Porque era amarga la verdad, Francisco de Quevedo quería echarla de su boca. Salgan pues las verdades, y una vez afloradas y soleadas, déjenme envolverlas y vestirlas de píldoras medicinales para recetarlas sin temor a nuestro maltrecho vecindario.
A los españoles nos gusta que nos receten. Galeno magro en prescribir, corta parroquia reunirá. Yo voy a darles gusto y ofrecerles estos comprimidos que tienen tres claras ventajas frente a las de la farmacia: no hay porqué tomárselas, carecen de efectos secundarios, y yo tampoco soy médico. Dejen el protector de estómago, si acaso un vaso de agua para abreviar el mal trago.
Empecemos el tratamiento.
1.- Nos dijeron que los pinchazos, a los que llamaban vacunas, nos protegían de la infección, de la transmisión y de la enfermedad. Ni lo primero, ni lo segundo, ni lo último. No lo olviden.
2.- Afirmaron que esa aberración llamada pasaporte COVID, reduciría los casos positivos. Igualmente falso. Al menos en Cataluña esto fue admitido por la Generalitat y la medida fue eliminada. Aquí, la otra Generalitat, la mantuvo hasta el final, guardando un mutismo vergonzante acerca de su efectividad. El edén de los Países Catalanes nos mostró otra pequeña grieta.
3.- Juraron que con las vacunas se volvería a la normalidad, pero en los países de la Unión Europea que más han vacunado, la mortalidad por todas las causas en 2021, con vacunas, supera a la de 2020, sin vacunas. Unas cifras que no se explican por los casos de COVID. Todos miran para otra parte. Hay un elefante en la habitación, pero no lo queremos ver.
4.- No nos dicen que ya se sabe más que fehacientemente, que la inmunidad derivada de hacer frente al virus completo es muy superior a la derivada de los pinchazos, que nos colocan en disposición de conocer sólo a una mínima parte de ese virus, y de la variante original, la de principios de 2020. En España, ya pocas personas habrá que no hayan entrado en contacto con el virus. Pese a ello siguen insistiendo en que nos volvamos a pinchar. Y sí, los que insisten son los mismos que nos engañaron con las dos primeras píldoras y callan como muertos ante la tercera toma.

5.-Sembraron tal pánico en el respetable, que hoy y en nuestro pueblo, con más de 45ºC al sol y en plena calle desierta, se siguen viendo personas con la mascarilla que no les protege de nada y si les perjudica. El miedo nos ha hecho amar las imposiciones, volviendo a la vida a aquel pueblo español que saludaba al demente de Fernando VII al grito de “¡Vivan las cadenas!” Todo muy castizo; las mascarillas a modo de embozos, las cadenas y los cuarenta grados. Ahora a la sombra.
6.- Llaman al alza de precios, la inflación “de Putin”, tomándonos por más tontos de lo que nos esforzamos en ser. ¿Acaso a primeros de febrero de este año, no teníamos ya una inflación (oficial) del 6,1% y la subida del precio de la luz era una historia añeja?
7.- Dicen que Rusia siembra la hambruna por esos mundos, los mismos que sancionan, sexto paquete de castigos de la UE, a todas las empresas aseguradoras que cubran los riesgos de los fletes de los barcos rusos. Lo cual tiene su miga, porque la mayoría de las empresas o son norteamericanas, o europeas. O sea, nuestras. De los buenos. De los que señalamos la paja en el ojo ruso y no vemos la viga en el propio.
8.- Aseguran que el trigo de Ucrania, que exporta unas 18 tm/año, frente a Rusia que vende unas 37 tm/año (datos de 2020), no puede salir porque el mar Negro está minado, pero silencian que fue el gobierno ucraniano el que minó esas aguas. Al fin y al cabo, ¿cuántos podrán localizar en un mapa mudo ese piélago tan oscuro?

9.- Cacarean que Rusia no envía ya gas a Alemania pero no les dirán que la gran reducción de los envíos, en un 60%, se produjo hace un mes, fue precedida de una reducción inferior, y se debe a la reparación de los compresores del gaseoducto Nord Stream1, que se realiza en Canadá, por parte de la empresa alemana Siemens y que Canadá, en virtud de las sanciones, se niega enviar a Rusia.
10.-Escucho que detrás de los incendios forestales se encuentra la ola de calor, como si en veranos pasados nos cubriera la nieve o no hubiera habido incendios. El de nuestra sierra, el mayor, en julio de 1979. Más del 90% de los incendios forestales en España se deben a la mano del hombre. Con calor, sin calor, pero con viento. Por la noche. Con varios focos.
El calor no hace arder los montes, sí dificulta el control del fuego, pero lo uno y lo otro no es lo mismo.
11.-Recitan como un mantra que los montes están sucios y por eso arden. Yo, por más que miro, no veo suciedad alguna, pero sí abundante vegetación, especialmente en los terrenos que se regeneran de anteriores fuegos y sobre los que ninguna ley impide actuar con proporción y conocimiento. Lo impiden, eso no nos lo dicen, los presupuestos y la falta de interés.

12.- Acusan a una inexistente política de protección excesiva de los montes, de ser la causante del abandono del medio rural. Como si ese abandono no se arrastres desde los años sesenta del pasado siglo XX y haya seguido hasta hoy. Busquemos otras causas como el desprestigio social del trabajo en el campo, actividad en la que rigen unos valores que son los antitéticos de los que se propugnan desde el poder real. No son las leyes las que vacían los campos, sino una mentalidad enferma que vive de espaldas a la tierra y a la vida. Esa visión errada está arraigada en todos nosotros, y en nosotros está el volver a la cordura, que es volver a nosotros mismos.
Apenas en doce píldoras se recoge este acopio de palabras. Todas ellas reciclables, sostenibles, muy de Agenda 2030, contenedor azul y sin copago.
No teman diarreas, no afecta a la flora intestinal, esos dos amorosos kilos de bacterias, hongos y virus (¡también!) que albergan nuestros intestinos y frente a los cuales no vale mascarilla alguna. Afortunadamente.
Carlos Feuerriegel