Los expertos han vuelto a hablar. Nos asomamos a un verano de grandes incendios forestales. ¿Las causas? La sequía que se arrastra en la mayor parte de España, las generosas lluvias de la primavera, en ciertas zonas de España, y las altas temperaturas de estos últimos días.
Cabe preguntarse si las lluvias de marzo, por ejemplo en el este peninsular, no habrán puesto fin o paliado al menos, la sequía previa sufrida por los montes. De esta forma dos de las causas se anularían. Nos quedarían las altas temperaturas, pero no parece que sean frecuentes los veranos con bajas temperaturas. Al no ser experto, me planteo estas reflexiones impropias de los verdaderos expertos.
Los expertos repiten año tras año que habrá incendios cuando llueve en la primavera, y también que los habrá cuando no llueve. Si llueve porque saldrá hierba que acabará secándose, si no llueve, porque no llovió. Los expertos han descubierto la rueda y nos lo quieren hacer saber.
Desde hace miles de años, en la cuenca mediterránea se seca la hierba, poca o mucha, en el verano. No hace falta estudiar para saberlo. Tampoco para saber que la hierba, por sí sola, no arde. Tampoco los árboles, ni los arbustos arden espontáneamente cual zarza bíblica. No, nunca vi encenderse por decisión propia toda esa vegetación que muchos expertos consideran suciedad de los montes, salvo en un caso: incendios derivados de caída de rayos.

Los expertos no nos hablan ni de intencionalidad criminal ni de negligencias humanas que rayan en la criminalidad. Probablemente porque en estas conductas los poderes públicos tienen una evidente responsabilidad y deber de evitarlas, investigarlas si se producen y castigarlas. Las lluvias presentes o ausentes, sequías y altas temperaturas no tienen padre.

Las leyes de los cielos no son cosa en que los humanos podamos intervenir, si bien tengo dudas de que no se esté intentando. Aquí, en principio y por ahora, no habría responsables. Pero sí los hay.
Hay exceso de incompetentes y de desinterés. Falta de motivación y de amor a la tierra. Incompetencia, desinterés, desmotivación y desapego anidan en los responsables, empezando por los de las comunidades autónomas que son los que deben gestionar las políticas contra incendios en sus territorios.
El último gran desastre de la Sierra zamorana de la Culebra se atribuye a una tormenta eléctrica. Son previsibles. Se repiten año tras año. Las ha habido siempre, pero el medio no es el mismo. Las tormentas son previsibles y los incendios que provocan pueden quedar en nada si los medios de extinción se encuentren sobre el terreno, independientemente de la hora del día y de la noche, aun antes de que caiga el primer rayo. Esto facilita la llegada al foco en el menor tiempo posible y es el fundamento de un rápido control. Hace décadas, cuando el medio forestal estaba habitado con asentamientos numerosos y dispersos, esto se daba de por sí. Sin planificación alguna. Hoy no se da esta situación, pero sí que disponemos de vehículos que nos permiten llegar mucho más rápido que a nuestros antepasados.
Un sistema rígido y la inflexibilidad de los protocolos de actuación, no permite a los medios oficiales sacar todo el fruto a la ventaja de la movilidad actual. Cuando los dispositivos oficiales esperan órdenes o están en horarios fuera de servicio, lo cual se traduce en que pueden ser terriblemente ineficientes, la población rural debe implicarse.

Es imprescindible fomentar el voluntariado rural de extinción, movilizado autónomamente y dispuesto sobre el terreno antes del inicio del incendio. Este voluntariado no debe poseer motivación económica directa alguna, pero sí una verdadera pasión por defender su territorio.
Los poderes públicos deben limitarse a apoyarles con los medios necesarios y en lugar de dificultar su creación, fomentar su integración con los medios ya existentes, pero sin cortar su iniciativa. Falta de retribución económica no significa falta de profesionalidad. Está se adquiere con formación y, principalmente, con la práctica.

Todo gran incendio se inicia en un pequeño foco. El tiempo de acceso decide si se quedará ahí o se extenderá. Frente a las tormentas eléctricas el voluntariado rural ya existente, en nuestro pueblo, en la Comunidad Valenciana, ha demostrado más que sobradamente su eficacia.
El pilar de esta eficacia, repetimos, es sencillo pero robusto: estar en el monte apenas se forma la tormenta. Se trata esencialmente de reproducir la lucha contra el fuego de ayer, de los pobladores de las sierras, con los medios de hoy. Los gobernantes no pueden seguir mirando con recelo al entusiasmo desinteresado por defender nuestros bosques y con ellos, la vida que cobijan. También la nuestra.



El presidente Sánchez ha visitado la Sierra de la Culebra, “ha anunciado inversiones para la restauración de lo quemado”(1) y ha manifestado, con el tizne de rigor en sus pantalones de batallas y emergencias que “quiere trasladar la solidaridad y compromiso del Gobierno de España con la pronta recuperación y restauración de la Sierra de la Culebra”, como si dependiera de él.
Sánchez ignora que la recuperación no será “pronta” porque la naturaleza tiene sus tiempos que él desconoce y la naturaleza tiene también sus recursos que superan en mucho a sus promesas etéreas de inversiones que pueden ser extemporáneas y nocivas, cuando precisamente, no respetan esos tiempos de regeneración de la vida arrasada.
Sánchez ha llevado promesas de humo a unas tierras ahumadas en demasía, pero no ha perdido ni una palabra en anunciar el compromiso del Gobierno central en alentar a las autonomías para la formación y apoyo al voluntariado forestal imprescindible para la defensa de la vida de nuestros montes. Eso no se le ha ocurrido. Tampoco a los expertos.
Carlos Feuerriegel
Nota. 1.- https://www.lamoncloa.gob.es/presidente/actividades/Paginas/2022/220622-sanchez-zamora-aspx