Céline, un rebelde con causa

«En este mundo vil, nada es gratuito. Todo se expía: el bien, como el mal, se paga tarde o temprano. El bien mucho más caro, lógicamente». L.F. Céline

Este pasado 1 de julio se cumplieron 60 años de la muerte del genial escritor francés Louis Ferdinand Auguste Destouches, más conocido por su seudónimo Louis-Ferdinand Céline, abreviado generalmente como Céline, uno de los escritores franceses más traducidos del siglo XX, pese a ser un autor “maldito” para el sistema.

Céline nació en Courbevoie (Francia), el 27 de mayo de 1894. Fue voluntario en la Primera Guerra Mundial, de la que regresó con parte de su cuerpo mutilado. Al terminar el conflicto, comenzó a estudiar Medicina, y se doctoró en 1924, con una tesis sobre el médico húngaro Felipe Ignacio Semmelweis (1818-1865), a quien un colega contemporáneo definió como «un poeta de la bondad».

Céline se adhirió, junto con un grupo de jóvenes y talentosos intelectuales franceses, a lo que Mussolini llamó «la tentación fascista», en el período de entre guerras. Este «pecado«, con todas sus variantes, también se dio no solo en Francia sino prácticamente en todos los países de Europa. Pero lo cierto es que ninguno de los otros países contó con una congregación de autores tan brillante, trágica y malograda como la de Francia, pues a todos ellos se les aplicó, según los casos, la ley del «encierro, destierro o entierro«; y todos ellos recibieron el despectivo apodo de “colabos”, es decir «colaboracionistas». Pero con una diferencia, y es que mientras muchos fueron tibios colaboradores, “Céline se comprometió más profundamente”, tal y como dice Alistair Hamilton en su libro “La ilusión del fascismo”. Y es que Céline no se limitaba a generalidades, sino que formulaba propuestas concretas: “Es necesario trabajar, militar con Jacques Doriot, un hombre que ha cumplido con su deber siempre”, declaraba Céline al órgano del Partir Populaire Français (PPF), que fue el más implicado en la colaboración. Por eso mismo, Céline no apoyó al régimen colaboracionista de Vichy, diciendo del mismo: “Vichy no existe, es humo, sombras”.

Louis Ferdinand Auguste Destouches, más conocido por su seudónimo Louis-Ferdinand Céline.

En el caso de Céline, lo cierto es que no existe polémica acerca de su talento. Casi todos los prólogos a sus obras incluyen las alabanzas al estilo literario original y personal de Céline con comentarios como: “escritor genial”, «escritura hablada», «pesimismo radical», «nihilismo deslumbrante», etc. Sus admiradores políticos, lo han llamado «el profeta de la decadencia europea». Como dice Juan Garcia Hortelano sobre el peculiar estilo literario de su obra, “Céline creó una lengua significante y hermosísima en su anárquica expresividad, en su grafía desquiciada, en sus signos de puntuación arrebatadoramente pictóricos. A veces usa las mayúsculas con un hálito de ansiedad intraducible, o como arroyuelos de hiel los puntos suspensivos. Naturalmente hubo de inventarse algunas palabras más, y más formas sintácticas de las contenidas en el argot, cuando necesitó transmitir los niveles de una estremecida realidad para la que resultaban inútiles el orden y decoro de la literatura filatélica”.

Otro escritor francés, Robert Brasillach, comentaba acerca de la obra de Céline “Bagatelles pour un massacre”«El antisemitismo instintivo halló su profeta en Louis Ferdinand Céline». La cuestión reaparece en “L’Ecole des cadavres”«Personalmente encuentro a Hitler o a Mussolini, admirablemente magnánimos, infinitamente más a mi gusto, destacados pacifistas, en una palabra, dignos de 250 Premios Nobel», escribía Céline.

Juventud de Louis-Ferdinand Céline.

En “Les Beaux Draps” critica a la burguesía, impulsa medidas sociales, propone un salario único, y recomienda nacionalizar los bancos, la industria y la producción minera, los ferrocarriles, las compañías de seguros y los grandes almacenes, así como la industria pesada en general. El libro era tan virulento que el propio régimen colaboracionista de Vichy prohibió su distribución. La crítica a la burguesía es una característica de toda su obra, y por ese motivo muchos izquierdistas lo leen y, en cierta forma, lo admiran. Aunque, en palabras de Alistair Hamilton, “el “comunismo” de Céline se parecía más a la doctrina de Charles Maurras que al marxismo”.

La cuestión es que, en Francia, país que se enorgullece de ser un baluarte de la libertad, 40 años después de haber sidos escritas, obras de Céline como “Bagatelles pour un massacre”, “Mea culpa”, “L´école des cadavres”, y “Les Beaux Draps” estaban prohibidas. Y ello es debido a que la militancia política de Céline a favor del Nuevo Orden Europeo es clara.

Su obra más famosa es “Viaje al fin de la noche” (“Voyage au bout de la nuit”), una narración de rasgos autobiográficos publicada en 1932. Su protagonista, Ferdinand Bardamu, enrolado en el ejército francés, y asqueado en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, decide desertar haciéndose pasar por loco, no sin describir toda suerte de personajes pintorescos y de pintar el absurdo y la brutalidad de la gran guerra. Tras la guerra y un noviazgo con una estadounidense, Lola, va a parar a una colonia francesa en Africa; donde su descripción del sistema colonial francés es hilarante y sumamente crítica: viene a decir más o menos que el colonialismo francés es el paraíso de los pederastas y que todo se funda en la explotación de los colonizados (recordando a “El corazón de las tinieblas”, de Joseph Conrad).

La aparición de “Viaje al fin de la noche” fue una innovación literaria sin igual. El lenguaje, muy jergal, escandalizó a los contemporáneos y fue mucho más lejos que escritores que intentaron, antes de Céline, escribir usando este registro, como Émile Zola. Su prosa, como su forma de abordar los temas, y los temas en sí mismos, es extremadamente violenta, amarga y quebradiza. Su ritmo es salvaje, acelerado, y en él reposa gran parte del mérito literario del autor. Su lenguaje es vivo, libre de todo tipo de formalidades, para escribir del modo más expresivo posible.

Céline muestra una visión del mundo y sus habitantes descarnada y mordaz. Defensor de una visión de la miseria sin adornos que la conviertan en una parodia, muestra la naturaleza humana sin máscaras, lo cual es un acto de sinceridad. En Céline, la opción en pro de una escritura agresiva, el gusto por las bromas, o más exactamente, ocurrencias, y la provocación, se apoyan en este caso en una conciencia permanente en su valor como escritor.

De estilo vivísimo, a veces intraducible a causa de su propensión a calcar el lenguaje oral, influyó profundamente en las generaciones posteriores. Autores como Charles Bukowski, Jean Paul Sartre, Henry Miller, William S. Burroughs, Kurt Vonnegut, Billy Childish, Irvine Welsh y su contemporáneo Alessandro Baricco le reconocen una profunda influencia.

Después de la caída del régimen de Vichy, la vida de Céline sería una sucesión de sufrimientos que parecen copiados de sus propias novelas. Y así parece confirmarse que la vida imita al arte hasta en sus aspectos más desgarradores.

Radio Londres, portavoz de la resistencia francesa, desde donde De Gaulle señalaba a los franceses que eran objetivo de la resistencia, anunció oficialmente que su cabeza tenía precio, y ofreció una recompensa por la captura de Céline, vivo o muerto, así que, en 1944, Céline se fue de Francia. Y se fue a Dinamarca.

En septiembre de 1945, un juez dictó orden de arresto contra Céline por «traición a la patria». Poco después, una denuncia anónima informó a la embajada francesa en Copenhague que el fugitivo se encontraba en esa ciudad. El 17 de diciembre de 1945, Céline fue encarcelado, y el novelista permaneció en una celda de la severa prisión de Vestre Faengsel en unas condiciones humillantes durante 16 agónicos meses. Entre otros vejámenes, sus carceleros lo mantuvieron sin calefacción en pleno invierno danés. Hay que tener en cuenta que Céline se había quedado mutilado después de la Primera Guerra Mundial, además, estaba enfermo y se le agravaron sus dolencias hasta límites insoportables: enteritis, pelagra y reumatismo. Mientras, en Francia, su editor, Denoel, fue asesinado. Céline salió en libertad el 24 de junio de 1947, sin cargos, con 40 kilos menos.

El juicio al escritor «maldito» se llevó a cabo el 21 de febrero de 1950, en París, en ausencia del acusado y de un abogado defensor; lo condenaron a un año de prisión, pena inferior a la cumplida con carácter preventivo en Dinamarca. Pudo regresar a Francia el primero de julio de 1951, a los seis años de terminada la guerra, donde encontró que toda su obra había sido destruida. Solo a partir de 1953 la editorial Gallimard pudo volver a editar sus obras, con algunas excepciones.

Céline se estableció con su mujer y decenas de gatos y perros en Meudon, cerca de París. En 1953 abrió un consultorio médico para atender a personas sin recursos, y se hizo imprimir tarjetas de presentación en las que se leía: «Louis Ferdinand Céline – Ave del paraíso». Recibía cartas diarias con insultos y amenazas; y otras tantas llenas de admiración y elogios. Unas y otras le tenían sin cuidado. Escribió por entonces: «Anarquista soy, he sido, sigo siendo. ¡Y me traen sin cuidado las opiniones!»

Céline se estableció con su mujer y decenas de gatos y perros en Meudon.

Poco a poco, Céline recuperó el prestigio literario que, a pesar de todo, le pertenecía. Pero el sistema se lo devolvió a regañadientes, haciendo constar siempre que había sido, y continuaba siendo, un «maldito» para la sociedad liberal.

Carlos Manzano, traductor de “Cartas de la cárcel” -y de la mayoría de los libros de Céline en español – respalda las afirmaciones de François Gibault: «Cuando volvió a Francia, se encerró y nunca quiso hablar con la prensa ni con nadie».

Céline falleció en Meudon el 1 de julio de 1961, a los 77 años.

Efeméride para reivindicar a Celine distribuida por la Asociación Devenir Europeo.

Cabe recordar que, como todos los años, el gobierno francés da a conocer la lista de personalidades y hechos culturales que se celebran en ese país a lo largo del año. Pero en el 2011, cuando se supo que el nombre de Louis-Ferdinand Céline estaba en esa lista, la reacción del sionismo en Francia fue inmediata: El sionista Serge Klarsfeld, expresó su indignación en nombre de la Asociación de Hijos de los judíos deportados desde Francia. Dos días después, el ministro de Cultura, Frédéric Mitterrand, aceptando las presiones sionistas, eliminó a Céline de esa lista. Pero ello desató un debate intelectual de los que sólo Francia es capaz: Philippe Sollers habló de censura, Frédéric Vitoux (de la Academia Francesa) habló de stalinismo, y Bernard-Henri Lévy dijo que se debía recordar a un gran autor, pues Céline es considerado, junto a Proust, el mejor escritor francés del siglo XX. Y eso está y debe estar siempre por encima de todas las ideologías políticas. Por eso recordamos este mes a Céline en el 60 aniversario de su muerte, como un rebelde con causa.

Eduardo Núñez

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