No es nuestra guerra

La difusa y móvil frontera occidental rusa con las naciones vecinas ha sido un foco permanente de choques durante siglos. Dentro de esta amplia franja, un lugar muy concreto se convirtió de facto, este pasado jueves, en el epicentro de la política mundial. Al instante, en todos los grandes medios de Occidente, comenzó a reproducirse un indigerible relato precocinado de los hechos, homogéneo, tendencioso e impregnado del más ruin belicismo, aquel que se hace llamar pacifismo y alimenta, por medios “pacíficos”, cobardes y mentirosos, la hoguera de las guerras en que mueren otros. Este relato nos habla de buenos y malos, de agresores y agredidos, incluso de víctimas y verdugos, y acusa a la Rusia de Putin de constituir una amenaza inminente para la paz mundial cuya salvaguarda corresponde —¡cómo no!— a EEUU, a la OTAN, y a sus países súbditos.

Como contrapartida, los diferentes medios alternativos han creado dos discursos propios bastante desacertados y enfrentados entre sí. El primero, ensalza la lucha nacionalista ucraniana contra Rusia, arguyendo un paralelismo con las luchas políticas que allí se libraron hace un siglo. El segundo, idealiza la Rusia actual, como si se tratara de un estado idílico, una potencia renacida de las cenizas de la Vieja Europa que se yergue desafiante contra el dominio capitalista y progresista sobre la Tierra. Uno y otro, no son más que el producto de una muy humana cualidad que lleva a los miembros de nuestra especie a ver las cosas como les gustaría que fueran y no como tristemente son en realidad.

La inteligencia y la honradez nos obligan a no dejarnos llevar por sentimentalismos, a desoír explicaciones simplistas, griteríos efectistas, y a estudiar con calma y cautela los hechos para hacernos una composición de la naturaleza del conflicto que se ciña lo más posible a la realidad objetiva, y poder construir a partir de ella una opinión política que responda a los ideales que defendemos: el derecho de autodeterminación de los pueblos, su soberanía política y económica, y la construcción de una Europa libre, unida y soberana.

Sirvan las siguientes líneas como un primer paso hacia este fin.

DE LA GUERRA DEL DONBASS

La guerra con que se despertó el mundo el pasado jueves se circunscribe al Donbass, un pequeño enclave situado al este del actual estado de Ucrania, que se divide a su vez en las regiones de Luhansk al norte y Donetsk al sur. Este territorio, cuya soberanía está en discusión, es el punto más candente de una vieja disputa entre naciones que reivindican para sí el Rus de Kiev, que es, en justicia, el origen histórico tanto de Rusia como de Ucrania, dos naciones fuertemente emparentadas por la sangre y la cultura.

El Donbass ha cambiado de manos y ha sido parcialmente repoblado y despoblado en varias ocasiones en los últimos siglos. Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, el Donbass se convirtió en la cabeza de puente de un bolchevismo “ruso” en imparable expansión que el nacionalismo ucraniano no logró frenar; razón primordial por la que la lucha por el control de esta región posee además un carácter altamente simbólico para el actual movimiento nacionalista del país, de marcada tendencia antirusa y anticomunista. No obstante, el Donbass no fue incorporado a la Rusia soviética, sino a la República Soviética de Ucrania que surgiría del triunfo definitivo del comunismo en la zona.

En el período soviético Ucrania entera sufrió grandes alteraciones demográficas, tanto por las purgas políticas y étnicas o por el Holodomor, como por los flujos de población rusa hacia el territorio que nos ocupa, atraídos por la necesidad de mano de obra minera. En la actualidad, la mayor parte de la población étnica rusa del Donbass habita en las ciudades, mientras que en las zonas rurales la proporción de ucranianos es muy superior. En cifras totales, la población es mayoritariamente de origen ucraniano y constituye el 60% del total. Si, en cambio, atendemos al factor cultural y lingüístico, las proporciones se invierten y nos topamos con que el 75% de la población tiene el ruso por lengua materna. Vemos que no es tan fácil determinar quien posee el derecho natural sobre esta tierra.

