Inverosímil escuchar a tertuliano que se precie que no nos recuerde cómo el imperio del mal, el renacido imperialismo ruso que campa a sus anchas por las junglas que bordean nuestro cuidado jardín europeo, está abocando a los países más pobres de la tierra a la hambruna más atroz. Rusia deja, Rusia impide, según el ánimo cambiante del nuevo zar de Moscú, las salidas de trigo ucraniano hacia las salvadoras aguas del mediterráneo.
Es eso lo que nuestros castos oídos deben escuchar. Y a fe que lo consiguen. Más sin un ápice de verdad en la tirada, salvo que el jardinero mayor de la Unión Europea, el señor Borrell considere que es España uno de los países más amenazados por la desnutrición. España en pleno jardín, ordenado y con el mejor de los diseños, jardines de Aranjuez y del Generalife, todo en uno.
No se sorprendan si les digo que España es el principal país del mundo, aquí también somos los primeros, receptor del grano y aceites que salen por el estrecho del Bósforo procedentes de Ucrania o de Rusia. Cualquiera puede consultar el movimiento de barcos, actualizado hasta el día de ayer, que navegan por el corredor del Mar Negro, su destino y la carga que llevan. Los datos son publicados por las Naciones Unidas (1). Más del 40% de las exportaciones han sido de maíz, menos del 30% de trigo. No llega al 1% de los cerca de diez millones de toneladas exportadas, la cantidad que ha ido a países verdaderamente atrapados en la hambruna crónica, como Yemen y Afganistán. Vean las cifras, hagan números y saquen conclusiones. Comprueben por sus propias entendederas cómo no anda muy descaminado el presidente de la Federación Rusa cuando se refiere a nuestro jardín y al amo transatlántico como “el imperio de la mentira”.
Maíz para España, pero no para los españoles, sino para nuestros cerdos, gallinas, vacas y demás fauna ganadera. Trigo, poco, muy poco, para Yemen y Afganistán; el primero arrasado por una guerra que apoyamos y armamos desde el edén mayor de la OTAN y con nuestras modestas aportaciones al arsenal de Arabia Saudí. El segundo, Afganistán, con todos sus haberes en los países del jardín, confiscados y dificultando sus ya magras capacidades de pago. Esa es la hipocresía que vela por la pulcritud de nuestro jardín, bien provista de papeleras para acoger toda nuestra basura sosteniblemente reciclada.

Bien podrían producirse esos cereales que hoy tenemos que importar en nuestras tierras, pero la política agraria del jardín consigue estas maravillas de dependencia que son portentos de sumisión. Y para ponerle la guinda al pastel de la farsa consideren que el Sr. Borrell y su Presidente, la Sra. Ursula von der Pfizer, forjaron una disciplina de sanciones contra Rusia que no le impide exportar abonos a la UE, pero sí a los países terceros, es decir, a aquellos que más dependen de su producción agraria para, meramente, conseguir subsistir. Por supuesto, esa producción agraria, hoy por hoy, depende de esos abonos no exportados. Es la nueva versión de nuestra ayuda al desarrollo. Hay que mantener la jungla a raya.
Y sin querer mezclar churras con merinas pregúntense cómo es posible que España sea uno de los países en Europa que más han incrementado sus importaciones de gas licuado ruso en los últimos meses. Parece ser que el gas del que fue amigo argelino, y hasta la grandiosa ocurrencia diplomática del presidente Sánchez con su genuflexión frente al soberano marroquí, no fluye con la alegría que debiera. De esto tampoco les habrán informado, y es natural porque podrían llegar a orientarse con demasiada lucidez por las apestosas alamedas de nuestro bien cuidado jardín, algo inaceptable para nuestros jardineros.
Carlos Feuerriegel
(1) https://www.un.org/en/black-sea-grain-initiative/vessel-movements