La esperanza no es verde

Pandora fue un regalo envenenado de los dioses inmortales del Olimpo a los hombres laboriosos. Pandora, la que posee todos los bienes, bajó a la tierra con una caja misteriosa, y al igual que Eva con su manzana, puso fin a la edad dorada y paradisíaca de la humanidad. La caja albergaba males y castigos que la hermosa Pandora dejó escapar, ya entre nosotros. Todos salieron, menos uno, sin duda el más benéfico: la esperanza. A la esperanza la hemos pintado de verde, pero la política ha disociado esta unión.

La esperanza quedó en el fondo de la caja, pero los verdes, los que decían llevar a la Naturaleza por bandera, una vez organizados políticamente, han sabido salir de la caja, del rincón y del armario. Han asaltado los cielos y hoy están en los gobiernos. En Austria, en Suecia, en Alemania o en nuestra España, con una presencia testimonial, Equo, dentro del Podemos gubernamental.

En el trienio coronavírico, los verdes europeos han sido los mayores defensores de la política del “cero Covid”, fijándose como meta acabar con un virus respiratorio muy dado a las mutaciones. Tarea estúpida e imposible donde las haya y todavía más incomprensible en quienes se supone conocedores de las leyes de la vida en este planeta azul que tanto dicen amar. Como era de esperar, los hechos están poniéndoles contra las cuerdas. A más extremas han sido las medidas contra el virus, peores los resultados. A la quiebra sanitaria, que suma y sigue, añadamos la ruina social. Los verdes no acabarán con el virus, pero el virus sí erosionará gravemente su poder y credibilidad.

.

Los verdes en Europa también son los apóstoles de la corrección política, el nuevo lenguaje inclusivo del todos, todas y todes o el belicismo a ultranza. Este amor a las armas llega al extremo de que, en Alemania, cuna y plaza fuerte de los verdes europeos, han pasado de clamar “nunca más guerra” a implorar, “nunca más una guerra sin nosotros”.

Pero si hay algo en lo que destacan sobremanera es en su cruzada antifascista. Un antifascismo muy peculiar que merece un poco más de atención.

Ni Marx ni Engels pudieron conocer o prever la subida al poder del fascismo en Italia o del Nacionalsocialismo en la Alemania de los años treinta del pasado siglo. Sus herederos de la izquierda, que todavía no habían renegado de ellos, sin embargo, tuvieron muy claro que los “fascismos” no eran más que la última expresión de la concentración de poder en manos de la burguesía, de la clase poseedora. Combatir el fascismo era combatir a esta minoría numérica, pero poderosa, que se había apoderado del Estado. La última guerra mundial y el fenómeno del Nacionalsocialismo socavaron esta afirmación. Era difícil encajar la realidad de que el pueblo alemán, con la población obrera más organizada de Europa, no se revelara contra la imposición de una minoría. Esto tendría graves consecuencias en el replanteamiento de la lucha antifascista. Cuando todo un pueblo no merece la categoría de víctima, sino que es considerado culpable, urge actuar sobre los valores de ese pueblo. La reeducación social había nacido y con ella el nuevo antifascismo.

A partir de ahora, en la Europa occidental y los EEUU, el fascismo sería elevado a la categoría de patología colectiva, enfermedad psiquiátrica que se alimentaba del carácter autoritario que habita agazapado en todos y cada uno de nosotros. El exorcismo terapéutico debía aplicarse a todo un pueblo. Los alemanes primero, todos los demás a la cola. Fueron las primeras contracciones del parto de la cultura de la cancelación que hoy vive sus horas altas.

Marcuse, Adorno, Wilhelm Reich, Hockenheimer, Habermas, todos ellos nacidos en Alemania y exiliados a los EEUU, diseñaron en los laboratorios del Departamento de Defensa norteamericano los pilares del nuevo antifascismo ya antes de que acabara la guerra. Una extraña amalgama de neomarxismo, sin Marx, y psicoanálisis freudiano aplicado a la colectividad social. El experimento dio resultados. Ahora tocaba extenderlo.

.

Desaparecida la izquierda clásica abanderada del antifascismo superado, los verdes son los llamados a aplicar con celo la nueva terapia a todos los europeos. Nos quieren en el diván del psiquiatra y por lo pronto nos tienen ante una pantalla que ya deshace lo suyo. El objetivo es ambicioso, pero al mismo tiempo simple. Se trata de conseguir que nos odiemos a nosotros mismos como vía para sanar de nuestras dolencias históricas. Las dolencias de una sociedad con un pasado patriarcal sustentador de la familia, la dolencia de la atracción heterosexual que alimentaría la invisibilidad de la homosexualidad, la dolencia de una naturalidad enfermiza con la cual se da por sentado el propio sexo biológico, cerrando los ojos al llamado “género líquido”, cambiable a voluntad dado que sería una construcción social, y alimentando con esta ceguera la transfobia, la dolencia del apego por la propia comunidad y cultura que podría derivar en xenofobia. Demasiadas dolencias que requieren de hábiles cirujanos, y los verdes han cogido con ganas el bisturí, con el mismo aplomo que antes hacían calceta en los parlamentos y colocaban macetas con girasoles en los escaños.

La agresiva terapia a la que debemos someternos tiene un gran poder paralizante, estupefactos nos cuenta vivir con el odio a nosotros mismos. Algo en nuestro interior nos dice que esto es malsano y enferma. También tendrá un efecto adverso para los verdes terapeutas. En la misma medida en que nos dicen que hemos de dejar de ser quienes somos, los pueblos les darán la espalda hasta caer en la insignificancia. Tanto más cuanto menos haya avanzado la reeducación.

Ya se está viendo. El nuevo antifascismo es el culto de la minoría con mayores ingresos, estudios y más desligada de la mayoría trabajadora que, primitiva y recalcitrante, no asiste a las terapias con el celo y convicción requeridos.

Así, no es de extrañar, que los ciudadanos de la Europa del este y los países de la extinta Unión Soviética, educados en el antifascismo clásico, y cuyas Repúblicas populares no les aleccionaron precisamente en el odio a sí mismos, sean las poblaciones que más oídos sordos hacen a los mandamientos de la religión verde antifascista. Para desesperación de la Comisión Europea. No entienden esos pueblos que deban recelar de sus culturas pera celebrar las culturas de todo grupo minoritario al que deban acoger.

.

Los incautos podrán sorprenderse de que precisamente el discurso del nuevo antifascismo goce de tan buena acogida en el mundo del poder real, del capital financiero. No hay lugar para tal sorpresa. Ese discurso fragmenta socialmente y debilita individualmente. Quién no se acepta tal y como es y acepta a los que le antecedieron con sus vicios y virtudes, difícilmente hará comunidad. El poder real no pretende otra cosa, dado que para él sólo debemos contar como consumidores, aislados e indiferentes a los demás, no como hombres y mujeres con valores y criterios propios, arraigados y libres. En el camino hacia esta conquista, tú eliges. Rechaza someterte a terapia.

Carlos Feuerriegel

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: