Es muy común, en estos tiempos que corren, ver a individuos que vagan como almas en pena carentes de cualquier norte espiritual y meta elevada. Continuamente preocupados por ganar más dinero, triunfar más en su trabajo, consumir más productos y más caros para aparentar mayor estatus… pues, hoy en día, todo se mide en términos económicos, de inversión y beneficio: NADA que no reporte un beneficio merece la pena y lo único importante es todo aquello que me aporte ganancias económicas.
El que esté a gusto con este modo de vida, estará de suerte. Para nosotros, que buscamos una meta trascendente en la vida, esta forma de existencia está en las antípodas de lo que buscamos. Porque no es lo mismo existir que vivir. Vivir requiere de asunción continua de riesgos y búsqueda de auto mejora constante. De seguir un rumbo firmemente asentado por unos valores inamovibles y unos férreos principios. De actuar siempre, en todo momento, con Virtud y alejarnos de todas aquellas acciones que nos alejan de desarrollar todo nuestro potencial.
Urge diferenciar lo importante de lo necesario: lo necesario es el dinero, el trabajo, comer, respirar… pero no es lo importante. Lo importante es el Honor, el Valor, el Bien, la Verdad, la Sabiduría, la Justicia, la templanza, el sacrificio, el esfuerzo… en definitiva, todo aquello que nos hace ser mejores, estar más cerca de los Dioses y la trascendencia.

Estos seres que se dedican a “existir” se caracterizan por su individualismo, su egoísmo, su vagancia y su pasotismo (características fomentadas por la Modernidad). Su forma de obrar tiene una serie de características nocivas y que no sirven para ABSOLUTAMENTE NADA:
- Quejarse
- Poner excusas
- Lamentarse por el pasado
- Preocuparse por el futuro
- Pensar mucho y no actuar
Se quejan continuamente, critican y juzgan sin cesar a los demás y dan lecciones aquí y allá (tienen soluciones para todo), pero son incapaces de ver sus propios errores y actuar para corregirlos.
Lo primero y más importante es analizarnos a nosotros mismos, pulir nuestros defectos y corregir nuestros errores con humildad, disciplina y perseverancia, al igual que el escultor cincela en la piedra cada imperfección de su obra. Cometer errores no es malo; es humano y sirve para aprender de ellos, pero NO ACTUAR PARA CORREGIRLOS SÍ LO ES. Cuando seamos capaces de hacer arder con fuerza nuestro fuego interior, estaremos preparados para irradiar Luz al resto de los que nos rodean, siempre con nuestro ejemplo y nunca con absurdas charlas y lecciones de moral.
Ponen siempre excusas. “No tengo tiempo”, “tengo mucho trabajo”, “tengo familia e hijos”… cualquier excusa es buena para auto justificarse y no enfrentarse a la Verdad: que no quieren hacer la tarea de la que se están excusando. Quien tiene voluntad, actúa; quien no, se excusa.
Son pesimistas e intentan contagiar su pesimismo a todos los que les rodean, poniendo trabas a cualquier intento de mejora: “eso no sirve para nada”, “mejor quedarse como estamos”, “es un esfuerzo inútil”, “¿qué necesidad tienes de hacer eso?”…
No dejan de lamentarse por el pasado, tanto por los errores que han cometido, como por hechos que ocurrieron y les producen nostalgia y jamás se volverán a repetir en las mismas condiciones que ellos pretenden.

