internet en librerías de segunda mano o similares:

– Libro: Hitler, mi amigo de juventud, de August Kubizek. Este libro es básico para conocer el despertar wagneriano de Hitler, un niño fuera de lo normal que dedicaba su tiempo a proyectar prodigiosas reformas arquitectónicas en su pequeña ciudad y fantaseaba con hacer carrera en el mundo de la pintura.

– Libro: Los textos Malditos de Richard Wagner. Escritos sobre el judaísmo. Recopilación de los tres breves ensayos que escribió Wagner sobre la cuestión judía, con un prólogo explicativo.

– Libro: Richard Wagner y el Teatro clásico español, de Jordi Mota y María Infiesta. Wagner adoraba a Calderón. Un trabajo único sobre la influencia tan desconocida que tuvo nuestro Siglo de Oro sobre el genio del Romanticismo alemán.


[1] https://www.elconfidencial.com/cultura/2020-09-26/wagner-opera-izquierda-nazismo_2761748/

Un comentario en “WAGNER ERA REPTILIANO: Mil y un embrollos y piruetas para oscurecer la incómoda relación entre Hitler y Wagner

  1. BAKUNIN Y WAGNER NO PODÍAN LLEGAR A ENTENDERSE

    Bakunin como escribió , Velasco Criado, en su libro Ética y Poder Político en M. Bakunin, olvida que no hay hombre individualmente puro, incontaminado y sabio como para ser dueño absoluto de sí mismo , Velasco Criado en esa obra editada por la Universidad de Deusto, recoge la opinión de E. Mounier en la que se plantea la necesidad de una intervención del Estado coactivo » como lugar inevitable» frente al hombre desfalleciente por su propia limitada condición . Efectivamente el ataque de Bakunin a todo poder del Estado no dejaba de ser , en ocasiones , inadecuado, impropio y peligroso. Escribió Mounier : » la subordinación a una persona es humillante, mientras que la subordinación a un universo de cosas no lo es «.Aquí surge esa incompatibilidad entre Wagner y Bakunin, ya que la barbarie también puede expresarse en la Sociedad, en la Individualidad y en el rechazo de las Instituciones mediadoras de orden y de búsqueda de Justicia. El gran Adam Müller con su organicismo económico planteó instancias vertebradoras donde persona, sociedad, orden económico, empresa y Estado podían navegar sin naufragar.

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