Somos los hombres, esencias elaboradas en los tiempos en que la Divina Providencia nos ha insertado de una manera enigmática, sagrada por su misterio. Y ahí estamos, dilucidando y navegando según nuestra conciencia nos dicta, día a día, segundo a segundo, circunstancia tras circunstancia, alegrándonos y sufriendo para poder ser mejores personas, dignas tal vez de un mañana que no será ya éste en el que actualmente vivimos, será entonces el despertar a la verdadera vida que nos avisaba Jorge Manrique (Coplas a la muerte de su padre) o el soliloquio del Segismundo calderoniano (“que el hombre que vive sueña / lo que es hasta despertar”, La Vida es Sueño, jornada II, escena 19), más cristalino aún si cabe. Trabajamos, experimentamos, leemos lo que seremos, y nos vamos encontrando con personas, escasamente con Titanes, tal vez no de nuestra generación, sino de las pasadas e incluso hasta aprendemos de las actuales o de las que vienen…
Ya no podremos ser grandes guerreros griegos, ni cruzados ni místicos medievales, ni tan siquiera héroes de una batalla en los desiertos donde, juvenilmente, soñábamos con ser fieles soldados de una Legión Francesa que se pierde entre tempestades de arena que el tiempo nos va literalmente borrando. Nuestros corazones, a pesar de todo, permanecen allí si trabajamos por ellos, en nuestros sentimientos familiares, en nuestros héroes de centenares de lecturas que nos han labrado carácter, ejemplaridad e ilusiones para crecer como personas.
Si uno nace en plena Guerra Fría, en el mismo momento del atentado a J. F. Kennedy o el viaje de Valentina Tereshkova al espacio ignoto, no es lo mismo que si uno puede caer en el momento de alistarse a las Guerras Médicas con o contra los Persas de Jerjes I, o si se puede ir a conocer a San Agustín en la África vandálica: nos marca el contexto, la mentalidad del tiempo, las circunstancias de esta vida peregrina, pero atronadoramente “real”: somos hombres de nuestro tiempo. Es verdad que tenemos el derecho y la soberanía de rebelarnos contra nuestro mismo espacio y temporalidad, pero es ya una lucha contracorriente en la que difícilmente saldremos triunfadores, más bien, extenuados por el arduo trabajo cual terco salmón, una vía rocosa que en el mejor de los casos nos llevará a una Salmonis Itinera, que verá en el mejor de los casos, una esforzada corona de laurel, no en esta limitada dimensión, sino en el anhelado Más Allá de nuestras aspiraciones y sueños. Irremediablemente hemos elegido el bando y ese es exactamente el camino que hemos de recorrer, nos lo dicta ya nuestra conciencia de una manera cardial (re-cordare es literalmente “volver al corazón”), independientemente de los que nos pueda suceder, por muy angosto que sean los pasos y Cruces hacia el Calvario, eso sí, redentor. Jorge Mota viene a este mundo después de recién pasado el día después del Apocalipsis del 45, y se encontrará poco más de treinta años después con un jovenzuelo que le pide, con su venia, entrar en un mundo que quiere conocer y que ignora (sólo poco más intuye, que le atrae) completamente. De las lecturas de los clásicos y de los héroes de aventuras de Verne, Wren, Cervantes y Salgari, ese inexperto mozo quiere saber cosas sobre el Universo de Richard Wagner.
Es verdad que éramos recientemente camaradas en la Barcelona septuagésima del Círculo Español de Amigos de Europa, donde todos los germanófilos (y confieso que lo soy) bienintencionados y atrevidos de aquella España que ya no existe, nos agrupábamos para salvar no sé qué Europa que tampoco es ni por sombras lo que podemos contemplar hoy. Todo se hundía a finales de los años 70’, al igual que ahora, nosotros los augures del momento, profetizábamos lo que dramáticamente ya se está materializando, no sólo para nuestras sensoriales vidas, sino para toda una Civilización, la europea.

Pero el Destino, terco, quiere que conozcamos a una serie de personas, yo creo que hasta extrahumanas, muy diferentes al resto de los contemporáneos mortales, y desde la Esparta o Atenas de los mundos soñados de uno, sale un adepto a Timoteo, a Solón, o a un simple soldado micénico que llama a las puertas de nuestro humilde conocimiento para hacernos ver más cosas, y además, “más rápido, más fuerte, más lejos”, como el lema de mi querida caballería.
