Hace 70 años, el 23 de julio de 1951 murió Philippe Pétain, el que fuera héroe de Verdún durante la I Guerra Mundial, y a quien los nacionalistas franceses piden su rehabilitación. Sin embargo, como veremos, es un personaje histórico sobrevalorado, con sus luces y sus sombras.
Philippe Pétain (1856-1951) fue el hijo de un modesto agricultor cuya madre murió cuando el pequeño Henri Philippe tenía pocos meses, por lo que fue confiado a los cuidados de su abuela, que lo educó de una manera espartana. Tal tipo de educación no le resultó excesivamente penosa, pues más tarde manifestaría a un amigo: “Todo lo que poseo de bueno se lo debo a mi abuela. Fue ella quien me enseñó la rectitud de carácter, la seriedad y la voluntad de perseverar en el esfuerzo”. En 1867 asistió al colegio religioso de Saint-Omer, continuando sus estudios en Arcueil. Ingresó más adelante en la prestigiosa Academia militar de Saint-Cyr en el año 1876. Ahí comenzó su carrera militar, y desde 1906 impartió clases en la École de Guerre, en las que se mostró favorable a los despliegues tácticos defensivos y al desarrollo de líneas fortificadas. Durante la Primera Guerra Mundial, se distinguió en Bélgica. Dirigió la batalla de Verdún en donde se ganó el título de «vencedor de Verdún» o “el héroe de Verdún”, lo que le permitió contar con una buena reputación. Ésta se le atribuía, principalmente, a su influencia sobre la moral del ejército y a su voluntad de evitar ataques inútiles. Era Teniente de Infantería cuando en Mentón, localidad francesa junto a la frontera con Italia, conoció a Eugénie Hardon, que con el tiempo acabaría siendo su mujer. En 1911, con el grado de Coronel, asumió el mando del 33.º Regimiento de Infantería de guarnición en Arrás, al que perteneció como Subteniente Charles De Gaulle.


El 28 de junio de 1914, el Archiduque Francisco Fernando de Austria fue asesinado en Sarajevo, lo que motivó el estallido de la Primera Guerra Mundial.
El 5 de agosto de 1914 Pétain recibió la orden de dirigirse hacia el frente. El 31 de agosto, ascendido a General, asumió el mando de una división que se estaba replegando en desorden en Bélgica, a la que consiguió inspirar un nuevo espíritu combativo. El 20 de octubre, el General en jefe Joseph Joffre le confió el mando de un cuerpo de Ejército. El 21 de junio de 1915 fue nombrado Jefe del II Ejército en el puesto del General Castelnau. Su prudencia y su habilidad táctica comenzaron a merecer la atención del General Joffre y de las autoridades políticas. El 24 de febrero de 1916, el Alto Mando le confió la delicadísima tarea de defender a cualquier precio el sector de Verdún, donde la ofensiva alemana podía abrir el camino hacia París. En pocos meses, con una defensa organizada de manera magistral, ganó la mayor batalla de desgaste de la historia, famosa por la consigna francesa “Ils ne passeront pas!” (“¡No pasarán!”) y que tuvo lugar entre el 21 de febrero y 18 de diciembre de 1916, dando el siguiente balance de bajas: alemanes, 434.000; franceses, 543.000. Pétain sustituyó al General Nivelle en el mando de los ejércitos del Norte y Nordeste en el año 1917. En ese mismo año, en 1917, fue nombrado Jefe del Estado Mayor General y asumió el cargo de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas francesas. Después de finalizada la Gran Guerra, en noviembre de 1918 fue nombrado Mariscal de Francia y Vicepresidente del Consejo Superior de Guerra. En 1919, con Joffre y Ferdinand Foch, recibió la espada de Mariscal, en el curso de una imponente manifestación en el Arco del Triunfo de París. En 1920 contrajo matrimonio civil con Eugénie Hardon, en la capital francesa.
