15 años del fallecimiento de Elisabeth Schwarzkopf

La voz es la raíz de todos los otros instrumentos musicales melódicos, así fue considerado por los grandes tratadistas del S.XVII, inspirados en los antiguos griegos, y así sigue siendo, tal es que siempre que se requiere de inspiración lírica, un músico suele acudir al repertorio vocal u operístico en búsqueda de ideas renovadoras para su propia interpretación, así lo han confesado grandes solistas actuales y así seguirá muy probablemente siendo.

Así pues, vamos a hablar en esta entrega a un sublime ejemplo de voz femenina, una de las más ricas sopranos del S.XIX, en cuanto a estilo y gama vocal: Elisabeth Schwarzkopf.

Nada menos que la soprano favorita de Herbert Von Karajan, que la veía como “la mejor cantante de Europa”.

Karajan recibiendo un regalo de cumpleaños de la soprano Elisabeth Schwarzkopf.

Su voz interpretó magistralmente el ‘lied’ y los papeles femeninos de las óperas de Mozart, Verdi y Richard Strauss, y personajes como la Mariscala, de El Caballero de la Rosa (R. Strauss) o la condesa de las Bodas de Fígaro (W.A. Mozart) serán recordados en su actuación.

Junto con Victoria de los Ángeles y María Callas, la alemana completa la trilogía de las divas de la lírica de la segunda mitad del siglo XX. Pero mientras que las sopranos mediterráneas pasarán a la Historia por un virtuosismo y belleza propios del “bel canto” la germana será recordada por su maestría casi intelectual a la hora de interpretar el lied. Elisabeth Schwarzkopf encarnó como nadie el «perfeccionismo germano» hasta el punto de que testimonios sobre su forma de trabajar siempre coinciden en que era una profesional rígida y exigente, no sólo con los demás sino (y, sobre todo) con ella misma. Tal es así que en una entrevista cuando ya llevaba algunos años retirada, dijo que “nunca había sido lo suficientemente buena”.

Nacida en Prusia, un 9 de diciembre de 1915, sus padres le inculcaron pronto la rigidez y la pasión por el idioma alemán y la música, recibiendo de su madre una gran técnica auditiva, que sería imprescindible para su buen desarrollo como cantante, y ya se acompañaba al piano ella misma con la pronta edad de 10 años, ofreciendo así conciertos privados y diversos recitales.

Schwarzkopf haciendo de condesa en Las Bodas de Fígaro, de W.A. Mozart. Warner Classics.

Ya en 1928, asombraba con la interpretación de su primera ópera, nada menos que como Eurídice, en la ópera homónima de Gluck.

En 1934, Schwarzkopf comenzó estudios musicales en la Hochschule für Musikde Berlín, primero como mezzosoprano por haberlo decidido así su primera profesora, Lula Miss-Gmeier. Su madre protestó con firmeza, y logró que Elisabeth fuera aceptada en la clase del profesor Egonof como soprano de coloratura. Posteriormente, estudió con la soprano de coloratura, Maria Ivogün así como con su marido, el pianista acompañante Michael Raucheisen.

Debutó profesionalmente el 15 de abril de 1938, como la Segunda Doncella de las Flores (Primer Grupo) de Klingsor en el Acto II de Parsifal de Richard Wagner, bajo la batuta de Karl Böhm; luego como uno de los tres pajes de La flauta mágica. Como otros jóvenes artistas alemanes, se había inscrito en 1935 en el sindicato de estudiantes Nacionalsocialistas y tres años después en el NSDAP, ​una decisión que motivó que fuera boicoteada en los Estados Unidos durante varios años y que siempre se le “reprochó”.

En 1942 actuó para las tropas nacionalsocialistas en la frontera polaca dirigida por Hans Pfitzner, uno de los compositores vivos preferidos del Reich. Gracias a la invitación de Karl Böhm, en 1942, a unirse a la Ópera Estatal de Viena, interpretó allí papeles como Konstanze del Die Entführung aus dem Serail (El rapto en el serrallo) de Mozart, Musetta y luego Mimì en La Bohème de Giacomo Puccini, y Violetta en La Traviata de Giuseppe Verdi. En esta época la dirigieron Karl Böhm, Josef Krips y Herbert von Karajan. Su carrera se vio interrumpida por un brote de tuberculosis que debió superar durante dos años en un sanatorio de los Montes Tatras, en el sur de Polonia por consejo del doctor Hugo Jury, oficial de la SS, con quien estaba comprometida sentimentalmente.