Si a estos datos, que ya nos hablan de un antiguo conflicto étnico sobre el que se instaló en el siglo XX una irreconciliable brecha política que desangró a la vieja Rus, sumamos los intereses geopolíticos, de ambas naciones modernas, en este punto concreto de la frontera, entenderemos aún mejor el conflicto. Moscú, por su parte, pretende poner freno al cerco al que las fuerzas de la OTAN han ido sometiendo progresivamente a su país en la frontera occidental, reconociendo a Luhansk y a Donetsk como repúblicas independientes dentro de su órbita de influencia. La estrategia rusa es crear un cordón de seguridad entre las potencias antirusas de la OTAN y su territorio nacional, que esté constituido por estados aliados. Ucrania, un país pequeño frente a un gigante, quiere a su vez garantizar su integridad territorial actual y conseguir el respaldo efectivo del único que puede ofrecérselo, el otro gigante conformado por el bloque americano y sus aliados, y aspira por ello a ingresar en la OTAN y en la UE. Los lógicos y naturales sentimientos patrióticos de una población que ha padecido durante décadas el ahogo de la bota de acero soviética sobre el cuello, convergen con la avidez de un gobierno deseoso de recibir las prebendas de Bruselas y de codearse con el imperio dominante.

Un militante de la autoproclamada «República Popular de Donetsk», próxima a los prorrusos, en las ruinas de Savur-Mohyla, un memorial de la «liberación de Donbás» de los NS destruido en una batalla en 2014.

Pero, como sabemos, la actual guerra en el Donbass no comenzó el jueves. Lo que comenzó fue la intervención directa de los ejércitos ruso y ucraniano. La región lleva sumida desde 2014 en una guerra civil, que protagonizan guerrillas ucranianas y prorusas, y que se ha cobrado 15.000 muertos. Unas víctimas que no han interesado a los medios occidentales desde hace años, pese a que el jueves se despertaran tan interesadamente sensibleros. Desde que comenzaron los enfrentamientos armados en 2014, ambas partes han cruzado reiteradamente denuncias de genocidio intercaladas con acusaciones mutuas de boicotear el proceso de diálogo para poner fin al conflicto por la vía diplomática. Cuando las tropas rusas cruzaron la frontera, ya se habían registrado diversas explosiones contra objetivos prorusos en el Donbass. Hechos que fueron sistemáticamente silenciados por la prensa del bloque occidental.

DE LOS CAMINOS SEGUIDOS POR RUSIA Y EEUU

Conviene hacer algo de memoria a propósito de la reciente historia rusa y sus tensiones con EEUU. Tras la caída de la URSS, Rusia se replegó hacia el interior del continente, concedió la independencia a la mayoría de sus repúblicas satélites y se mantuvo alejada de cualquier conflicto armado más allá de su espacio vital. Gorbachov transigió con la reunificación de las dos Alemanias, la del oeste y la del centro, (porque hubo una “tercera” y verdadera “Alemania del Este”, que ya se había quedado la Polonia comunista tras expulsar y exterminar a su población, borrada de los libros de historia), y lo hizo bajo palabra de los dirigentes occidentales de que la OTAN mantendría sus posiciones y no avanzaría hacia Rusia. Una promesa que no parecía difícil de cumplir, dado que la OTAN se creó en el contexto de la Guerra Fría y la Unión Soviética y su imperialismo morían en ese mismo instante. Sin embargo, mintieron. La OTAN siguió el camino hacia Rusia y sembró su contorno de bases militares hostiles y armadas con misiles apuntando hacia Moscú. En el resto del mundo y durante este período, el imperialismo americano fue abriendo nuevos frentes de guerra sin descanso, arrastrando a sus soldados y a los soldados de sus países vasallos a morir en lejanas selvas y remotos desiertos bajo pretextos mezquinos, inventando armas de destrucción masiva, sirviéndose de acciones de falsa bandera o apelando burdamente a los dogmas ideológicos del mundialismo democrático que tenían el derecho, Dei Gratia, a imponer al resto del planeta. Guerras por la libertad, la paz, los derechos humanos y bla, bla, bla. A la vista están los resultados.

Putin y Biden se saludan en Moscú, en 2011.

En las décadas que siguieron al desmantelamiento de la URSS, Rusia estuvo sumida en un estado de decrepitud y decadencia, y aceptó sin remedio este estado de cosas. La pobreza y el atraso eran la marca distintiva de la Rusia del triste borracho que fue Boris Yeltsin. Pero, con el liderazgo de Putin, Rusia se ha elevado progresivamente a un puesto de primer orden en el panorama internacional. La Rusia contemporánea ya no es la Rusia de Yeltsin; pero tampoco la Rusia soviética y, en rigor de verdad, se ha de reconocer que cualquier relación entre la Rusia moderna y la comunista, no es más que un recurso retórico de los discursos de Putin, que utiliza cualquier período de la historia rusa como una fuente de orgullo a través del cual reavivar y reafirmar la conciencia nacional de la nación. No es muy sensato, como vemos en cierto sector del nacionalismo español, abanderar en este conflicto el espíritu heroico de la División Azul. No imagino a aquellos muchachos de la España nacional enrolándose en una cruzada contra una nación done impera un patriotismo tradicional y cristiano para defender a un bloque ideológico que practica el progresismo internacionalista y ateo.

EEUU ha seguido el camino opuesto en todos los sentidos, el camino de la guerra indiscriminada, el camino de la vergüenza de su historia y su pasado, el camino de la división social y, le pese a quien le pese, a diferencia de Rusia, América se precipita inexorablemente hacia el fin de su hegemonía mundial y hacia su descomposición interior. Militarmente, ha desgastado sus fuerzas en guerras absurdas y criminales que nada tenían siquiera que ver con sus propios intereses nacionales, sino con los de Israel y los grupos financieros que han acabado por capitanear su política exterior. Nadie recuerda cuando ganó su última guerra y su derrotismo fáctico, que tan de manifiesto quedó en su reciente y patético abandono de Afganistán, después de sostener un esfuerzo bélico colosal durante años, desmiente cualquier intento de su propaganda por enaltecer su poderío militar y pone en evidencia cual es el único poder real y efectivo que aún posee el bloque: la propaganda.

Una propaganda capaz de hacer creer a las masas que EEUU moviliza a la OTAN siguiendo razones de orden moral para salvar a Ucrania, como la paz mundial, los derechos humanos, la democracia y todas esas paparruchas demagógicas. El mismo EEUU que ya con Obama declaró que su ejército estaba por encima del bien y del mal, y no iba a permitir que ningún tribunal internacional juzgase a sus tropas por crímenes de guerra. El mismo EEUU que prometió ayuda al pueblo húngaro cuando se alzó en armas contra la tiranía soviética y luego dejó que los tanques rusos aplastasen los huesos de los rebeldes, no sólo en completa pasividad, sino impidiendo que países que sí querían tomar partido al lado de Hungría, como la España de Franco, pudiesen desplazar efectivos hasta la frontera húngara. El mismo EEUU que doblega el espinazo ante Israel cada vez que éste invade, ocupa y se anexiona territorios palestinos, o viola sistemáticamente las resoluciones de la ONU (ningún estado ha violado tantas). El mismo EEUU que hace dos días apoyaba sin tapujos al Estado Islámico contra el gobierno legítimo de Siria… Y con el mismo interés que hoy respalda a Ucrania.

El único motivo que persigue EEUU, movilizando a la OTAN y dirigiendo una campaña propagandística de proporciones insólitas contra Rusia, es entorpecer el ascenso de una potencia rival muy capaz de hacerle sombra, incluso de desbancarla. No es una cuestión moral —por favor… no seamos cándidos— sino estratégica. Aunque con mínimas posibilidades de éxito a medio plazo. Ucrania es una excusa, como lo fue Polonia en la Segunda Guerra Mundial para el Partido de la Guerra de Churchill, azuzada groseramente contra Alemania por Inglaterra, quien, a la hora de la verdad, no movió un dedo por ayudarla. Es un peón que sacrificar. Ya lo era para Hillary Clinton y su Partido Demócrata cuando aspiraba a la presidencia y, tras un tranquilo impasse debido al gobierno de Trump —sobre el cual la prensa afirmaba cínicamente temer su acceso al “botón rojo”—, vuelve a serlo para ese esperpento de Joe Biden, cuya popularidad, ni la todopoderosa maquinaria propagandística de los grandes medios es capaz de sostener.

Ucrania ha sido espoleada, armada, ¡comprada! por las potencias occidentales, para desafiar el poderío ruso. Han sabido excitar convenientemente la codicia de sus dirigentes y el natural resentimiento popular contra sus vecinos y hermanos rusos. EEUU se quedará cómodamente mirando y condenando desde el otro lado del Atlántico mientras Ucrania sufre muerte y devastación. Y junto con sus súbditos europeos, impondrá “severas” sanciones contra Rusia. Unas sanciones cuyo impacto magnifica descaradamente la prensa europea, pues no son más que una ampliación de las sanciones impuesta en 2014. Y no son más, porque Europa no puede permitírselo. Rusia es también una potencia mundial por su capacidad productiva y exportadora, en grano, gas, aluminio… Y está por ver si la asfixia que producirán estas medidas perjudicará más a Rusia o a los países europeos y a sus clases trabajadoras, que verán incrementarse el precio de la energía y de las materias primas para mayor gloria del caduco imperialismo americano.

EEUU planea sanciones contra Rusia.

