Antes de hablar de Matías Montero, me gustaría decir algo respecto a este tipo de artículos que recuerdan a quienes dieron su vida por una causa justa. Aunque pueda parecer lo contrario, soy un defensor del principio de autonomía histórica, y creo que la autonomía histórica es una condición necesaria pero no suficiente para lograr una lucha política eficaz y para evitar que una teoría política o una idea políticamente útil en la lucha contra el capitalismo y contra nuestra sustitución demográfica quede inutilizada políticamente. Esto quiere decir que la autonomía histórica no garantiza el éxito político, pero su ausencia sí garantiza el fracaso. Y más cuando hoy nos encontramos en una guerra de extermino, el nuestro, de un genocidio por sustitución demográfica, el nuestro, que no debiera dar lugar a abogar por el fracaso. Y cuando se sabe que es condición necesaria para ganar la guerra hacer una cosa, y aun así no se hace, eso es traición. Para tratar de disimular u ocultar esta traición se necesita creer que esto no es así para así creer que no hay nada que hacer y por tanto no hace falta luchar de una manera eficaz, y entonces se buscan todo tipo de excusas o se sale del ámbito de lo racional y del ámbito de la lógica para violar el principio de autonomía histórica y así poder seguir anclado al pasado. Esto es lo relevante desde un punto de vista lógico.
Ahora bien, dicho esto, considero que, en el momento actual, en el que no se dan las condiciones objetivas (que no dependen de nosotros) ni las condiciones subjetivas (que sí dependen de nosotros) para una lucha política eficaz contra el sistema, la guerra cultural es previa a la guerra política, como bien decía Antonio Gramsci, y en el momento actual, la guerra cultural pasa por mantener viva la llama de aquellos que nos precedieron en la lucha y el sacrificio por una España mejor. Y uno de ellos fue sin duda, Matías Montero, del que este 9 de febrero se conmemora el 87 aniversario de su asesinato.

Matías Montero y Rodríguez de Trujillo nació en Madrid, en la calle Carranza, el 28 de junio de 1913. Estudió en el Colegio de los Sagrados Corazones, en la calle Martín de los Heros, de Madrid. No pudo ingresar en la Escuela Naval porque era miope, y decidió estudiar Medicina en la Universidad Central de Madrid. Huérfano de padre y madre, vivió con su hermana Angela, un hermano que murió en 1943, y con sus dos tías Rosario y Rafaela Rodríguez de Trujillo en casa de su abuela materna en Madrid en la calle Marqués de Urquijo, 21 – 3º, en el madrileño barrio de Argüelles, mientras realizaba sus estudios universitarios de Medicina. Sus primeras inquietudes políticas fueron cercanas al comunismo y a la izquierdista Federación Universitaria Escolar (FUE), de la que fue miembro, aunque posteriormente salió de ésta y el 9 de febrero de 1931, exactamente tres años antes de su muerte, cuando tenía solo diecisiete años, se adhirió por carta al manifiesto político de “La conquista del Estado”, que acababa se sacar Ramiro Ledesma Ramos, director de dicho semanario, dándose de baja en la FUE. La carta de adhesión de Matías Montero decía así: «Sinceramente convencido de que su ideario viene para abrir un camino salvador en la actual confusión político social, envío desde luego mi adhesión y le ruego me envíe folletos que expliquen detalladamente lo que va a ser el partido. Yo soy estudiante de Medicina y tengo 17 años, pero me falta muy poco tiempo para cumplir dieciocho años.»
En 1932 se afilió a las JONS. El 29 de octubre de 1933 asistió al acto del Teatro de la Comedia en Madrid, y se afilió a Falange Española, donde pronto destacó como un activo militante. También fue uno de los cofundadores del Sindicato Español Universitario (SEU), adscrito a la Falange, en noviembre de 1933, encabezado por Alejandro Salazar, pues fue encargado de redactar los Estatutos del SEU junto a Manuel Valdés Larrañaga, Julio Ruiz de Alda, David Jato Miranda y Alejandro Allánegui. Y una vez organizado el SEU, se le designó a Matías Montero miembro de su triunvirato ejecutivo. Colaboró en el semanario “F.E.”, de Falange Española, escribiendo en la sección “Falanges Universitarias”. Matías Montero solía participar en la venta del “F.E.” por las calles de Madrid, lo que entonces era una actividad de riesgo. Así, el 11 de enero de 1934, resultó asesinado un joven estudiante que acababa de adquirir dicho semanario en la calle Alcalá de Madrid, llamado Francisco de Paula Sampol. Tras el asesinato de éste, y cuando los falangistas pedían vengarle, José Antonio, contrario a tomar represalias, dijo: “El que quiera vengar a Sampol tiene un método: salir a la calle a vender “F.E.”.