En 1944 se convirtió en la principal soprano de la Wiener Staatsoper u Ópera Estatal de Viena, estrenando los papeles de Rosina (El barbero de Sevilla de Rossini), Blondine (El rapto en el serrallo) y Zerbinetta (Ariadne auf Naxos de Richard Strauss).

Tras la derrota de Alemania en la guerra fue sometida, como otros artistas de la época (por ejemplo, Wilhelm Furtwängler, Herbert von Karajan, Karl Böhm, Walter Gieseking, Werner Egk, Hans Knappertsbusch…), a un tribunal de desnazificación. En Estados Unidos el diario New York Times la etiquetó como «Diva nazi», un estigma que la siguió hasta su muerte. Para ese entonces había conocido en Viena al productor británico Walter Legge que la contrató, orientó su carrera y con quien finalmente se casó en Surrey en 1953.

Tras una actuación con Bernard Haitink en 1961.

El 20 de febrero de 1967, junto al barítono Dietrich Fischer-Dieskau y la soprano Victoria de los Ángeles celebró la gala de despedida del pianista Gerald Moore, con ocasión de su retiro, en el Royal Festival Hall de Londres. De esta jornada queda una grabación antológica de lieder, si bien es famosa por el Duetto buffo di due gatti, atribuido a Rossini, que interpretan a dúo Schwarzkopf y de los Ángeles.

En 1968 ofreció su recordada única actuación en el Teatro Colón (Buenos Aires) con tres recitales.

Schwarzkopf se retiró de los escenarios de ópera en 1971, con una actuación en el Teatro de la Moneda de Bruselas el 31 de diciembre, en su rol más significativo: el de la Mariscala. En los años siguientes se centró en el lied, despidiéndose de estos recitales el 17 de marzo de 1979 en Zúrich.

Después, se dedicó a la enseñanza y dio clases magistrales por todo el mundo, en particular en la Juilliard School de Nueva York. Tenía fama de ser extremadamente exigente y algunos llegaron a considerar sus métodos innecesariamente ásperos, pero tuvo sin embargo muy notables alumnos.

Después de vivir en Suiza durante muchos años, se trasladó a Vorarlberg, la provincia más occidental de Austria. Schwarzkopf murió mientras dormía en la noche del 2 al 3 de agosto de 2006 en su casa de la villa de Schruns, en Vorarlberg, a la edad de noventa años.

Una importante seña de identidad en su trabajo es la importancia que le daba al lenguaje, al idioma, y con ello a las atribuciones de que este factor podría dotar a sus interpretaciones. Decía en una entrevista que “el resultado de cantar “Lieder” sin ser el alemán tu lengua materna no es muy satisfactorio porque hay que pensar en la lengua del poeta. Si no es la tuya es muy difícil, y el resultado es injusto para el escritor y para el compositor. No conozco a mucha gente que lo haya podido hacer; más bien, no conozco a nadie. Pienso por ejemplo en la palabra Wald, que significa bosque, pero ¿es un bosque lo que quiere significar en cada frase de una canción?”.

En referencia a este asunto, también detalla en ésta misma entrevista que estudió el texto como protagonista de Pelléas et Mélisande (Debussy) con una actriz belga, ya que Maeterlinck (libretista) era un poeta de esa nacionalidad. “Con ella pude dominar el lenguaje de la obra. Cantar una ópera en otra lengua es distinto que cantar Lieder; el Lied no tiene nada que ver con exhibir tu voz. En ópera, eso hay que hacerlo”, decía.

Holanda 1961.

Nunca pudo, por su personalidad autoexigente, estar satisfecha del todo con su actuación en un escenario. Tuvo como modelos, (haciendo una inversión de lo que explicaba al principio de la voz como instrumento) a muchos violinistas y se crio con las grabaciones más referenciales de la música para éste instrumento. Su visión del porvenir musical era bastante negativa, sobre todo a nivel compositivo (aborrecía la denominada ópera moderna), en la que no lograba ver una evolución, si no todo lo contrario.

Con Schwarzkopf se extingue el último eslabón de una generación gloriosa, la de Tebaldi, Victoria de los Angeles y Birgit Nilsson, irremplazables hitos del canto recientemente desaparecidos. La conexión con Callas es ineludible. Fueron contemporáneas hermanadas por el mismo ideal. Hoy son baluartes respectivos de dos vertientes musicales (la germánica y la latina) que gracias a la visionaria gestión de Legge conforman el colosal legado discográfico de la época, cuando Europa se rehacía de las cenizas y un nuevo tipo de artista debía emerger: aquel que con un enfoque renovado fuese capaz de rescatar una tradición en peligro de extinción.

Dejamos para escuchar su grabación referencial de las conocidas como «Cuatro últimas canciones», de RIchard Strauss:

Abraham.

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