Este texto es absolutamente ‘inútil’, de forma que solo pretende hacer pensar.
Una buena parte de la filosofía se ha centrado en el problema entre lo ‘real’ y lo ‘ideal’, o sea si las cosas son ‘en sí’ o son ‘como las imaginamos en nuestra mente’.
Cuando Descartes dice ‘Pienso luego existo’, viene a decir que lo que existe es lo que pienso, no sabemos lo que ‘es en sí’. Y para arreglarlo dice que como Dios no nos engaña, debe suponer que las cosas son como las pensamos o vemos. O sea, solo podemos asegurar como son las cosas en sí por confianza en Dios. Prueba que no parece muy filosófica sino más bien teológica.
Docenas de filósofos han abordado este tema, desde Spinoza, Locke, Leibniz hasta llegar a Kant, que con su aportación sobre los ‘a priori’ mentales de causalidad, tiempo y espacio, empezó a distinguir entre realidad e ideal. Tras ello toda otra serie de pensadores decidieron acabar con el problema y decidir qué realidad e ideal eran los mismo, Fichte, Schelling o Hegel, y se quedaron tan anchos pues tranquilizaba a la gente pensante, no había problema, lo que vemos es real tal como lo vemos e idealizamos.

Locke ya dijo que lo mejor era asumir la identidad entre lo real y lo pensado o ideal, pues “es suficiente nuestro conocimiento de las cosas para fines prácticos”. O sea, para nuestra utilidad basta con que creamos que las cosas son como las vemos y pensamos.
Y es así en todo, la utilidad solo lleva a estar conforme con el velo de Maya, o sea prescindir de la Verdad y quedarse con la Utilidad. Y eso se generaliza incluso a todo tipo de pensamiento.
Schopenhauer fue uno de los que rompió esa paz (o más bien simplería mental) demostrando que lo real no sabemos que es en sí más que por nuestros sentidos y nuestra mente que lo idealiza. Su estudio sobre los colores fue una muestra de este tema, los colores no existen en sí mismos y son un tema que muestra el peligro de idealizar la realidad acorde a lo que vemos, creyendo que eso es lo ‘real’.
Meditando sobre los colores se inicia un conocimiento esencial del relativismo de nuestro conocimiento de la realidad, que termina hoy en día con la física cuántica demostrando lo poco que sabemos de la esencia real de las cosas.
Los colores no son más que representaciones cerebrales de las señales que unos sensores (bastones de la retina) envían en forma de señales eléctricas por las neuronas del nervio óptico. En sí sabemos que son ondas de diversa frecuencia, pero las ondas las detectamos por aparatos que luego mentalizamos en sus resultados.
Lo malo es que cuando profundizamos más en los sentidos, más nos damos cuenta de que todos ellos solo son interpretaciones cerebrales de señales de nervios.
¿Y las cosas en sí? Si nuestra vista tuviera capacidad de rayos X, la esencial ideal de las cosas la tendríamos muy distinta que ahora. O sea, una mesa de la que tenemos una idea vista por rayos X sería otra idea de mesa.
La mesa es pues nuestra idea de mesa, pues en sí es un conglomerado de átomos y fuerzas que difícilmente podemos imaginar (hacer idea de ello).
Hay un libro magnífico de Stephen Hawking titulado ‘Los sueños de los que está hecha la materia’ (solo apto para los que hayan estudiado física cuántica) donde se puede comprobar que la ‘idea’ de las cosas y su realidad son dos temas distintos.
Algo tan elemental como la gravedad, que nos da una ‘idea’ de la causalidad de tantas realidades, no sabemos porque existe ni de donde proviene esa atracción a enormes distancias estelares.
Nuestra mente tiene unos apriorismos de causalidad, tiempo y espacio que nos hacen establecer la ‘idea de las cosas’, acorde a lo que nos llega al cerebro. Pero por aparatos y medios científicos podemos ver lo relativo de estas conclusiones. Tiempo relativo, espacio deformado por la luz y la gravedad, materia y energía sin conocer la causalidad inicial, en fin, lo ’real’ no es ‘relativo’, pero para la utilidad nos basta lo ‘falso pero útil’.

