Con Onésimo Redondo
subiremos a la sierra.
Está Castilla en peligro
y Valladolid no espera.
Se ve, desde las alturas,
Madrid, envuelto en la niebla.
La columna de Mangada
viene derribando iglesias,
y arde en las eras del pueblo
una Virgen de madera.
¡Pronto, el fusil, que ya veo,
entre rocas, sus banderas!
-¡Ay, no pases por Labajos,
que allí la muerte te espera!
¡Mira que dice un presagio
que caerás por esas tierras!
Onésimo no hace caso
y en su automóvil se sienta.
-¡Adiós mi padre y mi madre,
adiós mi mujer morena;
voy a los pinos de nieve
a clavar las cinco flechas!
Ya subía por el monte,
ya corría en la ladera,
y estaban los rubios trigos
vestidos todos de fiesta,
soñando panes honrados
y roscas de boda nueva.
Los de la F. A. I. le mataron
a tiros, en una vuelta.
No hay amapola en Castilla
mejor que su herida abierta.
¡Cómo lloraban los árboles,
y el agua de las acequias,
el panal sobre la roca
y el redil de las ovejas!
«¡Que a Onésimo le han matado»,
grita el pastor. Y contestan:
«Presente!», todos los campos,
desde Segovia a Palencia.
Vaqueros del Guadarrama,
nata y aurora en las crestas,
amigos del Arcipreste,
salineros de Sigüenza,
herreros de Ávila o Burgos,
pastores de la Meseta,
teólogos de Salamanca
y tejedores de Béjar,
campesinos, falangistas,
Hierro y Pan en una pieza,
llorad, porque ya está Onésimo
envuelto en una bandera.
Agustín de Foxa