Sin duda, ese visitador, destacable y por fortuna, entre algunos otros, fue Jorge Mota. Caballero, soldado, wagneriano para trabajadores (“Un Arte para el Pueblo” en Hacia un socialismo europeo, 1974) a intentonas, mistagogo extrarradial que, como hijo de su tiempo, y en las coordenadas que nos dejó el tiempo coincidir, buscaba descifrar los misterios sagrados de muchos templos que se hundían.
No nos debían importar los temblores sísmicos de un mundo hacía tiempo en ruinas, nuestros parapetos había que construirlos con firme sillería visigoda, con estética y ética revolucionaria, en definitiva, con estilo wagneriano. Y nuestra correspondencia y encuentros personales fluían en travesas de montaña pirenaicas, con los clásicos vivacs de estelar nocturna contemplación wagneriana o beethoveniana, con los infinitos atardeceres y amaneceres que nos ofrece y regala con esfuerzo añadido la montaña, una de nuestras grandes pasiones en las que él me inició. A la pregunta transcendental de cuál sería el tema vertebral y fundamental del mensaje maestro alemán, más allá de la propia música y escritos del mismo, Mota me contestó (cartas de 8/II/1980 y 18/II/1980) con una cita que tengo escrita literalmente en una ficha desde hace muchos años:
“Los wagnerianos somos muy pocos, aunque los aficionados a Wagner sean muchos. Quiero pues dejar esto claro porque es frecuente que las walkirias, Wotan y los dioses germanos, los cascos corniformes o alados, el Sigfrido fornido que vence con su valor y su espada Nothung, etc., son elementos fáciles de captar y que rápidamente interesan, pero esto es solo una mínima parte de la obra de Wagner. Está el Tristán, ese hermoso canto al amor humano, tan difícil de captar y tan dificultoso de entender en una primera audición, o Parsifal con su religiosidad profunda que hizo escribir de él a Dietrich Eckart (…) “Esa elevada canción de amor, esa canción de elevado amor”, o el Lohengrin, el hijo de Parsifal que desde el castillo de Monsalvat es enviado a los confines del mundo a ayudar a los menesterosos, proteger a los desvalidos y defender el honor de las damas; a Tannhäuser, el hombre que se debate entre el bien y el mal, a Rienzi el sacrificado caudillo de su pueblo, El Holandés Errante, salvado por el suicidio generoso de la mujer que le ama; Los Maestros Cantores con toda la jovialidad y todo el drama mezclados, etc… (…).
El mundo de Wagner es un mundo de sentimientos, de profundos sentimientos, por encima de todos los cuales sobresale uno: el amor. El Amor a Dios, amor a una mujer, amor a los animales… podríamos decir que básicamente la obra de Wagner es un mensaje de amor, pero que a diferencia del que se predica desde los púlpitos de las iglesias, éste es algo vivo, palpable, profundo. Quizás en nuestra época y en un joven como tú, la palabra Amor suene algo cursi. Sí, así han hecho que sea. La palabra sexo es algo normal hoy, pero la palabra Amor, si se entiende como sexo, carece de sentido. Sin embargo es evidente que ésta es la base del mensaje wagneriano, ese sentimiento de amor que trasmite a todos los wagnerianos…
Naturalmente, para el profano, prosaico y pedante mundo de hoy, los puros dúos de amor, parte culminante de casi todas las obras wagnerianas, aparecerían diálogos absurdos y trasnochados. Tristán e Isolda, Lohengrin y Elsa, Siegmund y Sieglinde, Sigfrido y Brunilda, hablan un lenguaje que no todos pueden entender. Es un mensaje de un amor hermoso, natural, bellísimo, rebosante de pureza y jovialidad, pero ese mensaje no puede entenderlo casi nadie…”
Guardo estas cartas como perlas en un amistoso joyero de profunda admiración y respeto por ese gran maestro, catalanista y pulcro español, de sencillo aspecto y duras piernas de marcha montañera que era Mota. Gracias a su inicial dirección por los senderos marcados en el mundo de la ética y el wagnerismo, las aseveraciones del precursor me han servido, primero para profundizar y entender con el paso de los años (sólo así se pueden detectar, comprender las grandes verdades, y a veces, ni tan siquiera…), lo que verdaderamente me enunciaba y desmenuzaba; segundo, para desde sus fueros, perseguir un mundo de valores y virtudes wagnerianas y adláteres, que es muy probable hasta ni siquiera él pudiera sospechar, pero así es la vida y el Destino que Dios nos tiene diseñado y probado hasta una experimentación de la cual se extrae sabiduría. El esfuerzo, tiempo, audacia y energías impetuosas nos aguardaban a la vuelta de la esquina y son nuestras decisiones las que nos marcan y ayudan a seguir la ruta propia que es nuestra fugaz vida en este mundo, aunque un mundo, sea dicho de paso, que se parece cada vez más al Berlín de 1945 (¡peor aún: no se ven ni los nítidamente enemigos ni los escombros del combate!), y hasta los más allegados ni son conscientes de la batalla final en la cual ya hace tiempo estamos. Creo que, ahora sí, Mota debe entender ciertas emboscaduras y asaltos que un sereno e imaginativo soldado debe hacer a toda costa en circunstancias adversas: movilidad sin cesar, creatividad ante las desenfiladas que nosotros proponemos, que el enemigo observa y también recrea a su vez. Una vez más, reacción y movimiento. La Serena Walkiria lo observa y es ese el campo de batalla, no otro.
