El día de difuntos a través de Gustavo Adolfo Bécquer

La noche del día 31 de octubre al 1 de noviembre tiene lugar la tradicional celebración de difuntos. Tal y como dice su nombre, en el centro de esta festividad están los seres queridos, aquellos que ya no se encuentran entre nosotros. El culto a los muertos siempre ha sido un elemento común en casi todas las culturas del mundo, por ello, encontraremos diferentes manifestaciones de esta celebración. El objetivo de este artículo no es analizar dichas manifestaciones culturales; existen artículos muy buenos al respecto1. En nuestro caso analizaremos como el misterio de la muerte tuvo su reflejo en uno de los movimientos culturales por excelencia: El Romanticismo; y lo haremos de la mano de uno de sus mayores exponentes en España, D. Gustavo Adolfo Bécquer y sus leyendas.

El cultivo de la leyenda es una expresión propia del Romanticismo habida cuenta de que se trata de un género que surge de la literatura popular y que había sido transmitido oralmente durante siglos. A ello hemos de añadirle otras características propias del género que a su vez son elementos definidores del Romanticismo: el gusto por lo misterioso y por lo extraordinario, el nacionalismo (en ese intento por recuperar lo autóctono, folclórico y genuino de cada pueblo ) y el historicismo ( por su origen en un pasado más o menos lejano y mitificado). Las leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer están compuestas por un total de 28 narraciones breves que, siguiendo la fórmula señalada con anterioridad, recogen sucesos extraordinarios, misteriosos, sobrenaturales etc. La temática de las leyendas está profundamente interconectada con la tradición hispánica, de este modo centra las mismas en 3 áreas territoriales: Toledo, Soria y Sevilla. El Monte de las Ánimas, La Promesa, La Corza Blanca, Los Ojos Verdes o Rayo de Luna son algunas de las leyendas más evocadoras que están inspiradas en la provincia de Soria. Hemos de destacar que Bécquer era buen conocedor de la provincia de Soria: estaba casado con una soriana (Casta) y junto a su hermano Valeriano alternó su residencia entre Madrid y Soria. Nosotros nos centraremos en la más “terrorífica” de todas ellas: “El Monte de las Ánimas”.

El autor, inspirándose precisamente en la noche de difuntos, comienza de este modo: La noche de difuntos me despertó, a no sé qué hora, el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria. Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca, y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato, me decidí a escribirla, como, en efecto, lo hice.

Un comienzo que contiene las características propias del género: Un despertar en plena noche de difuntos – contexto misterioso en cuyo epicentro se encuentra la temática de la muerte- junto a ese componente nacionalista: la voluntad de recuperar y transmitir esa tradición de la ciudad soriana. Véase como el autor utiliza el término “oír” propio de la transmisión oral de la literatura popular y posteriormente expresa su decisión de “escribirla”.

La leyenda está inspirada en la ciudad de Soria en un lugar llamado el “Monte de las Ánimas”. La palabra ánima tiene varias acepciones según la RAE, aunque, en este caso, el autor se estaría refiriendo a las almas de los difuntos que todavía se encuentran en el purgatorio. De ahí a que la palabra ánima también se empleé para definir el toque de las campanas de una iglesia a cierta hora de la noche con el que se invita a orar a los fieles por las almas del purgatorio.

Nuevamente la temática de la muerte vuelve a aparecer para definir un lugar y un contexto (muerte, almas, purgatorio, noche…). De ahí a que comience así la leyenda:

Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas”.

Los protagonistas de la leyenda son Alonso y Beatriz, hijos de los Condes de Borges y Alcudiel, que se encuentran junto a sus padres en una cacería en el Monte de las Ánimas.

-¡Tan pronto!

-A ser otro día no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.

Aquí existen varios elementos característicos del género y del autor. La presencia del Lobo, animal misterioso, salvaje, peligroso y nocturno. Es un animal que estuvo muy presente en el Romanticismo por sus propias connotaciones. La obra de los hermanos Grimm, donde no faltan relatos sobre hombres lobo, es un buen ejemplo de ello. El lobo también está presente en la leyenda de Bécquer “El Gnomo”: “ ¿… pero no son los lobos los huéspedes más temibles del Moncayo. En sus profundas simas, en sus cumbres solitarias y ásperas, en su hueco seno, viven unos espíritus diabólicos que durante las noches bajan por sus vertientes como un enjambre… ?.