En el periodo de entreguerras, fue elegido miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Entre 1925 y 1926 estuvo al mando de las tropas francesas, que, junto a las españolas, actuaron contra las fuerzas de Abd-el-Krim, en Marruecos. Sucedió a Foch en la Academia Francesa y fue Ministro de la Guerra en el gabinete de Doumergue. En 1934 fue nombrado Ministro de Guerra y cinco años más tarde, en 1939, se le dio el cargo de gobernador galo en España. En 1936 el Frente Popular ganaba las elecciones en Francia al igual que en España, llegándose al máximo antagonismo entre la derecha y la izquierda. Pétain, queriéndolo o no, se convirtió en el favorito de la derecha. En el año 1938 mantuvo una riña literaria con el Coronel Charles De Gaulle, quien publicó con su nombre un libro sobre la historia del ejército francés. Según el acuerdo establecido, De Gaulle habría tenido que hacer el borrador del volumen, que luego firmaría Pétain, y así se interrumpieron las relaciones, hasta entonces extremadamente deferentes, entre De Gaulle y Pétain. En abril de 1939, Albert Lebrun fue confirmado de nuevo como Presidente de la República francesa. El presidente del Consejo, Edouard Daladier, al tener que establecer las relaciones diplomáticas con la España franquista, pensó en Pétain como la única personalidad grata al régimen de los vencedores en la guerra civil española, ya que Franco se mostraba por entonces disgustado contra el país que había enviado armas a los republicanos españoles durante el gobierno socialista francés de Léon Blum. El 2 de marzo de 1939 el Consejo de Ministros francés designó por ello al Mariscal Pétain como embajador de Francia ante el Gobierno de Franco. En el expreso de París-Hendaya llegó a la frontera la mañana del 16 de marzo de 1939, y en territorio español lo recibieron el Coronel Sanz-Agero y el Coronel Ungría. El Mariscal partió para San Sebastián, donde permaneció seis meses antes de su traslado a Madrid.

Antes de la guerra, y respecto al rearme, la evidencia reconocida por diversos jefes militares franceses, entre ellos Foch y Pétain, es que, mientras Alemania destruía todos sus carros de combate, entre 1919 y 1933, sus antiguos enemigos ingleses y franceses, que se habían comprometido a hacer lo mismo, no sólo no lo hicieron, sino que construyeron miles de carros más.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, el 3 de septiembre de 1939, Francia se puso del lado de Inglaterra al declarar la guerra a Alemania.
El 1 de mayo de 1940, el presidente del Consejo, Paul Reynoud, llamó a Pétain, proponiéndole para Ministro de Estado y Vicepresidente del Consejo de Ministros en su gabinete. En plena reunión extraordinaria del Gobierno, la mitad de los ministros, con Petain como bandera, piden el cese de una lucha insensata. Paul Reynaud dimitió como jefe del gobierno el 18 de junio, y esa dimisión le llevó a la presidencia a Pétain ya que el Presidente de la República francesa, Albert Lebrun, creyó que sólo una recia personalidad militar como el Mariscal Pétain podría sacar al país del atolladero.

Durante la invasión alemana de Francia, Pétain sucedió a Paul Reynaud e inmediatamente solicitó un armisticio a las fuerzas germanas. Cuando los alemanes se acercaron a París y en pleno derrumbamiento del ejército francés, hubo un acuerdo unánime en señalar a Pétain como la única persona que podía pedir a los alemanes un armisticio sin deshonor. El mismo fue firmado en un vagón, en el bosque de Compiègne, donde se había firmado anteriormente el armisticio entre el II Reich alemán y Francia poniendo fin a la Primera Guerra Mundial. Recordemos que, en 1918, los delegados alemanes fueron tratados por los franceses de una manera indigna; Foch ni se levantó ni respondió a su saludo; les sometió al régimen de prisioneros e incluso les amenazó… En 1945, Keitel, que estuvo en Compiégne, sería tratado por Eisenhower y Montgomery al estilo de Foch.