Ni que decir tiene que Don Jorge me siguió encaminando por mil y unas mil lecturas direccionadas (¡Dios mío la buena juventud que se ha perdido por no tener buenos “directores” en las lecturas que se nos proponen: somos lo que leemos en gran parte!), especialmente los clásicos, el cine, el teatro, el Arte (son de obligatoria consulta sus Pintores Wagnerianos, 1988, y el simpar Das Werk Richard Wagners im Spiegel Kunst, 1995), los deportes, la naturaleza, el vegetarianismo, la disciplina, ejemplarizando con su obra y acciones coherentes todo lo que expresaba y dictaba con conocimiento de causa.

Ayudó como pudo a un creativo grupo del Noroeste, wagneriano a su estilo, no exactamente como él quisiera, es cierto, pero en medio del fragoso combate, el suboficial que dirige al pelotón ha de saber improvisar, imaginar la voluntad de los propios y la del enemigo… aunque el oficial superior no llegue a comprenderlo del todo desde, también hay que decirlo, un difícil puesto de observación.
Nos cita Mota en algunas de sus obras más importantes, especialmente a nuestra humilde pero constante revista NOTHUNG (Richard Wagner y el teatro clásico español, 1983; Escritos 4 Wagnerianos, s/d, ¿1984?, de autoría adjunta con nuestra tan admirada como apreciada María Infiesta; revista Monsalvat, núm. 163 de 1988; revista Fulls Wagnerians núm. 6, 1986 en catalán, etc.,) y desde 1983 es nuestro Presidente de Honor en una atrevidísima Asociación Juvenil Wagneriana que comenzará sus pasos hasta llegar al día de hoy como Asociazón Wagneriana da Galiza, con su publicación periódica CRÓNICAS WAGNERIANAS / NOTHUNG (ya en su número 62…), continuadora en espíritu de aquella publicación juvenil, ya muy crecidos en edad los mozalbetes de hace casi cuarenta años, constantes y perseverantes, como él mismo nos indicó y señaló, expectantes para un mundo en general, y wagneriano en particular, muy cambiado en aspectos profundos y elementales, serenas estrategias de un asociacionismo muy difícil de mantener con medios, humanos y económicos, como siempre, limitados: no podía ser de otra manera.

Me llegaron por doquier de su parte, cassettes de “iniciación a Wagner”, los primeros, recuerdo perfectamente, eran selecciones del Anillo, especialmente del Siegfried (versión Solti, su favorita, con sus correspondientes traducciones de los textos), me llueven libros como El Drama Wagneriano de H. S. Chamberlain, Los Dramas musicales de Wagner con grabados de Meisenbach (1885), o el clásico de La Mara, donde se compendia a grandes rasgos prácticamente toda la vida y obra de Wagner, de los que recuerdo con especial agradecimiento. De entre las anécdotas de sus constantes invitaciones al Liceo de Barcelona, bastante antes de su desgraciado incendio, entre los años 1980 y 1984, he de dar gracias al aún joven maduro maestro, en las que pude contemplar, escuchar, visualizar obras y escenografías del loable Mestres Cabanes, así el requerido Siegfried y dos versiones del Lohengrin, además de un Tannhäuser en el Teatro Real madrileño, con una compañía y repertorio de la RDA: siempre en el paraíso, se sobreentiende, corriendo a todo motor escaleras arriba, después de aventuras escapadas de un menor impresionable en unos trenes de recorrido Galicia-Barcelona de más de 18 horas de duración… No es heroico, pero llenaron mi mundo de iniciadas experiencias en la imaginación de un muchacho wagneriano, sus palabras son aún un refuerzo de ilusión y esperanza para los que empiezan, nostalgia y serenidad viva para los que aún caminamos:
“¡Adelante, camarada! Has iniciado el camino y esto es la wagnerosis –como la llamamos jocosamente-, es algo progresivo, incurable y contagioso. Espero que más tarde o más temprano podamos reunirnos para escuchar algo de Wagner juntos” (18/II/1980).