El Moncayo es otro lugar de misterio y poder que aparecerá en las leyendas de Bécquer; una presencia latente en su obra soriana. Recordemos que el Moncayo fue la frontera natural entre los Reinos de Castilla y Aragón durante la Edad Media. Tiene una altitud de 2.316 metros y es la cima más alta del Sistema Ibérico. Las faldas del Moncayo dan cobertura a numerosos pueblos cuyos numerosos castillos y fortificaciones nos recuerdan esta época fronteriza.

Otro elemento mencionado por Bécquer que es de gran interés: Los Templarios. Probablemente Bécquer era conocedor de la tradición oral que fue recogida por Miguel Martel – sobre los Linajes de Soria- en su manuscrito de 1590 (“De la fundación de Soria del origen de los doce linajes y de las antigüedades desta ciudad. Por el mismo Miguel Martel natural de Logroño. Autor de la Numantina. Dirigido a los doze linages de Soria”). Dicho manuscrito se encuentra hoy en la Biblioteca Nacional y una calle de la ciudad de Soria lleva el nombre de su autor. Pues bien, según esta tradición oral el Monasterio de San Polo, cercano al Monte de las Ánimas, había sido un antiguo enclave de la Orden del Temple. De ahí a que sus cofrades fuesen incorporados por Bécquer en la leyenda de referencia y en El Rayo de Luna (1862). Tampoco hemos de olvidar que Casta Esteban Navarro, mujer de Bécquer, era natural de Torrubia del Campo (Soria). Esto le dio la posibilidad a Bécquer de recorrer la zona del Moncayo así como los límites con La Rioja y Navarra. Pues bien, es precisamente esta zona donde según el Cartulario del Temple se encontraban las primeras pertenencias de la Orden del Temple en Castilla.

Volvamos a la leyenda. Ante la incredulidad manifestada por Beatriz, Alonso comienza a contarle la historia del Monte de las Ánimas mientras emprender la vuelta a Soria:

«Ese monte que hoy llaman de las Ánimas pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla, que así hubieran sabido solos defenderla como solos la conquistaron.

Aquí aparece el historicismo, como dijimos elemento característico del Romanticismo. La Edad Media estuvo muy presente en el pensamiento romántico quien mitificó su imagen y buscaba en ella romper con la imagen del mundo contemporáneo.

Alonso continúa describiendo un acontecimiento dramático en el que de nuevo la muerte es su principal protagonista: el enfrentamiento entre los caballeros de la Orden del Temple y los Nobles de Castilla:

»Entre los caballeros de la nueva y poderosa orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.

»Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres; los lobos, a quienes se quiso exterminar, tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey; el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte, y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse”.

Aquí aparece otro elemento recurrente del romanticismo: la presencia de ruinas, cementerios y lugares abandonados. Los románticos vieron en ellas un escenario propio para la recreación de los dramas propios de sus obras. Un buen ejemplo sería la producción artística del pintor catalán Lluís Rigalt. En palabras de Pablo Castro Hernández, la utilización de ruinas románicas y góticas en el Romanticismo representan la nostalgia – como una añoranza al pasado ante el tiempo que avanza y devora todo- y la soledad – en la que el sujeto reconoce su posición ínfima ante el Infinito-. De esta manera, las ruinas conforman parte de un imaginario estético que permite resaltar la profundidad emocional del individuo, articulando un encuentro místico entre la naturaleza y el espacio ruinoso, en el cual se proyecta la esencia de lo sublime, como parte de la grandeza y la superioridad del objeto material que impresiona por su belleza espiritual.

Ruinas de Lluis Rigalt

A continuación, Alonso introducirá en su relato otro elemento extraordinario y misterioso en ese contexto de nocturnidad y muerte:

»Desde entonces dicen que, cuando llega la noche de Difuntos, se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche».

La segunda parte de la leyenda se desarrolla en el interior del palacio de los Condes de Alcudiel:

Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor, iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.

Sólo dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso. Beatriz seguía con los ojos, absortos en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.

Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.

Las dueñas referían, a propósito de la noche de Difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel, y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste”.

Y en este contexto aparece otro elemento propio de la obra romántica: la noche. Posiblemente Goethe fue el máximo exponente de la representación de la noche en el movimiento Romántico. El artista romántico encontrará en la confusión nocturna la protección, ya que, es en la oscuridad donde todo se confundo y, por ende, todo es posible. Sin embargo, la noche del romanticismo es una noche llena de vida: ruidos, crujidos, sonidos…… Véase como la pinta Bécquer: conversaciones alrededor de la lumbre, el viento azotando los vidrios de las ojivas del salón del palacio de los condes de Alcudiel, las dueñas contando cuentos mientras doblan las campanas de las iglesias de Soria.