El 21 de junio de 1940 se firmó el Armisticio, el tratado de paz con Alemania en Compiègne, en el mismo escenario de la capitulación alemana en 1918. El Jefe del Estado francés, democráticamente votado por la Asamblea Nacional, a requerimiento de Albert Lebrun, Presidente de la República francesa, y de Vincent Auriol, de la Asamblea Nacional, como tal Jefe de Estado de Francia, firmó el Armisticio con Alemania. La delegación francesa, presidida por el General Huntziger es recibida con honores militares. Hitler, que esperaba a los franceses, se levantó al llegar Pétain y le estrechó la mano. Se destinó un apartamento privado para los franceses, para que pudieran conferenciar; los delegados disfrutaron de una ilimitada libertad de movimientos, y las conversaciones se desarrollaron correctamente.

Considerando cuan apabullante había sido la derrota francesa, y que fue Francia quien declaró la guerra a Alemania, las condiciones impuestas por Alemania fueron extremadamente suaves, especialmente si consideramos, como digo, que Francia había sufrido la mayor derrota de su historia. Los términos del Armisticio fueron tan suaves, sobre todo si se tiene en cuenta la magnitud de la derrota francesa, que Pétain, que no podía literalmente creer en la generosidad del adversario, ni siquiera en el cálculo de ésta de usar hacia Francia una política de moderación para ganársela a su causa, exclamó, poco después de separarse de Hitler, tras firmar el Armisticio: “Quel imbécile!” (“Qué imbécil”). Pétain temía que los alemanes le exigieran la flota de guerra, la flota mercante, bases en las colonias y una fuerte contribución de guerra, máxime existiendo el precedente del Tratado de Versalles, en el que Francia se había arrojado sobre Alemania como una hiena. Pero no, los alemanes no le exigieron nada de eso. Alemania no exigió indemnizaciones de guerra desorbitadas, ni cesiones de territorio, ni devolución de las colonias alemanas arrebatadas por Francia en Versalles, faltando a su palabra. No pidió, siquiera, la entrega de la flota de guerra, casi intacta aún y que constituía, por calidad y tonelaje, la tercera fuerza naval del mundo y que podría, en buena lógica, ser considerada como botín de guerra. Los altos mandos de la flota francesa habían prometido a Churchill que, en ningún caso, la flota sería cedida a Alemania, y tal promesa sería mantenida, pero no deja de ser sorprendente que, con toda la Francia metropolitana en poder de los alemanes, estos toleraran tal situación. Alemania no obligó a Francia a reconocer que le correspondía al gobierno francés toda la parte de culpa en el desencadenamiento de la guerra, como hicieran Poincaré, Clemenceau, Berthelot et alia en Versalles, con Alemania. Y no se obligó tampoco a Francia, a romper sus relaciones con Inglaterra. Únicamente se exigió la ocupación temporal —mientras durara la guerra con Inglaterra— de la costa atlántica de Francia y de territorios del norte del país, incluyendo la capital, París.
Fue por una orden expresa del propio Führer que dejaran de publicarse las atrocidades cometidas entre la declaración de guerra y la capitulación de Compiégne contra los súbditos alemanes residentes en Francia, y los prisioneros de guerra capturados por el Ejército francés. Las condiciones del Armisticio Impuestas por Alemania fueron tan generosas que Pétain diría al General Georges, del Alto Estado Mayor francés: «Al concedernos este Armisticio los alemanes han cometido un tremendo error. No teníamos nada para defendemos y si nos hubieran exigido la flota se la habríamos tenido que dar» (Henry Coston: «Dictionnaire de la politique française»).