Ante este grotesco panorama, una gran parte de la prensa reaccionaria española clama por un mayor entreguismo de España a la OTAN, para que nos tengan en consideración como buenos vasallos y dejemos de ser, al fin, el último mono entre los estados serviles de EEUU, quien con tanto desparpajo se inclina en favor de nuestro histórico enemigo del sur y excluye Ceuta y Melilla —ya con mayoría de población de origen marroquí— de la protección de la alianza atlántica. Ni hablar de restaurar una política exterior propia. Para esto ha quedado el patrioterismo español de pandereta.

ALGUNAS REFLEXIONES A MODO DE CONCLUSIÓN

1º SOBRE LA GUERRA DEL DONBASS

Se trata de un conflicto complejo y antiguo, que no puede ser simplificado en uno solo de sus factores causales, actuales o históricos, y en el que ambas partes tienen intereses legítimos que defender. La tesis mediática que atribuye el origen del conflicto a un supuesto expansionismo de la actual Rusia, que no tiene una sola base militar fuera de su territorio, ni ha librado una guerra en décadas, resulta ridícula y, además, tremendamente hipócrita cuando se escucha en boca de los defensores de un imperio que posee centenares de bases en la mitad de los estados que pueblan un orbe por el que se ha expandido en el último siglo al precio de ríos de sangre y montañas de fuego.

Las injerencias extranjeras en el conflicto ruso-ucraniano protagonizadas por potencias serviles a este imperialismo, sus sanciones y medidas de guerra económica y bloqueo comercial, en modo alguno contribuyen a una resolución pacífica del conflicto, ni mucho menos benefician al bienestar de Ucrania, sino que agravan la situación y sirven a los intereses del Pentágono en perjuicio de sus aliados. El único papel que deberían desempeñar potencias ajenas a una contienda tan limitada en el territorio como es ésta, es la de mediadores y observadores neutrales.

2º SOBRE EL DERECHO Y LA NATURALEZA DE LOS PUEBLOS

El fracaso del multiculturalismo, de la sociedad multiétnica, de la convivencia e integración de pueblos diferentes, queda patente en cada rincón del globo y de la historia al que volvamos la vista; y cada nuevo choque social al que asistimos en el seno de los estados modernos revela una y otra vez la misma realidad: que no pueden construirse sociedades prósperas de espaldas al hecho racial, étnico y cultural. El dogmatismo progre es tozudo, pero la realidad lo es aún más. Y nosotros con ella.

Sangre y suelo.

Por eso, por observancia de un hecho inapelable, y no por un dogma distópico de despacho, como nuestros adversarios, fundamos nuestra idea de pueblo en criterios biológicos y culturales, defendemos que la sangre y la cultura comunes son el sustrato orgánico de cualquier pueblo, que el pueblo es anterior a la nación, y la nación al estado. Las fronteras y estados artificiales solo se sostienen por la fuerza o cuando las poblaciones originarias han sido completa y perversamente desintegradas, desnaturalizadas o sustituidas.

Estas leyes generales dibujan escenarios a menudo dramáticos en los territorios fronterizos, incluso entre pueblos íntimamente emparentados, como vemos en el Donbass. El territorio europeo está plagado de estas pequeñas regiones fronterizas, que a lo largo de la historia han pertenecido a naciones distintas, cuyas fronteras políticas fueron trazadas sin atender a las fronteras reales —las etnoculturales—, y en las que se concentran poblaciones de diferentes orígenes en proporciones muy variables. Algunas de estas regiones han terminado por constituir entidades culturales propias, diferenciadas de las originarias, mientras que otras se revuelven sin remedio en luchas intestinas periódicas, violentas o no. Este es un punto obligado para la reflexión histórica, ideológica y política en el seno del nacionalismo y del europeísmo identitario. En la hoja de ruta de la Europa a la que aspiramos, deberán contemplarse una serie de criterios generales que permitan abordar adecuadamente conflictos de este tipo que nunca dejarán de surgir, y que en tantas ocasiones han servido de pretexto a poderes sucios y oscuros para lanzar a la guerra a unas naciones europeas contra otras. Encontrar una solución justa y satisfactoria para los estados que se disputan un territorio y, a la vez, para las minorías que conviven en el mismo, puede llegar a ser una tare imposible, dado que todos los implicados tendrán una parte de razón y muy rara vez existirá una solución perfecta. Pero evitar que intereses ajenos al conflicto, lo aviven y se sirvan de él para obtener rédito, sí es un objetivo asumible para una Europa libre.