Y es a partir de este momento cuando aparecerá otra figura característica del Romanticismo: la aparición de héroe romántico como ser misterioso, rebelde, seductor, amante, cuyo amor no puede ser correspondido y es víctima del destino. Elemento que es antagónico al neoclasicismo donde las pasiones están guardadas en el interior del alma. En el romanticismo aparece también la figura de la mujer idealizada, símbolo de un sentimiento puro y un fin inalcanzable. El hombre del romanticismo se verá amenazado por la muerte que forma parte de su destino trágico.

Alonso y Beatriz son una clara representación de esta concepción romántica y el desenlace de la leyenda es prueba de ello:

Alonso ofrece una joya como regalo a Beatriz:

Tal vez por la pompa de la corte francesa, donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte… Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía… ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada: mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar… ¿Lo quieres? No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país, una prenda recibida compromete la voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo…, que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.

El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:

-Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo entre todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?

Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.

Alonso presiente que no tardará en perder a Beatriz; vemos esa reafirmación del ideal romántico, un amor que no podrá culminarse por esa constante persecución del destino trágico.

-Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él, clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.

-¿Por qué no? -exclamó ésta, llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre los pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro… Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:

-¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?

-Sí.

-Pues… ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.

-¡Se ha perdido! ¿Y dónde? -preguntó Alonso, incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.

-No sé…; en el monte acaso.

-¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-, ¡en el Monte de las Ánimas!

Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:

-Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendientes, he llevado a esta diversión imagen de la guerra todos los bríos de mi juventud, todo el ardor hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir el peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; esta noche…, esta noche, ¿a qué ocultarlo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas…; ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento, sin que se sepa adónde.

Cuando Bécquer se refiere a San Juan de Duero realmente se está refiriendo al Monasterio de San Polo (lugar propio de la Orden del Temple al que ya hicimos referencia con anterioridad). Probablemente, utilizó el monasterio de San Juan del Duero al parecerle más romántico.

Monasterio de San Polo

Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó, con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña arrojando chispas de mil colores:

-¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de Difuntos, y cuajado el camino de lobos!

Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía; movido como por un resorte, se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza, y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:

-¡Adiós Beatriz, adiós! Hasta… pronto.

-¡Alonso, Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso, o aparentó querer, detenerle, el joven había desaparecido.

Y aquí es donde el héroe romántico asume y se enfrenta a su destino trágico cuyo desenlace será su muerte. La muerte de la persona a la que se ama es otro de los temas claves del romanticismo. En este género literario la muerte de la persona amada, es decir, el suceso trágico podía constituir el inicio de la narración y, por ende, la justificación de todo el relato o, por el contrario, el final trágico. En palabras de Melina Márquez: Los románticos y sus almas desesperadas no podían construir sin el sufrimiento, y qué mayor dolor que la muerte del ser amado.

La tercera parte de la leyenda se desarrolla en la habitación de Beatriz. Nuevamente en mitad de una noche marcada por los ruidos, el miedo y la incertidumbre de no volver a ver al amado.

Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden; éstas con un ruido sordo y suave; aquéllas con un lamento largo y crispador. Después, silencio; un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi no se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota, no obstante, en la oscuridad. Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar; nada, silencio.

(……..)

Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora; vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal decoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto, sangrienta y desgarrada, la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.

Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca, blancos los labios, rígidos los miembros: muerta, ¡muerta de horror!

La obra de Gustavo Adolfo Bécquer ha contribuido notoriamente a forjar la identidad de Soria, lugar que anualmente celebra el Festival de las Ánimas cuyos actos se extienden a otros municipios de la provincia de Soria como Garray, Cuevas de Soria, Ágreda, Tajueco, Muriel Viejo, San Leonardo de Yagüe, Castilfrío, Los Rábanos o Noviercas. Hoy podemos encontrar una estatua en su honor a los pies del Monte de las Ánimas. Europa ha sido vanguardia del mundo, y lo ha sido, en parte, gracias a las revoluciones culturales que periódicamente se han ido produciendo desde su territorio. Que duda cabe que el Romanticismo es prueba de ello y Gustavo Adolfo Bécquer uno de sus grandes exponentes. Por ello, le queremos realizar este homenaje en el día de difuntos.

Armando R.

1º Véase Halloween: cultura VOLK contra cultura POP del Dr. Stockmann en El Oso Blindado. https://elosoblindado.com/2021/10/31/halloween-cultura-volk-contra-cultura-pop/

Un comentario en “El día de difuntos a través de Gustavo Adolfo Bécquer

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