Recordemos también que el eminente crítico militar inglés Charles Liddell Hart reproduce una conversación sostenida entre Hitler y el Mariscal Von Rundstedt, en la cual el Führer le dijo que “consideraba, pese a todo, al Imperio británico, junto a la Iglesia Católica, como uno de los pilares del orden en el mundo. Hitler insistió en que no quería una guerra con Inglaterra y que, para ello, quería evitarle la humillación de capturar a la totalidad de su Cuerpo expedicionario”, ya que “si el Ejército británico hubiera sido capturado en Dunkerque, el pueblo inglés habría considerado que su honor había sido manchado… una mancha que hubiera debido ser lavada. Dejándole escapar, Hitler esperaba conciliarse la simpatía británica”. (Ch. Liddell Hart: “The Other Side of the Hill”; Boswell Ed.; Londres, 1948). Los Generales Guderian, Blumentritt, Von Brauchitsch, Von Kleist y Siewert confirmaron que fue, personalmente, Hitler, quien, por las razones aducidas, frenó a sus tropas en Dunkerque. Y los ingleses Hinsley, Fuller y Leese, han descrito sobre el episodio de Dunkerque, que, lejos de ser una gesta del Ejército británico, no fue más que otro intento hitleriano para impedir la continuación de la guerra. Sin embargo, la nueva propuesta de paz, hecha, oficialmente, cuando los últimos destacamentos británicos abandonaban Dunkerque, sería rechazada. Y la propaganda haría creer a las masas desorientadas que el episodio de Dunkerque fue una heroica gesta del Cuerpo expedicionario inglés.
Aquella rendición de Francia en 1940, como hemos visto, fue muy diferente de la rendición sin condiciones que impondrían los aliados a Alemania cinco años después donde esta vez el vencedor no tendió la mano al vencido. Pétain, que siempre buscó lo mejor —o lo que él creyó lo mejor— para Francia, quiso explotar al «imbécil» Hitler y dio comienzo al llamado “double jeu” (“doble juego”) practicado por la inmensa mayoría de los hombres del régimen de Vichy con singular pericia, durante casi cuatro años. Y, dicho sea de paso, muy parecido a lo mismo que hizo por aquellos mismos años el régimen de Franco en España.

Inglaterra rompió sus relaciones diplomáticas con Francia y creó, en Londres, un titulado “Gobierno de Francia libre”, presidido por un cipayo de Londres, un General provisional, Charles De Gaulle, que, desobedeciendo las órdenes recibidas, había huido a Inglaterra.
El gobierno francés del Mariscal Pétain se instaló en Vichy, en la “zona libre” no ocupada por los alemanes, y fue inmediatamente reconocido por todos los países del mundo —exceptuando Inglaterra, que reconoció un gobierno en el exilio formado por el General, a título provisional, Charles De Gaulle—incluyendo los Estados Unidos y la Unión Soviética, que mantuvieron relaciones diplomáticas normales con él. Sólo Inglaterra, siguiendo, como es lógico, su interés político, reconoció la «Francia libre» de De Gaulle, lo que le serviría de coartada para proclamar que «el Gobierno de Vichy» no representaba a Francia. De Gaulle fue el clavo ardiendo al que se agarró el General Spears, del «Intelligence Service». Este General Spears, al que se había dado por misión que encontrara a un General francés de prestigio que tuviera probabilidades de incorporar a la lucha contra Alemania a territorios del Imperio francés, se dirigió sucesivamente, sin éxito al Mariscal Juin, al Almirante Darlan, al Generalísimo Gamelin, y a los Generales Weygand, Esteva y Nogués. Al fallar todos ellos, el Coronel De Gaulle (General a título provisional pero desde muy joven metido en política) fue el elegido para su «gobierno» londinense.

El 10 de julio de 1940, se aprobó la llamada «ley constitucional», que daba al Mariscal Pétain todos los poderes gubernamentales y buscaba la promulgación de una nueva Constitución, que nunca vería la luz. El Estado francés permaneció durante toda la guerra bajo el mandato de Pétain. Disuelta la Tercera República francesa, Pétain ostentó la jefatura del llamado Gobierno de Vichy. Antes de producirse el derrumbamiento de Francia, condenó el movimiento de los “Franceses Libres” de Charles De Gaulle (1940), quien desde Londres había hecho un llamamiento radiofónico a favor de la resistencia, señalando a sus compatriotas franceses a los que había que “depurar” desde Radio Londres… Durante el régimen de Vichy se explotó el culto a la personalidad de su Jefe de Estado, el Mariscal Pétain. El 24 de octubre, Pétain se reunió en Montoire con Hitler para acordar una política de colaboración franco-alemana que no pasó de ser un “matrimonio de conveniencia no consumado”, en la que Hitler le pidió inútilmente que la Francia de Vichy declarase la guerra a Gran Bretaña. Practicando el “doble juego” los franceses prestaron magníficos servicios a sus aliados de Londres, y así, ese mismo mes, en octubre de 1940, después del criminal ataque de los ingleses contra la inerme flota francesa en Mers-el-Kébir, Pétain mandó a su fiel amigo e influyente político, Louis Rougier, en misión especial a Londres para concluir un “gentlemen’s agreement” (“un acuerdo entre caballeros”) con Churchill. El ataque de la flota inglesa contra la base naval de Mers-el-Kébir, en Argelia, se había producido pocos días después de haber constituido De Gaulle su Gobierno cipayo en Londres. El Almirante Sommerville, que dirigió los ataques contra Mers-el-Kebir y Dakar, hizo todo cuanto pudo para evitarlos, y se hizo repetir dos veces la orden por el propio Churchill. Unas semanas después, sería destituido.
A pesar del bombardeo de Mers-el-Kébir, a pesar de Oran, de las invasiones de Siria, el Líbano y Madagascar, a pesar del bloqueo por hambre decretado por Inglaterra… a pesar del bombardeo de Dakar, de los crímenes de los «maquisards» armados por Londres, a pesar de las maniobras de los «gaullistas» londinenses, hubo muchos, la mayoría altos cargos de Vichy que, queriéndolo o no, sabiéndolo o no, ayudaron a Inglaterra, que siendo aliada de Francia, la trató infinitamente peor que su enemiga Alemania.

El Gobierno de Vichy se comprometió a no ayudar a Alemania más que cuando se viera absolutamente forzado por las circunstancias. La flota francesa nunca sería entregada a los alemanes. En caso de peligro de que tal ocurriera, se tomarían medidas para que la flota francesa se autodestruyera. El Gobierno de Vichy opondría una resistencia de principio, en las colonias francesas, en caso de que éstas fueran atacadas por los ingleses, pero, en cambio, el gobierno inglés se comprometió a devolver todos los territorios ocupados a Francia al final de la guerra. Finalmente, el régimen de Vichy se comprometió a alinearse lo menos posible junto a las posiciones diplomáticas alemanas. Vichy cumplió escrupulosamente estos acuerdos: no sólo la flota francesa se autodestruyó en sus cuatro quintas partes, sino que cuando se recibió en Vichy un despacho del General Dentz dando cuenta de que el ataque inicial de los anglo-gaullistas contra el Líbano había sido rechazado, Pétain exclamó: «J’ai toujours dit que ce petit bonhomme était un crétin. Il n’avait qu’à faire voir qu’il voulait se déffendre, et puis capituler» (“Siempre he dicho que ese hombrecillo —Dentz— era un cretino. Todo lo que tenía que hacer era hacer ver que resistía y luego capitular”) (según cita Louis Rougier en «Mission à Londres».). El 7 de junio de 1941, el Gobierno británico hizo saber que tropas gaullistas, apoyadas por unidades británicas, habían dado comienzo a la ocupación militar de Siria y el Líbano. Las tropas francesas leales a Vichy, mandadas por el General Dentz, resistieron hasta el 14 de junio, fecha en que fue ocupada Damasco. Dentz pidió entonces el Armisticio.
Que el régimen de Vichy no alineaba su política exterior con la alemana lo prueba el hecho de que siempre mantuvo relaciones diplomáticas con los Estados Unidos hasta el momento del desembarco de las tropas norteamericanas de Eisenhower en África del Norte el 8 de noviembre de 1942, debiendo entonces, «pro-forma», romper dichas relaciones, de modo que cuando los aliados desembarcaron en Marruecos y Argelia (territorio colonial francés), ordenó a sus hombres combatir contra ellos en dichas colonias, y acentuó la represión contra las fuerzas de la resistencia. Pero el más flagrante ejemplo de traición fraguada con la complicidad de Vichy fue el desembarco de tropas anglo-norteamericanas en Argelia, el 8 de noviembre de 1942. El ya nombrado escritor Louis Rougier, panegirista acérrimo del Mariscal Pétain, admitió que éste estaba de acuerdo con ChurchiII en muchos puntos y al corriente de las intenciones de los Aliados de desembarcar en Argelia. Y fueron escasos los franceses que, en África del Norte, ofrecieron resistencia al desembarco y la invasión aliada en Argel, donde agentes angloamericanos que prepararon la invasión sobornaron a numerosos funcionarios franceses. (André Savignon: «Dans ma prison de Londres»). Y este inesperado ataque por la espalda motivó el definitivo hundimiento del frente alemán del Norte de África, ya que la tan inesperada como rápida ocupación de Argelia y la consiguiente invasión de Túnez cogieron el frente germano-italiano de Libia del revés e imposibilitaron, prácticamente, toda defensa eficaz. Las consecuencias del desembarco en Argelia repercutieron en el frente ruso, pues Hitler al ver al «Afrika Korps» cogido entre dos fuegos, debió retirar tropas y aviones que operaban en el frente del Volga y enviarlos a toda prisa al Mediterráneo. En aquel mismo momento estaba en todo su apogeo la terrible batalla de Stalingrado y la Wehrmacht tenía imperiosa necesidad de todas sus fuerzas. Así que la consecuencia de este desembarco aliado en África del Norte fue el definitivo hundimiento del frente germano-italiano en África del Norte.

Mucho se ha hablado del «double jeu» de Vichy, e insólitamente, se ha mezclado el «honor» en tales trapisondas; el «honneur» de Francia, según la interpretación de muchos —casi todos— sus militares de carrera, consistía en ayudar a los aliados de Mers-el-Kébir mientras, por el otro lado, se multiplicaban las zalamerías al Reich y se mandaban trabajadores «voluntarios» a Alemania. Con razón se ha dicho que «el patriotismo es el último refugio del granuja», pues refugiándose en el patriotismo, la mayoría de «vichysois» contribuyeron positivamente, faltando a su palabra empeñada, a derrotar a quien tras haberles vencido y desarmado, les había tratado mucho mejor que los aliados a los alemanes en 1945, pues las represiones alemanas contra los franceses sólo empezaron varios meses después de haber iniciado sus actividades los francotiradores de la «Résistance», ya que a partir de la guerra entre Alemania y la URSS, las llamadas “Fuerzas Francesas del Interior” se destacaron en acciones de guerrilla y sabotajes y en actos terroristas dirigidos contra la propia población civil francesa, y es evidente que un ejército de ocupación no podía dejarse apuñalar Impunemente por la espalda. Por lo demás, el racionamiento de víveres en la Zona Ocupada de Francia fue menos severo que el implantado por los “libertadores” de De Gaulle, y las ejecuciones sumarias fueron muy inferiores en número. El caso es que, para satisfacer su venganza por la humillación sufrida por su vieja xenofobia, los patriotas profesionales, los militares de carrera, los nobles e incluso los clérigos de choque, hicieron del «doble juego» una institución nacional. Algo difícilmente compatible con «le honneur». No se puede vivir libre, en un castillo, con criados alemanes a su servicio, habiendo dado la palabra de militar francés de que no se evadiría, para después evadirse, como hizo el General Giraud… y luego tener el impudor de hablar de «honneur».