El mundo atómico es tan extraordinariamente extraño, con fuerzas tan raras y poco conocidas que, si pudiéramos captarlas, nuestra visión del mundo ‘real’ sería difícil de conceptuar.
Esto no dejaría de ser solo una meditación filosófica y científica si no fuera porque en el mundo de las ideas sociales nos pasa lo mismo.
El mundo político-social es como una ‘realidad’ oculta por el velo de Maya, la gente solo ‘ve’ lo que los medios de información le dicen, eso es su ‘realidad social’. Es la mesa vista por un ojo.
Si la gente tuviera una visión más intensa y potente, vería la mesa de forma distinta y si se ocupara de pensar y analizar las cosas sociales entraría un poco más en su realidad oculta.
Pero la utilidad esencial de ‘dejarse vivir’ no exige más que creer en lo que todos dicen. Es lo más útil y menos problemático.
Si sabemos que el mundo no es como lo vemos, sino que nos oculta su ‘ser en sí’ por no tener sentidos más finos (y que cuanto más finos fueran, mediante aparatos, más complicadas son las cosas y menos útil su ‘idea’ para la vida normal), lo mismo nos pasa con las ideas sociales, morales, etc.… creemos las que nos imponen y si tratamos de ir a mejores y más esenciales principios, tendremos problemas personales, sociales, de trabajo… seremos raros, gente antisocial, herejes.
Hoy la Cosmología Nacionalsocialista es una herejía ‘inútil’ para vivir ‘feliz’, es romper el velo de Maya y tratar de ver más adentro las ideas en sí. Cuesta trabajo, persecuciones, aislamiento, rechazo… solo la búsqueda de la Verdad mantiene esa lucha inútil.
Ramón Bau
El artículo destila cierto pragmatismo á la William James, lo cual no es negativo. Lo que si puede serlo es el reduccionismo del idealismo alemán al simple postulado que identifica lo ideal con lo real.
En primer lugar el plantear esa oposición entre una realidad e idea es ya una idea. Es más, la categorización utilizada en el texto -y se critica en este- es justamente aquella que se plantea en Méditations métaphysiques de Descartes, donde la idea es ante todo una representación mental post-cognitiva, es decir, una impronta sensible. El idealismo trascendental Alemán que se critica justamente invierte el dualismo cartesiano para proponer que todo fenómeno y objeto tiene un caracter mental y es a través de esta relación mente-ente/cosa que se comprende el mundo.
Cada ente sensible precisa de un órgano receptor capaz. Afirmar que el empirísmo es el medio de conocimiento es plantear que a lo sumo la razón nos lleva a ser aquel receptor-individuo absoluto, pero es bien sabido que un metro mide metros y que hay pensamientos aún no pensados. Por tanto no toda percepción es sensible ni cognitiva, como tampoco toda sensación o cognición tiene que ser externa.
El «en sí» o «para sí», – an und für sich- no se trata de una visión trascendentalista y escapista que propone lo abstracto como superior a lo concreto -lo funcional, material y pragmático-, sino que propone una reflexividad del fenómeno de la cosa para con la cognición de este para romper con la dualidad sujeto-objeto, haciéndose el hombre uno con la naturaleza y el mundo, última razón de la filosofía de la naturaleza.
Proponer a Locke como la solución al problema es plantear que el empirísmo -semilla del cientificísmo moderno- es lo real y por ende no pensado. Si no hay identidad entre la realidad y lo ideal -lo pensado-, no pensamos lo real, o dicho de otra manera, no somos capaces de pensar nada verdadero.
