Quisiera compartir una breve lectura de cabecera en cuyas líneas se condensa y se destila el más puro y último hilo conductor de la historia de Europa.
La teoría del péndulo, que lleva a una sociedad de un extremo a otro, ha sido malinterpretada ad nauseam y reducida al absurdo en su reinterpretación postmoderna, pobre y miope, que la circunscribe a un ridículo vaivén izquierda-derecha propio del estrecho imaginario colectivo demoliberal.
Sí existe un ciclo, “pendular” si así se quiere representar, en la marcha de los pueblos, pero nada tiene que ver con las angostas concepciones políticas de la modernidad. Estos dos caminos opuestos que hacen tambalearse a los hombres sin remedio son la virtud y el vicio, la fuerza creadora y el desmoronamiento hedonista, la elevación heroica y el pozo de la decadencia. Un camino es el que recorren los forjadores de civilizaciones prósperas; el otro, el de quienes las dilapidan. Y no, la virtud no está en el punto medio que separa ambos extremos, bondad y maldad –ni mucho menos izquierdas y derechas–, sino en el punto medio de todas las virtudes clásicas. De eso hablaba Aristóteles.
Esta realidad cíclica no debe hacernos caer en la resignación propia de la fe en una ley fija e inquebrantable que impone a los hombres un porvenir inamovible, y ante la cual nos hallamos impotentes. La historia no se compone de ciclos insalvables y predefinidos, ni tampoco sigue una evolución lineal como proclaman las interpretaciones progresistas de la historia, marxistas, liberales o talmúdicas. La única ley cierta, que se cumple sin excepción, es que donde la virtud se relaja y el hombre se acomoda, la degeneración toma terreno y el vicio prospera, se adueña, exige, somete, hunde y sepulta; subiéndose tal vez al carro de nuevas filosofías, ideologías o teorías políticas, compra el alma corruptible de los hombres a cambio de placeres y molicie, de manera que poco a poco abandonan las ideas nobles y sacrificadas de sus antepasados.

A comienzos de este tercer milenio nos hallamos sumidos en un proceso histórico de degeneración extrema. Hace un siglo, incluso las ideologías más aberrantes, como el comunismo o el anarquismo, mantenían en su cuerpo doctrinario un fuerte influjo de ciertas virtudes clásicas. Promovían una revolución, y para eso hacían falta guerreros. Hoy esas mismas ideologías no promueven sino una fétida aquiescencia con la degeneración moral capitalista, de la que son sus principales impulsoras, pues el vicio ha penetrado en su organismo, ha podrido cuanto era firme y sólido dejando sólo lo aparente o aquello que desde un principio fue erróneo o nocivo: Algunos símbolos, una retórica pedante y pomposa, y ciertos esquemas materialistas y pseudohegelianos conforme a los cuales interpretar el mundo y justificar sus ansias destructivas.
No es de extrañar que hoy no se enseñe qué es la virtud en las escuelas y, el grueso de borregos votantes, antes asimilen este término a un pusilánime beato que a un guerrero que concibe su existencia como una lucha en todos los órdenes de la vida. La enseñanza contenida en el breve relato que sigue, habría de ser la primera lección que un orden sano y próspero inculcase a su juventud. Nadie debería llegar a la edad adulta sin comprender, tanto la naturaleza moral de estos extremos, como su papel en el devenir humano, y haber tomado partido en consecuencia, convirtiendo su propia vida en acto bélico en defensa de los más elementales sostenes de nuestra civilización.
No son precisas ni cuartas ni quintas teorías políticas, menos aún si son plagios baratos de otras anteriores. Sólo la virtud más dura, fanática, combativa e intransigente, concentrada en unos pocos, puede ser capaz de evitar que la degeneración consuma su propósito desintegrador. Sólo blandiendo los ideales virtuosos de nuestros ancestros podremos reventar la lápida postmoderna y abrir un nuevo camino vital de civilización entre las ruinas.

La solución al futuro de Europa está en los orígenes.