El Mariscal Pétain desarrolló un poder de corte centralizado que aspiraba a una «Revolución Nacional», bajo el lema «Trabajo, Familia, Patria»; por lo que se suspendieron todos los partidos políticos y todos los sindicatos fueron unificados en una organización de corporativismo laboral, al tiempo que aparecieron tribunales de excepción. Se tomaron algunas medidas positivas como la creación de un Ministerio de la reconstrucción, la prohibición de fumar en salas de espectáculos y se instauró el día de las madres. En octubre de 1940 el gobierno francés voluntariamente, tomó algunas medidas de excepción contra la masonería, si bien, aun así, hubo masones que ocuparon altos cargos en Vichy, pese a la actitud oficial antimasónica del Gobierno Petain. Henry Coston dio sobre ello abundantes detalles en “Le Rétour des 200 Familles”. Se creó la Legión Francesa de Combatientes, que debía servir como punta de lanza de la “Revolución Nacional”, y dentro de ésta se constituyó un Servicio de Orden Legionario que colaboró con el Tercer Reich. También cabe recordar como una medida positiva que fue entonces cuando tuvo lugar la vuelta a España de la escultura ibera de la Dama de Elche en 1941, ya que se encontraba por entonces en Francia tras el interés mostrado por el hispanista francés Pierre Paris, había sido comprada por el Museo del Louvre, y en 1941, fruto de un intercambio de obras de arte entre España y Francia, regresó a España junto con otras obras. El año anterior, el 24 de septiembre de 1940, el embajador José Félix de Lequerica escribió al Ministro de Asuntos Exteriores Ramón Serrano Suñer anunciando que ya se habían realizado los contactos con los directores de museos franceses para recobrar obras de arte de especial interés para España, entre las cuales se encontraban la Dama de Elche, la Inmaculada Concepción de Murillo, el tesoro de Guarrazar, los capiteles de Montealegre, el estelón de Tajo Montero, la colección de esculturas hispánicas del Museo del Louvre y los documentos del Archivo General de Simancas. Y Pétain decidió adelantarse al acuerdo definitivo —el Convenio de intercambio firmado en Paris el 21 de diciembre de 1940— como muestra de buena voluntad y como agradecimiento a Franco por su neutralidad en la guerra.

Por el contrario, otro ejemplo definitivo del “doble juego” por parte de Pétain fue éste: Cuando el Gobierno del Mariscal italiano Pietro Badoglio rompió su alianza con Alemania y le declaró la guerra, Vichy permaneció expectante. Pero cuando, unas semanas después, Mussolini constituyó en Saló la República Social Italiana, Vichy reconoció oficialmente al Gobierno de Badoglio y los monárquicos italianos.
El caso es que, como ya se ha dicho, los hombres de Vichy eran patriotas de la vieja escuela, que consideraban a Alemania como su eterna enemiga. Así, por ejemplo, Charles Maurras, ultranacionalista (“La France d´abord”), y viejo antialemán, escribió libremente bajo el régimen de Vichy. Pero después. los «gaullistas» le sometieron a un proceso inicuo, y fue condenado a reclusión perpetua. Evidentemente, los «vichyssois» practicantes del “doble juego” se equivocaron, y cuando los beneficiarios de su actitud llegaron, en 1944, detrás de los carros de combate anglo-americanos, los partidarios del “attentisme” o “wait and see”, germanófobos obsesivos, fueron perseguidos como alimañas por aquellos. En el pecado llevan la penitencia.