También fueron asesinados Vicente Pérez, distribuidor de “F.E.”, el 27 de enero en la calle Clavel, dos vendedores heridos en la Gran Vía el 3 de febrero, y otros caídos anteriores a Matías Montero habían sido el primero de todos, José Ruiz de la Hermosa, y después Manuel Rodríguez Gimeno, José García Vara, del sindicato CONS, asesinado después en abril de 1935, Tomás Polo, Juan Lara, Manuel Carrión, y Juan Cuéllar, en un crimen tan horrendo éste, tras el cual a José Antonio no le quedó más remedio que aceptar las represalias a partir de entonces

En enero de 1934 participó, junto a Agustín Aznar y otros falangistas, en el asalto a un local de la FUE en la Facultad de Medicina, en represalia por una agresión a un militante del SEU el 24 de Enero de 1934. Matías Montero tenía veinte años y estaba terminando la carrera de Medicina, cursaba quinto curso ese año.
Al anochecer de la tarde del viernes 9 de febrero de 1934, mientras se encontraba en la madrileña calle Juan Álvarez de Mendizábal, de vuelta a su casa después de vender en la calle junto a otros camaradas del SEU, el núm. 6 del periódico oficial del partido – “F.E.” -, fue asesinado en el número 70 de dicha calle, por dos pistoleros socialistas que le dispararon dos tiros por la espalda, y tres tiros más estando ya en el suelo para rematarle. Uno de los asesinos fue Francisco Tello Tortajada, militante de las Juventudes Socialistas, afiliado a la UGT, y del grupo socialista llamado “Vindicación”, al que también pertenecía Santiago Carrillo, que se dedicaba a cometer atentados y asesinatos por cuenta del PSOE. También fue detenido como cómplice Francisco Mellado Menacho. El asesinato tuvo un gran eco entre los círculos universitarios contrarios a la FUE. El propio José Antonio, ejerció la acusación privada como abogado de la acusación particular en el juicio contra el asesino de Matías Montero, Francisco Tello, que había sido detenido y después juzgado y condenado a veintitrés años y tres meses de prisión, pero pronto salió de la cárcel amnistiado, pues al llegar el Frente Popular al poder, tras las elecciones de febrero de 1936, se promulgó una amnistía que abarcaba –según se dijo– todos los delitos de intencionalidad política. Al estallar el Alzamiento, le nombraron comisario político, y antes de terminar la guerra logró huir de España y se fue a Méjico donde murió allí años después sin que se hiciera justicia son semejante alimaña. Como curiosidad, decir, que el sobrino del asesino de Matías Montero, que se llamaba Antonio Tello Tello, fue falangista.


El 10 de febrero se realizó la autopsia del cadáver, y el féretro salió del Anatómico Forense por el portal de la calle Santa Isabel, desde la Plaza de la Alegría, escoltado el féretro por cientos de falangistas y simpatizantes que asistieron al entierro de Matías Montero, siendo trasladado a la Sacramental de Santa María, en Madrid, donde fue enterrado a las 4 de la tarde en medio de un respetuoso silencio.
Durante su entierro, y tras un discurso de José Antonio, se escuchó por primera vez el luego famoso grito de “¡Presente!”. En dicho discurso frente a la tumba de Matías Montero, José Antonio pronunció estas palabras:

