El pasado 20 de marzo fue el equinoccio de primavera. Ostara es otra de las grandes celebraciones anuales paganas, que se corresponde con la Pascua cristiana, aunque las fecha difieran ligeramente (la Pascua es el primer domingo de luna llena después del equinoccio de primavera).
Es una época de fertilidad y florecimiento, el triunfo de la belleza, la alegría y el amor. La Luz va ganando terreno a la oscuridad y cada vez los días son más largos y la época de oscuridad, infertilidad y muerte que veíamos en el invierno parece quedar atrás; llega el despertar de la vida y la naturaleza. Por muy duro que haya sido el invierno y la oscuridad, la vida siempre vuelve a renacer (representación de la resurrección en el cristianismo). Aquí se cumple el ciclo de nacimiento, muerte y renacimiento. Es un día para recibir el sol al amanecer y para que nos de toda su fuerza y energía para continuar el camino hasta su total victoria y plenitud, que llegará en el solsticio de verano.
Los símbolos ancestrales de esta celebración son los conejos, los huevos y las flores. Las casas deben ser decoradas con motivos florales para dar la bienvenida a la primavera y, como siempre, es una festividad para celebrar junto a toda la familia. Con los más pequeños pintaremos huevos de colores; los huevos son la representación de la fuerza de la vida renaciente. También es típico en muchos lugares hornear pan con forma de nido y un huevo en su interior o hacer galletas de almendra con forma de conejos. Las manzanas son un viejo símbolo de fecundidad que también suele estar presente en las comidas de estos días.

Esta fiesta simboliza el renacimiento de la vida y es un buen momento para reflexionar sobre lo que debemos dejar atrás, en nuestra vida pasada. Como representación de ese renacimiento a la nueva vida, es costumbre vestir ropa de color blanco durante esta festividad y encender un fuego o ruedas solares como símbolo del poder de la luz sobre la oscuridad. También encenderemos la vela del año de nuestro candelabro (ver artículo sobre el solsticio de invierno) para recordar a nuestros ancestros, que siempre están presentes en todas nuestras celebraciones. Al encender esta vela, es especialmente importante meditar sobre el sentido que tuvo esta festividad para nuestros antepasados y el sentido que tiene ahora la fiesta para nosotros y nuestra familia.
Este día, o los días cercanos, es especialmente importante pasear y hacer excursiones a la naturaleza con toda la familia para despertar del letargo invernal. Los padres deberán procurar la risa y alegría de los más pequeños realizando juegos y contando historias divertidas en las que la naturaleza o los animales tengan un papel fundamental.

Como siempre, la sana recuperación de nuestras costumbres ancestrales sin caer en la sobreactuación, nos ayudará a reconectar con nuestras raíces, nuestros antepasados y los ciclos naturales de la vida, algo fundamental y tremendamente necesario en el mundo postmoderno y materialista en el que vivimos, que nos aleja cada vez más de todo lo que realmente importa (la comunidad popular, la familia, la naturaleza, el bien, la belleza, el amor…) para hacernos esclavos del dinero y la tecnología, destruyendo todo nexo de unión con nuestras raíces más profundas y perdiendo nuestra identidad, olvidando quiénes somos, de dónde venimos y por qué estamos en este mundo.
No podemos permitirlo y, por ello, hay que volver a las raíces más profundas y buscar el significado espiritual de todas las festividades de forma que nos ayuden y nos guíen en medio de la oscuridad.
Olíndico