3º SOBRE LA PRENSA OCCIDENTAL

La “información” unipolar y tan descaradamente tendenciosa que la práctica totalidad de la prensa mundial difunde sobre el conflicto servirá, sin duda, para aumentar el descrédito en que han ido cayendo progresivamente los medios. Sectores cada vez más amplios de la población se van apercibiendo diariamente de que una élite económica monopoliza la “información” en Occidente, censura y demoniza cualquier discurso que no convenga a sus planes y se sirve de televisiones, radios, redes y rotativos digitales con el propósito de adoctrinar en los dogmas mundialistas e inocular en las masas aquellas corrientes de opinión que les son favorables.

Ha llegado un punto en que ni tan siquiera pretenden ofrecer una imagen de aparente neutralidad. No, son parciales y están orgullosos de ello. Están con los buenos. Y su principal misión es lograr que todos estemos con los “buenos” y, para ello, que no nos alcancen los mensajes de los “malos” a los que denominan, en función de las circunstancias, hate speech o fake news.

El que el pasado jueves, la cadena de televisión Antena 3 utilizase las imágenes de una explosión en China de 2015 y de un videojuego, para hacerlas pasar por grabaciones de los ataques rusos sobre Ucrania, es sólo un ejemplo anecdótico, entre muchos otros posibles, del grado de desparpajo y desvergüenza que han alcanzado estos propagandistas.

Manipulación en Espejo Publico del canal Antena3.

4º SOBRE LA RUSIA DE PUTIN

La Rusia de Putin posee aspectos indudablemente muy positivos a nuestros ojos. El discurso de sus líderes se asienta sobre valores sanos y vigorosos, como el honor, el valor, la religiosidad, la fuerza, la familia, la patria o la tradición popular; con independencia de lo acertado o no de sus políticas o reivindicaciones. No son más que los valores naturales que han presidido el espíritu de cualquier pueblo que vive una época de esplendor y orgullo, y no debieran ser nada especial si no fuera porque contrastan sobremanera con los valores que promueve el fétido capitalismo progresista occidental en nuestras patrias europeas, cuya propaganda, fundada en el hedonismo, el individualismo, el victimismo, el miedo, la culpa, la vergüenza y la lástima nos asquea ya en sus formas, sin necesidad de entrar a valorar su contenido, y pone de manifiesto que se dirigen a un pueblo pusilánime sumido en la más profunda decadencia moral.

Pero ni el papel contestatario que ejerce Putin ante el imperialismo yanqui, ni la vitalidad moral que ha hecho florecer en su pueblo, ni el freno que ha impuesto a la penetración de las corrientes más puritanas del progresismo mundialista, deben llevarnos a equívoco. Rusia no es una nación antisistema, aunque tenga más potencial que ninguna otra para alcanzar ese estatus —que no es poca cosa, ojo—. Rusia es un régimen capitalista, reaccionario en muchos aspectos, que impone programas de vigilancia masiva a sus ciudadanos, como hacen China o Europa, y que en modo alguno aplica una verdadera política social. Y, huelga añadir, la defensa de su fatídico pasado soviético, aunque políticamente parezca efectivo, es una postura lamentable que eleva una barrera difícil de sortear para un entendimiento euro-ruso.

Duguin.

Pero, por encima de todo, el problema principal es su sometimiento al poder financiero global. La idea de un mundo multipolar, con la que fantasean muchos alternativos afines a Duguin y a su fascismo descafeinado de marca blanca, es una ilusión. Por encima de cualquier polo impera un solo orden económico global, una élite en la cúspide de la jerarquía mundial cuyo poder no depende de las riñas en los estratos inferiores. Un pequeño número de actores económicos, perfectamente coordinados e interconectados entre sí, poseen o manejan la práctica totalidad de los bancos, entidades financieras, grandes multinacionales y sectores estratégicos del planeta. No podemos permitir que nos distraigan las disputas entre polos que no son sino golems en manos de ese poder real.Queremos una Europa soberana, cuya política exterior se dirija a satisfacer sus propios intereses y que sea capaz de garantizar la inviolabilidad de sus fronteras exteriores; una Europa libre, articulada sobre los pilares de la sangre y la cultura, sin ataduras a la OTAN ni a ningún polo, pero, sobre todo, libre de las cadenas del capital.

El enemigo de España y de Europa no son EEUU o Rusia, la UE o los separatistas rusófilos, es el poder del dinero y quienes se alinean en sus huestes; y el único bando que podremos apoyar con sinceridad y entusiasmo, será aquel que se rebele definitivamente contra su tiranía.

Pablo Saez Pardo (Comité Devenir Europeo)

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