Erwin Chargaff fue un bioquímico austriaco que abrió el camino al descubrimiento de la estructura del ADN, el soporte de la herencia de los seres vivos. También fue el científico del siglo XX que ejerció una crítica más radical y demoledora de nuestro culto moderno al conocimiento científico. Chargaff consideraba tanto más peligrosa una rama de la ciencia cuanto más útil reclamara ser.
Enrico Fermi fue un científico italiano que sentó las bases que acabarían en la fisión del átomo y con ella en el desarrollo de la bomba atómica. Aludiendo a Fermi, Chargaff no defendía el mito de que el conocimiento debe ser siempre valorado como un avance para la mejora de nuestra especie. Retóricamente se preguntaba si los habitantes de Hiroshima y Nagasaki valorarían como tal avance la aportación de Fermi.
Durante las últimas décadas ha crecido la aceptación de las demandas del movimiento ecologista. De hecho, hoy gran parte de ellas son aceptadas e impulsadas por los poderes financieros, a los que sirven los administradores políticos. Esta aceptación no está consiguiendo detener nuestra permanente violación de la naturaleza. Chargaff anticipó la razón de este fracaso: no es posible recurrir a la “técnica buena” para reparar los males producidos por la “técnica mala”. Los parques solares no podrían ser la alternativa a los motores de combustión para poder sostener la actividad actual del hombre sobre la tierra. No hay solución dentro del culto al dios de la técnica.

La postura de Chargaff es la asumida por el movimiento denominado de la ecología profunda, un mundo en el que imperan los pensadores que reclaman un cambio radical de nuestra conciencia individual y colectiva como único medio de frenar la destrucción de la vida sobre la tierra. Para este movimiento, debemos volver a investir a la tierra de la sacralidad de la que le hemos privado y esto pasa también por cerrar el abismo mental y espiritual que hemos cavado entre nosotros y la naturaleza.
Una naturaleza resacralizada, imbuida de lo sagrado, trascendente y no meramente perceptible por nuestros sentidos, otorga un alma al paisaje e impide su destrucción. Esta nueva conciencia del paisaje, recreación de nuestra propia conciencia, no tiene cabida, no existe en el mundo del dominio de la ciencia y su brazo armado. Por más que se decreten Leyes de Impacto Ambiental. No es cuantificable, porque ni los sentimientos ni las intuiciones lo son. Es vivencia. Esa es su fortaleza y al mismo tiempo su debilidad cuando es contemplada con el prisma moderno que solo valora lo que pesa y lo que ve. Es decir, aquello que es cosificable, permítanme la palabra.

Es su debilidad porque este paisaje con alma es sólo principalmente percibido como tal por los que estamos unidos a él, los que durante años hemos hecho del mismo uno de nuestros puertos de atraque emocional y espiritual, puerto nuestro pero puerto dotado de vida propia. Estos paisajes que los mal llamados parques solares, ¡ay de la prostitución del lenguaje!, destruirían sin contemplaciones, no les hablan a la mayoría de la población, bien distante, como nos hablan a nosotros.
Para ello sería necesario ese cambio de conciencia en, al menos, una masa crítica, que hiciera posible el vuelco.
Rechazo todos esos proyectos. Tienen razón los que a ellos se oponen. No están pensados para cambiar nuestro modo de vida, sino para perpetuarlo recurriendo a otras herramientas. Son manifestaciones sintomáticas. La enfermedad, insisto, es mucho más profunda y está dentro, muy dentro de nosotros.
Todo está relacionado en el tejido de la vida. No se pueden desvincular todas estas destrucciones del paisaje, de la fe en el cambio climático derivado de la actividad humana, ni de nuestra capacidad de transformar, mejorar la naturaleza, también la humana. Véanse todos los absurdos impuestos durante la llamada pandemia y su corolario: el hombre mejorado por la acción de la ciencia desafiará a las enfermedades y a la muerte. Nada está desligado.
Es imposible parar las destrucciones “ambientalmente” sostenibles, sin desmontar las falacias anteriores, porque es en nombre de esta mejora de la naturaleza que se llevan a cabo. Sin resultado alguno. No es posible sostener nuestra forma de vida sembrando toda superficie de cultivo disponible con placas solares. Es imprescindible cambiar esta forma de vida para devolver los paneles al lugar que les corresponde: espacios desconectados de la red, superficies muy degradadas y junto a los grandes núcleos de población. Incluso así, sólo serán un apoyo. Y esto no se ignora, pero se calla, porque alimenta un nuevo gran negocio. En esta ocasión teñido de verde.

Hace tres semanas se cumplieron 422 años de la condena por la Iglesia de Roma del filósofo y astrónomo italiano Giordano Bruno: Bruno ardió en la hoguera pero sus palabras, hijas de la sabiduría de todas las culturas no corrompidas por el veneno de la desacralización de la tierra, permanecen más vivas que nunca:
“Podrá ser algo tan pequeño e insignificante como desee, no por ello carecerá de una parte de sustancia espiritual, la cual-tan pronto como encuentre el sustrato adecuado-se convertirá en una planta, o en un animal, de forma que desarrollará miembros de un cuerpo que de alguna manera estará articulado y del cual podremos decir que está “animado”. Porque el espíritu está en todo y no existe cuerpecito alguno, por pequeño que sea, que no contuviera suficiente espíritu, como para estar vivo” (1).
La Iglesia condenó a muerte a Bruno por estos pensamientos, la religión de la ciencia sigue condenando a muerte a la tierra por querer hacer oídos sordos a aquellas palabras. Abandonemos ambos cultos para poder salvar los paisajes y a la naturaleza animada.
Carlos Feuerriegel
ÁTOMOS PARA LA PAZ
E. Chargaff parece representar lo peor del peor ecologismo sin brida y sin norte. Es como un miembro de las tribus, de las viejas tribus del desierto que se ha perdido en una Universidad. El hombre anhela progreso ya que no puede dejar de alejarse de las tribus. El intelecto y la necesidad buscan mejorar la condición social del hombre. E. Chargall parece pertenecer a la cofradía de Rousseau, pero de un Rousseau despotenciado de sus extraordinarias sutilezas literarias.
El verdadero padre de la bomba atómica fue más bien Robert Oppenheinner no el gran Fermi. La energía nuclear ha dado paso a numerosos descubrimientos tecnológicos y teóricos en el campo de las Ciencias Físicas ; las Centrales Nucleares ,que deben ser también sometidas a crítica equilibrada, también han facilitado la disposición de recursos energéticos menos costosos; la Quimioterapia ha salvado millones de vidas, aspiramos a no ser siervos de la sarna ni del cáncer.
Es lo mismo que te maten con un hacha de piedra o que te fusilen a que lo hangan, desgraciadamente, con armamento nuclear.
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