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Existe una «precomposición del ser » de forma que no es abolutamente ajeno a la mente humana, o bien por ser el conocimiento científico capaz de abstraer en relación al movimiento de los seres individuales , como si fuese este movimiento una contingencia en la que se expresa la naturaleza y que admite comprensión de la forma universal que la determina, esto en un sentido clásico aristotélico . O bien en la moderna Filosofía de la Cicencia de T. Khun cuando en su obra » La estructura de las revoluciones científicas» considera que hasta que no aparece un «problema » novedoso que es imposible conocer, explicar, prever, predecir según los esquemas heredados, la ciencia oficial se mantiene airosa parapetada y orgullosa en su paradigma . Esto es, los datos considerados «relevantes» para la Teoría pueden variar y no alcanzar explicación en la versión heredada de la Ciencia y entonces es cuando un paradigma revolucionario sustituye a otro instaurándose un nuevo dominio para la comprensión lógica . La utilidad no es contraria al avance del conocimiento ni a su especialización esencial en el sentido de ampliación, profundización y búsqueda de sentido de hechos, fenómenos, realidades que requieren otra explicación y comprensión que resulta inconsecuente en los paradigmas antiguos.
No conocemos por el pensamiento un mundo imposible, no asimilable, irreconocible, obtuso, cerrado por su singularidad, un mundo permanentemente ajeno al entendimiento, donde una metodología «dadaista» como la que propuso el primer P.Feyerabend acierta por casualidad oportuna . El conocimiento es más bien la ordenación, en un momento, adecuado, del pensamiento con la naturaleza real cognoscible por equilibradamente adaptada a las exigencias de la búsqueda y de las preguntas coherentes . Una anomalía se convierte en una secuencia normal dentro del rango explicativo del nuevo paradigma, se imponen nuevas condiciones formales y empíricas para que la capacidad predictiva de la Teoría sea la adecuada, por ello la ciencia se desarrolla ampliando su radio de conocimiento por procesos de precisión y de amplitud explicativa.
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Francisco José Soler Gil en su «Aristóteles en el mundo cuántico» defendió la tesis en la que asumía que algunas partes del formalismo de la mecánica cuántica debían postularse como descripciones realistas de algunas sustancias aristotélicas. Que una entidad física teórica científica sea » independiente de la mente» implicaría que también lo sería de otros varios factores y esto no quiere decir que sea plenamente «autónoma» como «sistema físico aislable» ya que conserva su sentido interno, tales son las » partículas elementales», los «campos de fuerza» , las «ondas gravitacionales»,….En realidad las «sustancias aristotélicas» también serían autónomas, más que «independientes de forma absoluta», para adecuarse a la mente tiene que existir «armonía previa «, una cierta compatibilidad como sucede con algunos conceptos científicos, que son temporalmente asimilables por el pensamiento humano de una forma explicativa coherente, al menos dado un marco de exigencias y de interpretaciones. .
Las apariencias en la percepción norman y ordenan ( J. Locke ) ya que el lenguaje es previo a la ciencia y no ha sido creado ni cincelado por los lógicos, los filósofos o los científicos y surge , a veces, para confusión momentánea, «el extraño uso de las palabras». El lenguaje , es más que las palabras y es un instrumento que se toma «prestado» de la colectividad humana. Las ideas simples y las ideas complejas reelaboradas pugnan por establecer una «esencia nominal», siempre discutida, origen polémico fecundo para adecuar mejor el conocimiento. Pero en el discutir sobre el sentido y adecuación de las palabras tenemos el reto de muchas ciencias ya sean prácticas o teóricas. La problematicidad de los lenguajes no impide el discurso científico acertado, es uno de sus principios no por inestable insuficiente.
El conocimiento humano ofrece frutos posibles , prácticos, útiles y valiosos que establecen límites más que objetivos a lo largo de las dilatadas e inacabables discusiones humanas. Frente a estas tesis están los pirrónicos como el médico griego Sexto Empírico, o, el también médico, portugués del s. XVI, Francisco Sánchez ,que en su obra editada por Tecnos ;»Que nada se sabe», muestra un escepticismo radical. ambos que tienen tiempo para discutir y poner en duda toda construcción teórica pretenciosa ya sea matemática, gramatical, filosófica quedándose en un pragmatismo del orden útil cotidiano. Su escepticismo también admite críticas escépticas…
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