Las familias, en torno a la cual se ha estructurado de forma armoniosa la vida de nuestro Pueblo desde tiempos inmemorables, se encuentra cada vez más señalada y vilipendiada.
Lo está, por un lado, por la incompatibilidad de la institución familiar con el postmodernismo social que, por desgracia, impera. Por el otro, porque existe un proyecto ideológico y por extensión político que desea debilitar y transformar el significado y función de la familia.
La familia es incompatible con el hedonismo, es incompatible con la búsqueda del placer efímero, el placer frívolo y mundano. En cambio, la familia es sacrificio, entrega y compromiso. Valores que no están de moda y requieren de corazones y espíritus fuertes.
Por lo general, se identifica erróneamente la felicidad con el placer. En parte, esto se debe a que vivimos en un mundo en el que la cantidad de estímulos destinados a la satisfacción de nuestras bajas necesidades más inmediatas es inaudita. Una época en línea, conectados a la red de forma permanente, confundiendo la realidad con la ficción y la pose. Pero nada de esto es al azar. No hay espacio para el aburrimiento o la reflexión, rápidamente te llegara una notificación de los últimos likes recibidos. Algunos testifican que no hay remedio, que estamos abocados a un futuro individualista y es cierto que el liberalismo-cultural ha tomado las riendas en todos los ámbitos sociales y políticos. Y lo ha tomado por la fuerza, sin miramientos ni concesiones. Incluso muchos de los nuestros dudo que sigan siendo de los nuestros.
Ante esta desgracia, la familia cobra su mayor sentido en los momentos de decadencia. El liberalismo, sin ataduras ni compromiso de ningún tipo excepto el contrato laboral, tan atractivo a priori, ha creado una sociedad de personas huérfanas y débiles ante las dificultades, desprovistas del apoyo familiar en tiempos difíciles. La sociedad de mazapán queda avocada a dirigir su mirada, ante la necesidad y los peligros, hacia el estado “protector”.
Las personas que cimientan su felicidad en servir a una familia como núcleo originario de la Comunidad Popular a la que pertenece, por contra, se encuentran arropados y pueden llegar a cumplir con el deber de cada uno, incluso en los momentos difíciles. Y ese deber es para la continuidad de nuestro Pueblo y nuestra sangre. Si comprendemos y aplicamos los preceptos de las leyes de la vida, nada podrá con nosotros pues comprendemos el devenir de los tiempos.
¿Qué insensato se plantearía formar una familia? Solo aquellos que son conscientes de nuestro papel en este mundo y, nuestro deber con la herencia de la que somos responsables.
Manu Beramendi