Se preocupan demasiado por un futuro que no ha ocurrido y puede que nunca ocurra, les produce un sufrimiento innecesario y una ansiedad que podrían ahorrarse. Es bueno planificar las actuaciones o visualizar posibles escenarios futuros para prepararnos y anticiparnos, pero pasar de la visualización a la obsesión, es completamente contraproducente y nos bloquea para avanzar.
Y lo más importante: piensan mucho, pero no actúan nunca. Todos sus proyectos e ideas se quedan en papel mojado. Dicen a todo el mundo lo que tienen que hacer o cómo hay que hacerlo, pero nunca les verás gastando ni un ápice de su tiempo en arrimar el hombro con el resto, cada uno en la medida de sus posibilidades. Cada uno ha de aportar todo lo que puede, eso es suficiente y no está obligado a más.
Ahora me gustaría hacer reflexionar a todos los lectores y, sobre todo, a todos lo que se den por aludidos con lo que acabo de describir. Voy a proponer un ejercicio de autoanálisis y sinceridad con nosotros mismos.
Piensa en la persona que más admiras. Tu referente espiritual y líder indiscutible. Aquel que ha influido más en tu vida y tu forma de ser. ¿Crees que se acercaría a ti, te miraría a los ojos y poniéndote la mano el hombro te diría: “Estoy orgulloso de ti y en lo que te has convertido”?
¿Actúas realmente como piensas? ¿O piensas de una forma y luego actúas de otra que no se corresponde con tus valores y principios?
¿Podrías cambiar algo en tu vida para ser mejor y ser coherente con tus ideales? Si la respuesta es sí, deja de quejarte YA MISMO Y HAZLO. Si no, olvídate y céntrate en otra cosa sobre la que puedas actuar y este bajo tu control. Sólo tienes control sobre dos cosas: lo que piensas y lo que haces tú mismo. Todo lo demás está fuera de tu control, así que deja de darle vueltas y céntrate en lo que puedes cambiar ahora mismo.

La propia recompensa está en el bien hacer. No hay mayor grandeza de alma que vivir acorde con unos nobles ideales y valores:
- Sabiduría: afán continuo de aprender y mejorar y aplicar esos conocimientos con humildad y sencillez.
- Coraje: hacer lo correcto a pesar del miedo o las consecuencias.
- Justicia: Ayudar a los demás y luchar por lo que es bueno, bello y verdadero.
- Disciplina: Esfuerzo y sacrificio constantes.
- Honor: nobleza interior y valía moral que nos lleva a cumplir con nuestros deberes y actuar coherentemente con nuestros valores.
Una vez clarificado quién queremos ser, debemos realizar un auto análisis constante y ser sinceros con nosotros mismos: ¿Estoy haciendo todo lo que puedo para transformarme en quien estoy llamado a ser? ¿Es coherente lo que digo y lo que hago? Por ejemplo: hablo sobre la vida en comunidad pero no aporto todo lo que sería capaz a esa comunidad o me encierro en una torre de marfil; hablo sobre idealismo y vivo cómodo en la sociedad materialista y doy al dinero o los objetos una importancia capital; mis valores son el esfuerzo y el sacrificio pero estoy todo el día en el sofá viendo Netflix; me considero valiente, pero nunca actúo cuando presencio una injusticia y “miro para otro lado”…
Podría seguir con ejemplos hasta el infinito, pero la premisa es clara: MENOS PALABRAS Y MÁS HECHOS. No se trata de sermonear a los demás con charlas, consejos y lecciones morales, sino de ser ejemplo intachable de todo lo que defendemos. Las palabras pueden convencer si se insiste lo suficiente, pero el ejemplo arrastra. Eres lo que haces día a día, no lo que aparentas o dicen los demás de ti.
Tenemos que crear en pequeño la sociedad que queremos en grande. Por ello, en cada comunidad militante (política, deportiva, cultural…) tenemos que poner en práctica todo lo que queremos trasladar a la sociedad.
Debemos preguntarnos: ¿Esta es la persona que quiero ser realmente? ¿Me estoy esforzando lo suficiente para conseguir mis objetivos? ¿Realmente quieres ser mejor y sacrificar parte de lo que tienes ahora o prefieres seguir como estás?

Si estás haciendo todo lo que está en tu mano y lo mejor que sabes, no estás obligado a más. ¿Por qué estar descontento entonces? ¿Por qué ese absurdo pesimismo y las quejas constantes? El mundo es como es, no como querríamos que fuera. Cuanto antes lo aceptemos mejor. Así podremos centrarnos en lo que realmente podemos cambiar, que es a nosotros mismos.
Si, por el contrario, no estás dispuesto a esforzarte, sacrificar parte de lo que tienes o implicarte más en conseguir un objetivo, tienes que empezar a asimilar que prefieres seguir como estás y no quieres cambiar nada.
Tuya es la decisión: ¿Quieres ser mejor? ¿Quieres un mundo mejor? Deja de quejarte. ¿Qué estás dispuesto a hacer y a sacrificar para conseguirlo?
¡FUERZA Y HONOR!
Olíndico