El 26 de agosto de 1944, los norteamericanos “liberaron” Paris. Al verse obligados los alemanes a abandonar Francia, los alemanes se llevaron a Pétain como prisionero a Sigmaringen, permaneciendo en Alemania hasta abril del año siguiente y, el 24 de abril de 1945, una vez derrotados los alemanes, cuando Pétain pidió al gobierno del Reich que le dejara regresar a Francia, vía Suiza, para responder ante el Tribunal de los crímenes de que se le acusaba, Hitler no se opuso, y Pétain se entregó voluntariamente en la frontera suiza. Cruzó la frontera suiza y dos días más tarde se entregó a las nuevas autoridades galas. Pétain, que esperaba ser recibido con los honores debidos a su rango de Mariscal de Francia, fue detenido, junto con su esposa, como si se tratara de un delincuente, y conducido a una celda oscura y húmeda.


Su proceso fue un verdadero linchamiento legal. Cuando pidió que se recurriera al testimonio de Sir Winston Churchill, el Juez —al que, en principio, hay que suponer imparcial— repuso muy acertadamente: «No me extrañaría que eso que dice Usted del acuerdo con Churchill fuera verdad. Así se podrá decir que ha traicionado Usted a todo el mundo, Hitler incluido». Tras un controvertido proceso judicial en el Palacio de Justicia de París durante los meses de julio y agosto de 1945, Pétain fue condenado a muerte por el delito de Alta traición, sin atenuantes cualificados. Fueron testigos de cargo, entre otros, Paul Reynaud, Edouard Daladier, Albert Lebrun, Léon Blum, Edouard Herriot, y Pierre Laval. Al amparo del sentimiento general de que Pétain no era sino un símbolo del delito nacional de rendirse demasiado pronto al Eje y de que le llevó a ello más el derrotismo que la traición, no se tuvo en cuenta este cargo a lo largo del proceso y se hizo hincapié en sus actividades colaboracionistas posteriores al Tratado de Compiègne. En un primer momento, como se ha dicho, fue condenado a muerte y despojado de sus honores por colaboración con el enemigo. Pero su ex discípulo, De Gaulle, le conmutó la pena por la de cadena perpetua debido a su avanzada edad, siendo confinado en la isla de Yeu, en el Golfo de Vizcaya. Por entonces, en la Asamblea Nacional, un diputado comunista se indignó por esa medida «sensiblera en favor del viejo traidor, el Mariscal Putain» (Puta).
Poco antes de morir, el gobierno, para evitar la penosa impresión de dejar morir en la cárcel al viejo Mariscal, le llevó cuando ya era un vegetal inmóvil, a un domicilio particular de la isla de Yeu, junto al penal donde pasó confinado los seis últimos años de su vida. El 8 de julio de 1951, al agravarse su estado de salud, recibió del presidente Auriol un “perdón médico”, siendo trasladado de la isla de Yeu al hospital de Pont-Joinville, muriendo el 23 de julio de 1951 a la edad de 95 años.

Los “petainistas” dirán que su Mariscal actuó como lo hizo para ahorrar inútiles sacrificios a su patria y salvar en lo posible el honor de Francia, para lo que no dudó en sacrificar el suyo propio, que nunca conoció la menor mancha. Sin embargo, como hemos visto, el “doble juego” que mantuvo al frente del régimen de Vichy durante los cuatro años de ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial no fue muy honorable. Por tanto, ¿podemos considerar al Mariscal Pétain como “uno de los nuestros”? Pues va a ser que no.
Eduardo Núñez
Saludos,el caso Petain, es muy interesante, pero lo más interesante, fur; no tener la defensa de aquellos, que en cierta medida lo podían ayudar. Dicho eso, el famoso Mariscal Petain, hizo del doble juego su mejor carta, pero no midió las consecuencias, que iban a venir y con ello el castigo, al cual sería sometido. Esta entrada, me hizo cambiar, el doble propósito de un gran hombre, al juego por salvar el honor de su país. A fin de cuentas, no sería recompensado, sino castigado a lo más miserable, que pueda sufrir el otrora héroe nacional de su país y ese fue el caso del gran Mariscal Petain. Le felicitó por su entrada y la información del tema presentado.
Me gustaLe gusta a 1 persona