“EL CAMINO DEL HÉROE”, de Jenofonte
En su obra Recuerdos de Sócrates el cronista, héroe militar y filósofo griego Jenofonte, contemporáneo de Platón y, como él, discípulo de Sócrates, reproduce este diálogo que tuvo su maestro –el cual se apoya a su vez en el mito de Heracles de Pródico– con un joven que veía ante sí la encrucijada propia de su edad, y a quien Sócrates quería dirigir hacia el buen camino:
Y el sabio Pródico en su escrito sobre Hércules, del que hizo muchas lecturas públicas, se expresa de la misma manera acerca de la virtud, diciendo más o menos, según recuerdo:
«Cuando Heracles estaba pasando de la niñez a la adolescencia, momento en el que los jóvenes al hacerse independientes revelan si se orientarán en la vida por el camino de la virtud o por el del vicio, cuentan que salió a un lugar tranquilo y se sentó sin saber por cuál de los dos caminos se dirigiría. Y que se le aparecieron dos mujeres altas que se acercaban a él, una de ellas de hermoso aspecto y naturaleza noble, engalanado de pureza su cuerpo, la mirada púdica, su figura sobria, vestida de blanco. La otra estaba bien nutrida, metida en carnes y blanda, embellecida de color, de modo que parecía más blanca y roja de lo que era y su figura con apariencia de más esbelta de lo que en realidad era, tenía los ojos abiertos de par en par y llevaba un vestido que dejaba entrever sus encantos juveniles. Se contemplaba sin parar, mirando si algún otro la observaba, y a cada momento incluso se volvía a mirar su propia sombra. Cuando estuvieron más cerca de Heracles, mientras la descrita en primer lugar seguía andando al mismo paso, la segunda se adelantó ansiosa de acercarse a Heracles y le dijo:
«Te veo indeciso, Heracles, sobre el camino de la vida que has de tomar. Por ello, si me tomas por amiga, yo te llevaré por el camino más dulce y más fácil, no te quedarás sin probar ninguno de los placeres y vivirás sin conocer las dificultades. En primer lugar, no tendrás que preocuparte de guerras ni trabajos, sino que te pasarás la vida pensando qué comida o bebida agradable podrías encontrar, qué podrías ver u oír para deleitarte, qué te gustaría oler o tocar, con qué jovencitos te gustaría más estar acompañado, cómo dormirías más blando, y cómo conseguirías todo ello con el menor trabajo. Y si alguna vez te entra el recelo de los gastos para conseguir eso, no temas que yo te lleve a esforzarte y atormentar tu cuerpo y tu espíritu para procurártelo, sino que tú aprovecharás el trabajo de los otros, sin privarte de nada de lo que se pueda sacar algún provecho, porque a los que me siguen yo les doy la facultad de sacar ventajas por todas partes».
Dijo Heracles al oír estas palabras:
«Mujer, ¿cuál es tu nombre?»
Y ella respondió:
«Mis amigos me llama Felicidad, pero los que me odian, para denigrarme, me llaman Maldad».
En esto se acercó la otra mujer y dijo:
«Yo he venido también a ti, Heracles, porque sé quiénes son tus padres y me he dado cuenta de tu carácter durante tu educación. Por ello tengo la esperanza de que, si orientas tu camino hacia mí, seguro que podrás llegar a ser un buen ejecutor de nobles y hermosas hazañas y que yo misma seré mucho más estimada e ilustre por los bienes que otorgo. No te voy a engañar con preludios de placer, sino que te explicaré cómo son las cosas en realidad, tal como los dioses las establecieron. Porque de cuantas cosas buenas y nobles existen, los dioses no conceden nada a los hombres sin esfuerzo ni solicitud sino que, si los dioses te sean propicios, tienes que honrarles, si quieres que tus amigos te estimen, tienes que hacerles favores, y si quieres que alguna ciudad te honre, tienes que servir a la ciudad; si pretendes que toda Grecia te admire por tu valor, has de intentar hacerle a Grecia algún bien; si quieres que la tierra te dé frutos abundantes, tienes que cuidarla; si crees que debes enriquecerte con el ganado, debes preocuparte del ganado, si aspiras a prosperar con la guerra y quieres ser capaz de ayudar a tus amigos y someter a tus enemigos, debes aprender las artes marciales de quienes las conocen y ejercitarte en la manera de utilizarlas. Si quieres adquirir fuerza física, tendrás que acostumbrar a tu cuerpo a someterse a la inteligencia y entrenarlo a fuerza de trabajos y sudores«.