O esta otra:
“Adelante, amigo, adelante. El camino es largo y abrupto pero al final un puente sobre el arco iris nos conducirá a la meta. Un puente que se elevará sobre un Rhin donde sus hijas naden tranquilas, pues el oro ya ha sido devuelto a su custodia. Tu amigo wagneriano…” (3/X/1981)
Ya viniese de vuelta con mis aventuras frustradas a Bayreuth y Tribschen, o él retornando de su Meca en Bayreuth, o de algún festival donde representasen Wagner, Orange, por ejemplo, su llamada era siempre la misma, que fuese a Barcelona en cuanto pudiese, pues me iba a formar-informar de todo lo que se cocía sobre Wagner en la ciudad condal, las visitas a la obligada ruta 5 del modernismo barcelonés, lo que se editaba o la siguiente travesía de montaña al Valle de Arán…ante mi negativa por limitaciones económicas propias de mi corta edad, aseveraba, “Si no es posible otra vez será, pero que sea pronto. Si no tienes dinero coge una bicicleta y te vienes tranquilamente, es barato y divertido”… 1150 km. de distancia no eran problema para el entusiasmado Jorge Mota y su tibio prosélito.
Como todo lo dicho hasta ahora, no es menos cierto, y es de rigor decirlo, Mota y este que escribe nos fuimos apartando personalmente por, seguramente posicionamientos aparentemente insospechados. Error por ambas partes, pues el lazo que ya habíamos creado y fortalecido era ya el de un maestro para con su discípulo, inquebrantable y sólo contradictorio en figuración, apariencias del Kali-Yuga, a modo de un Gurnemanz sancionador hacia un joven Parsifal abatidor de cisnes o un loco Sigfrido cazador de innecesarios osos de profundos y oscuros bosques. Cosas de la Wiedervereinnigung que diría Schlegel.

Uno de los vínculos que más nos entrelazó fue mi sencillo artículo “Sentirse wagneriano” (que quería seguir titulando “…en un mundo donde ya nadie se siente así”, que él mismo me aconsejó no añadir), en un día aciago para el buen Mota:
“Al llegar al local he visto Nothung y nada podía ir mejor a mi estado de ánimo que ese extraordinario artículo tuyo. Me ha abierto una puerta, una esperanza: no está todo perdido, siempre queda alguien que recoge la antorcha y avanza con ella, me he dicho. Efectivamente, hay algo, que se siente, que es ajeno a nosotros, pero que nos llena (…) Aquél chico de Madrid (…) también tenía esa llama, ese espíritu que respira tu artículo (…) Después de 25 años el panorama nos es halagüeño. Muy pocos “se sienten wagnerianos”, pero por lo menos uno tiene la certeza de que, hagamos más o menos, por sí mismos, sin ayuda de nadie, surgirán jóvenes en todo el mundo en cuyo pecho arderá ese entusiasmo, ese sentimiento que, como tú dices (…), es una “felicidad triste”, pero que nos llena y nos da fuerzas”. (3/X/1981)
Mota asciende al Walhalla el mismo día que presento un libro mío en la Universidad de Pamplona, rezo por él e intento recordar los momentos que nos unieron, no pocos, muy bellos y que recuerdo, extenuado en la noche solitaria del campus navarro: reconozco que me senté abatido. Nos tocaba a la siguiente generación llevar un tensísimo y pesado arco, sólo apto para ser doblegado por héroes homéricos, no por mediocres neófitos. La responsabilidad y el recuerdo me envolvieron durante unas largas horas, llamé a amigos y camaradas…
Pero he de contar aquí y no en otro momento ni lugar, una profunda experiencia después de su reciente fallecimiento fue en realidad como una alucinación, un brioso trueno de Donner que no era esperado y el sobresalto fue lo que quiero compartir ahora con todos ustedes.
