“El mundo de la antigüedad tardía” de Peter Brown. Taurus. Barcelona, 2021
Peter Brown nació en Dublín en 1935, catedrático de la Universidad de Princeton, se puede considerar que es el mayor experto en san Agustín en toda nuestra historia cultural. En esta obra analiza los factores religiosos, culturales, sociales y políticos de la Europa de los siglos II d.C. hasta el siglo VI. Contrapone el tradicionalismo religioso y político de Marco Aurelio, Nerva o Antonio Pio frente al estado del espíritu que sería favorecido especialmente a partir del 260, por la “revolución militar” que taló “la madera seca “de los sectores privilegiados que únicamente miraban hacia el pasado del Imperio y defendían el principio hereditario.
De hecho, la aristocracia senatorial quedó marginada del mando castrense dando paso a militares profesionales que rediseñaron eficazmente el ejército romano y que fueron, en no pocas ocasiones, de origen humilde. La posibilidad de recibir novedades estéticas y religiosas del Oriente se fue abriendo paso entre las clases dirigentes romanas. Había una base cultural común tanto respecto al Nuevo paganismo como al Cristianismo, y, a otras religiones novedosas. La perfección de los antiguos tamizada por medio de la Cultura abría tanto, a personajes como el emperador Juliano o a san Ambrosio, a una visión del enraizamiento anhelado, una vez desconectados de la primitiva tradición puramente ritual y vitalista al servicio del Estado y del Derecho.
El nuevo pagano procuraba cincelarse en el modelo vivo de los héroes antiguos pero fertilizado por la cultura clásica, tendía a ser más erudito; el obispo cristiano también precisaba de modelos vivificados por la Biblia desplegada que le reconfiguraban dentro de la tradición greco-romano tal como sucedió con Gregorio de Nisa, Gregorio de Nacianzo o Basilio. Boecio conservaría “todo de Roma menos al emperador” y en su “Consolación de la Filosofía” su inspiración fue “la sabiduría precristiana de los antiguos” (p. 168). Habrían sido la victoria sobre los prejuicios del tradicionalismo religioso romano y del ritualismo, junto con el deseo de aprender, lo que alimentó la efervescencia de ideas y de criterios racionales y éticos diversos que potenciaron las discusiones entre los nuevos paganos neoplatónicos y los cristianos en los siglos III y IV d. C. De los intelectuales de la época, excluyendo a Ambrosio que procedía de la clase senatorial, todos los demás: Plotino, Agustín, Jerónimo, Juan Crisóstomo, procedían de sectores sociales no encumbrados.

El enfrentamiento entre el paganismo y el cristianismo daría lugar a episodios tan interesantes como la pugna dialéctica, religiosa y jurídica entre Ambrosio y Símaco prefecto de Roma y cónsul, cuando el emperador Graciano cerró el altar de las vírgenes Vestales en el 382 y el de la Victoria en el senado, el cónsul protestó ardorosamente, su patriotismo jurídico estaba ligado con el culto pagano y su libertad, por ello intentó restaurar los rituales tradicionales negociando e impetrando ese derecho con los emperadores cristianos.

Según José Enrique Ruiz Doménech, la gran dicotomía entre cristianismo y paganismo fue que para el primero primaba la búsqueda de sentido de la “vida humana que alcanza plenitud con la muerte”, mientras que para los paganos primaba el placer de entender la realidad social y humana en un sentido cabal y pleno dentro de su paradigma racional e irracional, filosófico y estético. El sabio profesor irlandés considera que tanto los nestorianos de ese crítico momento como los rabinos orientales, junto con algún obispo, como Juan el Limosnero, fueron preparando la peligrosa práctica del predominio jurídico de la religión, del predominio de la “Comunidad religiosa sobre la concepción clásica del Estado” (p. 233). Teoría y práctica más propias del Islam que estaba a punto de aparecer abruptamente en el Mediterráneo.
Luis Fernando Torres Vicente