La Maldad, según cuenta Pródico, interrumpiendo, dijo:
«¿Te das cuenta, Heracles, del camino tan largo y difícil que esta mujer te traza hacia la dicha? Yo te llevaré hacia la felicidad por un camino fácil y corto».
Entonces dijo la Virtud:
«iMiserable!, ¿qué bien posees tú? ¿O qué sabes tú de placer si no estás dispuesta a hacer nada para alcanzarlo? Tú que ni siquiera esperas el deseo de placer, sino que antes de desearlo te sacias de todo, comiendo antes de tener hambre, bebiendo antes de tener sed, contratando cocineros para comer a gusto, buscando vinos carísimos para beber con agrado, corriendo por todas partes para buscar nieve en verano. Para dormir a gusto, no te conformas con ropas de cama mullidas, sino que además te procuras armaduras para las camas. Porque deseas el sueño no por lo que trabajas, sino por no tener nada que hacer. Y en cuanto a los placeres amorosos, los fuerzas antes de necesitarlos, recurriendo a toda clase de artificios y utilizando a los hombres como mujeres. Así es como educas a tus propios amigos, vejándolos por la noche y haciéndolos acostarse las mejores horas del día. A pesar de ser inmortal, has sido rechazada por los dioses, y los hombres de bien te desprecian. Tú no oyes nunca el más agradable de los sonidos, el de la alabanza de una misma, ni contemplas nunca el más hermoso espectáculo, porque nunca has contemplado una buena acción hecha por ti. ¿Quién podría creerte cuando hablas? , ¿quién te socorrería en la necesidad?, ¿quién que fuera sensato se atrevería a ser de tu cofradía (thíasos)?
Ésta es la de personas que, mientras son jóvenes, son físicamente débiles y, de viejos, se hacen torpes de espíritu, mantenidos durante su juventud relucientes y sin esfuerzo, pero que atraviesan la vejez marchitos y fatigosos, avergonzados de sus acciones pasadas y agobiados por las presentes, después de pasar a la carrera durante su juventud los placeres, reservando para la vejez las lacras.
Yo, en cambio, estoy entre los dioses y con los hombres de bien, y no hay acción hermosa divina ni humana que se haga sin mí. Recibo más honores que nadie, tanto entre los dioses como de los hombres que me son afines. Soy una colaboradora estimada para los artesanos, guardiana leal de la casa para los señores, asistente benévola para los criados, buena auxiliar para los trabajos de la paz, aliada segura de los esfuerzos de la guerra, la mejor intermediaria en la amistad. Mis amigos disfrutan sin problemas de la comida y la bebida, porque se abstienen de ellas mientras no sienten deseo. Su sueño es más agradable que el de los vagos, y si se sienten molestos cuando lo dejan ni a causa de él dejan de llevar a cabo sus obligaciones. Los jóvenes son felices con los elogios de los mayores, y los más viejos se complacen con los honores de los jóvenes. Disfrutan recordando acciones de antaño y gozan llevando bien a cabo las presentes. Gracias a mí son amigos de los dioses, estimados de sus amigos y honrados por su patria. Y cuando les llega el final marcado por el destino, no yacen sin gloria en el olvido, sino que florecen por siempre en el recuerdo, celebrados con himnos.
Así es. Heracles, hijo de padres ilustres, como podrás, a través del esfuerzo continuado, conseguir la felicidad más perfecta»».

Así fue más como contó Pródico la educación de Heracles por la Virtud, si bien embelleció sus conceptos con expresiones magníficas en mayor grado que las que yo he usado ahora. De modo que merece la pena, Aristipo, que lo medites e intentes preocuparte tú también del tiempo que te queda de vida.
La primera victoria de nuestra revolución ha de tener lugar en nuestro interior. La juventud decadente de nuestros días ansía, lamento en boca, poder alcanzar un estado de plácida felicidad material; estado que exigen como derecho innato y que conforma su máxima aspiración existencial. Por el contrario, la exigua juventud revolucionaria anhela con sincera alegría el esfuerzo y los sacrificios de las grandes gestas; pues sólo acepta por felicidad la tranquilidad de conciencia y la satisfacción espiritual que proporciona el deber cumplido al más alto precio.
Los primeros, son los hijos perdidos del ayer. Los segundos, los apóstoles del mañana.
El futuro les pertenece.
Dr. Stockmann