Fue en un concierto, de vuelta reciente de mi viaje comentado, Palacio de la Ópera de Coruña, en habitual y siempre espero que no prosaico, momento de mi afición por escuchar música (que el propio Mota me aficionó, por cierto), en concreto un concierto para clarinete y orquesta nº 1 (op. 73) de nuestro común admirado y amado Carl Maria von Weber. Empieza esta jovial obra con un allegro, con un contrastado tema de violonchelos, efusivo después, tutti orquestal. El solista clarinete aparece, enmudecida la orquesta con un pianísimo a modo “doloroso”… me emocioné, me impactó esta inesperada intervención, muy sentida del clarinete… y creí experimentar toda una metáfora de lo que fue Mota para muchos de nosotros, una sublime aria 6 operística weberiana con modo de solista de clarinete, a partir de la cual los demás no hacíamos otra cosa sino interpretar ese mismo tema desde la orquesta global, tal vez, desarrollando los temas que él mismo nos indicaba, por lo menos hasta unos ciertos momentos y años necesarios desde que el tema es interpretado por ese gran clarinetista de harmónicos centroeuropeos que era Jorge Mota. El Adagio y el Allegretto finales son sublimes en esta aparentemente sencilla obra de Weber, son modos de rondó con sorprendentes modulaciones, desafiantes para un sencillo instrumentista, verdaderos torrentes de semicorcheas que sólo un buen Cazador-Sigfrido puede interpretar… y la orquesta difícilmente continuar. Así era Mota, así me lo expresó después de su fallecimiento, lo que éramos nosotros para con él en nuestros mejores instantes.
Al acabar el concierto, ya noche, me apresuré a buscar toda la correspondencia “histórica” que me unía inefablemente a ese hombre, a esa música, a esa obra y arte que nos unía. Mota y Wagner están casi ensamblados en unos recuerdos y experiencias de una vitalista juventud que para muchos de nosotros, jamás ha desparecido en nuestros corazones, algo más cansados es verdad, pero sólo por el obligado paso de los años: las almas, el fuego permanece y siempre es necesario reavivarlo sin cesar, sin ceder.
Juntos, soñar por llegar al Wahalla, después de no ceder ni un palmo de terreno en nuestro espíritu:
“Hay muchos problemas pero poco a poco irán resolviéndose y en las montañas, en tu verde Galicia o en mi encrespada Cataluña nos veremos y en todo caso algún día nos reuniremos con “ellos”, que desde arriba estarán mirando con orgullo nuestra lucha y podremos decirles: “Sí, somos nosotros, los “wagnerómanos”, como decíamos jocosamente antaño, y nos abrirán de par en par la puerta hacia el Walhalla donde veremos a Winifred Wagner y también a Elsa, Lohengrin, Brunilda, Tristán, Parsifal… Sí, allí estarán, reales y tangibles, pues para millones de personas han sido reales, han vivido y nos han hecho vivir y no fueron creados más idealmente por Wagner que Winifred fue creada idealmente por Dios. Estaremos juntos con nuestros héroes, con nuestras heroínas, formaremos parte por fin de nuestro sueño, de ese sueño de nobleza e ideal y desde nuestra placentera situación en el valle, veremos arriba a los que han hecho posible nuestra dicha: Dios y Wagner… Sé que tú me entiendes, que para ti es más fácil, más sencillo, más llano, más simple, imaginarte hablando con Tristán que programando un ordenador” (3/X/1981)

Ni que decir tiene que la lista de los llamados al Walhalla cristiano de Mota era mucho más larga que lo que aquí muestro, pero creo que todos los conocemos y no hace falta mencionarlos. Mota, en definitiva, según sus palabras, nos espera en su particular Cielo walhállico, intercediendo ahora por sus amigos y camaradas; se nos muestra, se expresa en esta dimensión, desde su música y lecturas indicadas con generosa y sabia dirección. No le defraudemos a él, no nos traicionemos a nosotros mismos. En el Recuerdo y Memoria, en la Esperanza operativa del Futuro, tu suboficial en su puesto de combate.
Xosé Carlos Ríos