“Aquí tenemos, ya en tierra, a uno de nuestros mejores camaradas. Nos da la lección magnífica de su silencio. Otros, cómodamente, nos aconsejarían desde sus casas ser más animosos, más combativos, más duros en las represalias. Es muy fácil aconsejar. Pero Matías Montero no aconsejó ni habló: se limitó a salir a la calle a cumplir con su deber, aun sabiendo que probablemente en la calle le aguardaba la muerte. Lo sabía porque se lo tenían anunciado. Poco antes de morir dijo: “Sé que estoy amenazado de muerte, pero no me importa si es para bien de España y de su causa”. No pasó mucho tiempo sin que una bala le diera cabalmente en el corazón, donde se acrisolaba su amor a España y su amor a la Falange.
¡Hermano y camarada Matías Montero y Rodríguez de Trujillo: ¡Gracias por tu ejemplo! Que Dios te dé el eterno descanso y a nosotros nos lo niegue hasta que sepamos ganar para España la cosecha que siembra tu muerte. Por última vez: ¡Matías Montero y Rodríguez de Trujillo! ¡Presente! ¡Viva España!”.
Según recogió el periódico “El Sol”, del 17 de febrero de 1934, el día anterior se celebró un funeral por el descanso del alma de Matías Montero en la Iglesia de los Sagrados Corazones de Madrid, al que asistió José Antonio, y unos 1.500 afiliados. A salida del templo, José Antonio fue saludado con el brazo en alto.

Fueron proféticas estas palabras encontradas en el cadáver de Matías Montero, escritas por él, ensangrentadas y guardadas en su ropa, y que aún hoy son un llamamiento a los jóvenes españoles:
“Haremos que cruce el territorio de España la espina dorsal de una institución que antaño le dio unidad y sabiduría: la Universidad. Hoy no tenemos Universidad. No creas, lector, que esos viejos o modernísimos edificios que se dicen Facultades pueden ser la auténtica Universidad española. El hábito no hace al monje. Alfonso X El Sabio explicaba: ‘Universidad es el ayuntamiento de maestros y alumnos’. Estas palabras no son aplicables a nuestros centros docentes, divididos en pugnas. Por eso nosotros, Falanges Universitarias, tocamos la campana que llama a nuestra juventud. Acudid a nuestro llamamiento. Aprenderéis con nosotros a llorar los dolores de España, a reír sus alegrías, a luchar por su honor, a morir por su integridad. Vertebraremos a la Patria, flácida hoy, amando y edificando la Universidad que mañana dará a España, como en el siglo XVI, héroes y santos, guerreros y sabios, misioneros y caudillos.»

El asesinato del estudiante Matías Montero supuso un auténtico revulsivo para José Antonio, quien en el mismo momento del asesinato se encontraba en una montería, y al enterarse de dicho atentado, dijo una frase que a partir de entonces cumplió a rajatabla: “Este ha sido el último acto frívolo de mi vida”. Y efectivamente, a partir de entonces, no solo abandonó definitivamente su afición a la caza, sino que desde entonces rompió totalmente con todo rastro de “señoritismo” en su vida, para adoptar desde entonces una actitud mucho más severa y radical.
También sirvió como bandera de los estudiantes falangistas, pues tras su asesinato, Matías Montero se convirtió en un protomártir de la Falange, a pesar de que Matías Montero fue el quinto militante falangista asesinado en un atentado, pues previamente habían sido asesinados otros cuatro militantes falangistas, y habiendo muerto de la misma manera el mes anterior, el 11 de enero de 1934, otro joven estudiante ya mencionado, Francisco de Paula Sampol, al adquirir el núm. 2 del semanario falangista “F.E.” en el centro de Madrid.

En febrero de 1935, primer aniversario de su asesinato, Ramiro Ledesma le dedicó un recuerdo en las páginas de su semanario “La Patria libre”, que dirigió tras su ruptura con Falange en enero del 35.
En su carácter de símbolo, a Matías Montero se le realizan todos los años homenajes desde su asesinato, elevándolo a la categoría de ejemplo a seguir por los falangistas. Ya durante la guerra civil española y por una Orden del 5 de febrero de 1938, el Ministerio de Educación Nacional dirigido entonces por Pedro Sainz Rodríguez declaró festivo en los centros docentes de toda España el 9 de febrero de cada año, denominándose “Día del estudiante caído” e incluyendo así a Matías Montero en el martirologio del bando nacional, más allá de la propia Falange.

Después de todo lo dicho, creo que queda claro que no podemos ni debemos olvidar a Matías Montero por una elemental cuestión de honor.
Eduardo Núñez