100 años de la marcha sobre Roma, El Militante nº3 (Recomendación literaria)

Dos grandes méritos concurren en la persona de Benito Mussolini:

El primero, lo constituye la instauración, en el terreno práctico, de una nueva y exitosa concepción política superadora del asfixiante y fracasado dúo capitalismo-comunismo, que habían conducido a los pueblos sometidos a sus respectivos sistemas a la ruina y a la explotación material, y a una desolación espiritual y cultural sin parangón. Una concepción que aplastó el poder de las élites económicas, encumbró al pueblo trabajador y proclamó la reconciliación nacional a través de la justicia social y el orgullo identitario.

El segundo, hemos de buscarlo en su particular praxis revolucionaria, según la cual, incluso en un contexto de miseria y terrorismo político endémico, como era el de la Italia de 1922, al borde del colapso, con huelgas incesantes y desórdenes violentos continuos protagonizados por los marxistas, el uso de la fuerza quedó restringido a mínimos quirúrgicos. Toda su obra revolucionaria fue articulada sobre el convencimiento popular, que fue encuadrado con disciplina en un movimiento combativo y henchido de una fe irreductible en su causa. La divisa era clara: al poder no llegaremos por la fuerza, sino aupados por el pueblo de Italia.

La Marcha sobre Roma, cuyo centenario conmemoramos en este escrito, fue ejecutada en un momento en que el Partido Nacional Fascista de Mussolini superaba con creces al resto de partidos políticos del país y la proclamación del Duce como jefe legítimo de gobierno era inexcusable. No se trató, pues, de ninguna clase de golpe de estado, sino de un gesto simbólico, una grandiosa demostración en que el pueblo trabajador unido tomó la calle para exigir a la clase política dominante aquello que le pertenecía por derecho.

«O Roma o morte»

Pese a los esfuerzos de Mussolini y sus Camisas Negras, diversas circunstancias se opusieron a que estos pudiesen implementar en toda su integridad los postulados proclamados por el Fascismo —absolutamente ignorados por nuestros contemporáneos, que tan a menudo echan mano de su nombre a modo de descalificativo—. No obstante, resulta innegable que sus conquistas sentaron la bases de una revolución de carácter mundial, llamada a destronar al poder de los grandes capitales, sobre la que germinó, entre otros, el Nacionalsocialismo de Hitler.

Perdida la guerra para el Fascismo, los antifascistas italianos quisieron distinguirse de sus enemigos y resucitar su arcaico concepto de revolución y cambio de orden. La Mafia, que había sido extirpada sin concesiones por el Duce, fue reimplantada como quinta columna por el capitalismo americano mientras, en perfecta connivencia con este, los comunistas desataban una descomunal orgía de sangre humana que tuvo como colofón la violación y la tortura ejercida sobre los cuerpos de Clara Petacci, Benito Mussolini, Nicola Bombacci, Alessandro Pavolini y Achille Starace; antes y después de matarlos. Sus cadáveres fueron arrojados a la chusma antifascista, quien los vejó con tal saña que sus rostros, de desfigurados, quedaron irreconocibles. A continuación, para rematar tan inmundo y sádico festín, colgaron a sus enemigos como trofeo de su victoria, usando ganchos de carnicero, en lo alto de una gasolinera de Milán ante el júbilo exultante de la democrática muchedumbre que allí se congregaba (este gesto, por sí solo, reivindicado y justificado hasta la náusea por los vencedores, dice más de nuestros opositores que cuanto podamos alegar nosotros). Pero su sed no quedó saciada. Le siguió el exterminio sistemático de los principales representantes políticos del fascismo y un reinado del terror que se prolongó mucho en el tiempo y sembró el país de persecuciones, matanzas y violaciones, en tiempos de «paz».

Portada del libro.

El Fascismo, que ascendió al poder por la fuerza de la voluntad popular, fue depuesto por la violencia criminal de quienes hoy dominan el mundo. Sus ideas, principios y valores, y con ellos los de tantos otros movimientos de liberación popular a los que el Fascismo inspiró a lo largo del orbe, jamás fueron derrotados. Triunfaron. Y son hoy, como ayer, aquello que más odian y temen las élites globales, lo que con más esmero reprimen en cada rincón de Occidente: desde sus medios de comunicación, sus partidos políticos de exquierdas y deshechas, sus grandes corporaciones digitales… No es solo por honor que recordemos en nuestras páginas la Gran Gesta del Fascismo.

A nadie le pasa inadvertido que, como nacionalsocialistas, albergamos ciertas diferencias de cosmovisión con el Fascismo Italiano; pero no es el momento de ahondar en ello. Aquí y ahora, nos inclinamos en humilde señal de admiración y gratitud ante la obra del genio político, del visionario, del revolucionario infatigable, del mártir del pueblo de Italia, en definitiva, del hombre cuyas excepcionales cualidades sirvieron de referencia a los revolucionarios de todo el mundo y lograron abrir la puertas de una nueva era que, en justo reconocimiento, lucirá por siempre el nombre genérico de FASCISTA. Una era que irradió sus primeras luces en la Marcha hacia Roma y que culminará en un grandioso amanecer cuando todos los pueblos libres —en palabras de nuestro camarada Ramón Bau— marchen imparables sobre las ruinas de Wall Street.

Extraído de la cubierta de El Militante nº3

•Suscripción postal por 4 números por 40€, gastos de envío incluidos.
•Socios y afiliados de la asociación Devenir Europeo: gratuito.
•Precio unidad: 10€, más envío.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: